Trabajemos por la renovación del gremialismo

José Tomás Hargous F. | Sección: Política

La semana pasada conmemoramos el 30° aniversario del asesinato de Jaime Guzmán (1946-1991) por parte de una célula del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), el 1 de abril de 1991. Como bien dijo Gonzalo Rojas en su última videocolumna, este año el fundador del gremialismo habría cumplido 75 años, e invitó a dedicar el año 2021 en su memoria. Haciendo eco de su convocatoria, pienso que estamos en el kairós para emprender una urgente renovación del gremialismo, porque creo que, aunque tiene dónde buscar las herramientas para enfrentar la “batalla antropológica”, no ha recurrido a ellas, ya que no se da cuenta de la profundidad de la crisis en que se encuentra. Pareceré “disco rayado”, pero hay que decirlo hasta el cansancio: el gremialismo no es un movimiento liberal, sino que nació con un origen conservador y con una misión, defender el orden social cristiano de la ideologización marxista y democratacristiana y de la instrumentalización que hacían –y hacen– de las agrupaciones intermedias. Jaime Guzmán y sus compañeros de la Universidad Católica, enfrentaron el movimiento “tomista” –como lo llama Alfredo Jocelyn-Holt– recurriendo a lo mejor del pensamiento social católico, tal como lo hiciera Abdón Cifuentes a fines del siglo XIX y San Alberto Hurtado a comienzos del XX, como una “vertiente” de la cual beber para defender la autonomía de los cuerpos intermedios, enarbolando el principio de subsidiariedad. 

En la hora presente, marcada por un proceso constituyente y una crisis social, pienso que el gremialismo está en el momento propicio para volver a sus raíces y salir fortalecido para dar la batalla que enfrenta nuestra patria y el mundo. Los principios que inspiran el pensamiento y la acción del proyecto gremialista –una antropología relacional, el bien común como fin de la sociedad, la libertad de asociación, el principio de subsidiariedad y la solidaridad como complemento– son los que hacen falta en el Chile de hoy. Si en los años 70 el gremialismo promovió la subsidiariedad hasta imprimirla en el andamiaje sociopolítico nacional, hoy es necesario complementarla con el principio de solidaridad, que no es un Estado más grande, sino una sociedad civil robusta, donde sean las organizaciones las que contribuyan al bien común con primacía frente al Estado. Lo peor que podemos hacer es descartar la subsidiariedad, sin ella quedaremos indefensos ante un Estado que se arroga responsabilidades que no le son propias ni le competen de forma subsidiaria.

A diferencia del Chile de Guerra Fría, la batalla no se da solamente en el papel del Estado y los particulares en la economía y en la política, sino que también en cómo comprendemos a la persona, la familia, los cuerpos intermedios y la comunidad política; y si fallamos en la defensa de la persona y la familia, bases de la sociedad, difícilmente podremos darla por la sociedad y el Estado. Porque la lucha ya no es entre socialistas y defensores de la libertad –conservadores y liberales–, sino que entre un progresismo que busca subvertir las bases del orden cristiano occidental y un conservadurismo llamado a defenderlas. En la Nueva Constitución, los constituyentes gremialistas –y todos aquellos que comparten una mirada del hombre y la sociedad fundada en la doctrina social de la Iglesia– deberán defender con fuerza la dignidad humana, y el valor de la vida desde la concepción hasta la muerte natural; la familia fundada en el matrimonio como núcleo fundamental de la sociedad; que el bien común, es decir, el progreso espiritual y material de todos nosotros y cada uno de nosotros, es responsabilidad de todos y no sólo ni primariamente del Estado; y que el Estado debe coordinar esos esfuerzos, estimulando y supliendo a las organizaciones intermedias. 

Llegados a este punto, es plausible la pregunta, ¿qué tiene que ver esto con el gremialismo? La verdad, bastante. Si a primera vista no lo parece, es porque los gremialistas de la hora presente, no han comprendido la riqueza doctrinaria y la naturaleza del gremialismo. Como decíamos en una columna anterior, somos de la opinión de que el gremialismo es “una comunidad de ideas que bajo un substrato cristiano que informe la lucha por la despolitización de las sociedades intermedias, defienda su autonomía y promueva la aplicación del principio de subsidiariedad como base de un orden social libre y justo”. Porque si el proyecto gremialista es desprovisto del “substrato cristiano”, no queda otra cosa que una defensa liberal de la sociedad civil, de la neutralidad del Estado frente a los cuerpos intermedios y una libertad absoluta del individuo para organizarse. 

Si uno bucea en los orígenes históricos y doctrinarios del gremialismo guzmaniano, como lo he intentado en esta tribuna los últimos meses, puede darse cuenta de que la fuerza del gremialismo “de la primera hora” se dio justamente en que no era liberal sino cristiano y conservador, y se verá que la crisis del gremialismo actual pasa porque muchos dirigentes gremialistas de la “última hora” han claudicado los principios fundacionales del “proyecto guzmaniano”. Como explica Clara Lorenzo, el gremialismo fue “malentendido, moldeado y manoseado por varios de los actuales gremialistas: el gremialismo solo fue concebido dentro de una sociedad cristiana, oponiéndose al libertarismo que lleva a las personas a asociarse para lograr cualquier fin, incluso uno contrario al derecho natural. De aquel modo, un gremialista que sigue el modelo planteado originalmente, combatiría y rebatiría a la izquierda institucional y no-institucional […]. Aquello se debe a que, aun cuando aquellas organizaciones nacieran de la libre asociación de las personas, no combatirlas constituye una omisión o permisividad dañina para toda la sociedad”.

En síntesis, la tarea es ardua, pero no por ello imposible. Como diría Jaime Guzmán, el “ancho horizonte de la esperanza, […] nos invita a siempre renovados desafíos futuros, desde las raíces de una fidelidad que nos compromete y que esta noche hemos visto tangiblemente confirmada”. Porque “somos eso. Servidores siempre imperfectos –pero también siempre perseverantes– de principios conceptuales sólidos y de valores morales objetivos y graníticos”, no queremos descansar en señalar la urgente misión de renovar el gremialismo, para que sea fiel a sus principios fundacionales. “Con la misma ilusión de la primera hora. Con el mismo rigor y perseverancia que nos movieron aún en las horas más adversas o inciertas. Y con la misma fe en que Dios sabrá como continuar dándonos esos resultados fecundos, que cada uno de nosotros lleva en lo más hondo de su alma como algo entrañablemente querido y maravilloso, y de lo cual tenemos la obligación de hacer partícipes a quienes vienen después de nosotros. No podríamos fallarles y no les fallaremos”.