Las bases antropológicas del gremialismo

José Tomás Hargous F. | Sección: Política

En esta tribuna cerramos el año 2020 denunciando la profunda crisis que enfrenta el gremialismo, que calificamos de tipo antropológica, y propusimos como propósito para este año 2021 una renovación del pensamiento gremialista. En esta columna quiero referirme a las herramientas con las cuales cuenta el proyecto universitario, social y político de Jaime Guzmán (1946-1991), que en su conjunto denominamos “Gremialismo”, con miras a proponer un camino a seguir para que éste salga de la crisis en que se encuentra. Algunas de ellas las hemos detallado en otras columnas, sobre “La vigencia del pensamiento gremialista” y sobre el aporte que otorga Jaime Guzmán a un posible proyecto conservador en la derecha. 

Decía en mi última columna que la crisis del gremialismo es más profunda que el hecho de no ganar elecciones, y que denota su incapacidad para enfrentar con éxito la llamada “batalla cultural” que se libra en el país y en el mundo, una lucha entre progresismo y conservadurismo que no es “valórica” ni circunscrita a las conciencias personales, sino de hondo contenido político y que pone en pugna dos visiones de persona y sociedad contradictorias, donde una busca “la subversión del orden establecido, que no es otro que el orden social cristiano occidental”. Sin embargo, los llamados a defender la visión cristiana del mundo y la sociedad, se encuentran divididos: conservadores, socialcristianos y liberal-conservadores no logran darse cuenta con el mismo nivel de claridad de la importancia que tiene la discusión antropológica, y mientras algunos creen que es más importante la moderación o el diálogo que la defensa de principios, otros creen que cualquier alianza es una transacción, y otros que la discusión se limita al aborto.

Los orígenes históricos del Gremialismo

En ese contexto, vale la pena volver a los orígenes del gremialismo para comprender el papel que debería jugar en esta hora de la historia. Sin abundar en detalles entretenidos de su constitución pero que no vienen al caso, es necesario destacar que el gremialismo nace en la Universidad Católica (UC), bastión de la libertad de enseñanza, para defender el proyecto educativo de dicha casa de estudios –inspirado en las enseñanzas de la Iglesia y orientado a la excelencia académica– de quienes buscaban instrumentalizar la universidad con fines ideológicos o partidistas. 

A diferencia de otros grupos universitarios que buscaron el mismo objetivo en ocasiones anteriores, el gremialismo de la “primera hora” bebía del magisterio social de la Iglesia y de las enseñanzas del corporativismo católico, difundidas en Chile por el padre Osvaldo Lira SSCC y el historiador Jaime Eyzaguirre, y sus principios básicos eran las autonomías sociales, la despolitización (no instrumentalización) de los cuerpos intermedios, y el principio de subsidiariedad. Por supuesto, el gremialismo implica una ruptura con el corporativismo, al reconocer la existencia de los partidos políticos, pero eso no quiere decir que el quiebre sea total. De hecho, la consonancia entre la sistematización del gremialismo y obras como Nostalgia de Vázquez de Mella es grande –particularmente por las nociones de soberanía política y social–, al nivel de que Jaime Guzmán siguió enseñando Derecho Político citando el libro escrito por su maestro hasta su asesinato en 1991.

Desde los años 70 el gremialismo vive una primera “actualización”, al salir de las universidades para ser defendido en la sociedad en general. De esta manera, Jaime Guzmán defendió el “poder social”, autónomo de los partidos, frente al “poder popular” con el que la izquierda buscaba imponer su proyecto político revolucionario. A este gremialismo social, inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), se le sumaba un régimen presidencial reforzado –inspirado en el sistema portaliano–, con un Poder Legislativo y unos partidos políticos fuertemente limitados. Este proyecto formaría parte del programa de Gobierno de Jorge Alessandri en su fallida repostulación a la Presidencia y, luego del golpe de Estado de 1973, sería la base de la “Declaración de Principios del Gobierno de Chile” (1974) y de la Constitución Política de 1980 en su redacción original.

Los fundamentos del Gremialismo 

Decíamos que el gremialismo de la “primera hora” se inspira en los principios sociales de la Iglesia, enseñanza mediada por el corporativismo católico. La Iglesia ofrece a la sociedad una doctrina social, que enseña los principios que deben regir el orden social para que éste se inspire en la justicia y la caridad: la primacía de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad. Esta enseñanza ha adquirido gran importancia desde 1891, con León XIII, y ha sido profundizada por los pontífices siguientes, especialmente Pío XI, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

Por su parte, el corporativismo católico proponía, inspirado en la DSI –particularmente en las enseñanzas de León XIII y Pío XI–, un régimen político y social acorde con las enseñanzas del Evangelio, el cual no era una utopía, sino que había tenido una expresión práctica en los años del Imperio Español y la Conquista de América, civilización conocida como Hispanidad. Se sostiene en la primacía de las asociaciones naturales, que pueden ser de tipo territorial –barrio, municipio, región y nación– y funcional –familia, corporación, sindicato y gobierno, entre otras–. Las asociaciones en su conjunto ejercen la llamada soberanía social, mientras que el Estado ejerce el poder político –el cual coordina las distintas esferas de la sociedad en torno al bien común–, y ambas esferas son autónomas, pero no completamente separadas. En ese sentido, las asociaciones integran una cámara corporativa de carácter consultivo, que asesora al monarca en la creación de leyes e instituciones. Todo esto informado por dos principios fundamentales: la subsidiariedad y la totalidad.

¿Qué hacer?

Todo este largo retroceso a la historia y los principios del gremialismo nos puede inspirar qué hacer ahora ante la batalla antropológica y salir de la crisis que enfrenta. En primer lugar, es necesario reconocer en el gremialismo un origen cristiano y conservador, según el cual la autonomía y la despolitización no son un “chipe libre” para las asociaciones intermedias, sino una garantía para el cumplimento de sus fines específicos –que no deben entrar en tensión con la moral ni con el bien común–, y de esta forma promover activamente el bien común social. En ese sentido, la despolitización y la autonomía no pueden llevar a encerrarse en el propio metro cuadrado, sino que deben ser un llamado a contribuir desde la propia identidad al progreso espiritual y material de la sociedad.

En segundo lugar, la disonancia entre lo delineado en esta columna y parte importante del gremialismo contemporáneo, denota que es necesaria una formación más profunda en torno a los principios del gremialismo, su historia y sus fundamentos, que doten a la actual generación de los principios y el estilo necesarios para la hora presente. En particular, queremos destacar el carácter social (no meramente individual) y holístico (no puede separarse para defender lo que me conviene) de la antropología subyacente al gremialismo –la antropología cristiana–.

Por último, todo esto requiere un cambio de discurso: el gremialismo no es un proyecto liberal sino de constitución del orden social cristiano. En ese sentido, el contenido de la politización y despolitización sí es importante. Así, el gremialismo no debería clamar por la neutralidad, sino por la libertad responsable inspirada en principios trascendentes. Creemos que esta visión del gremialismo es más coherente con la que inspiró su surgimiento en la UC y le permitirá enfrentar adecuadamente la batalla antropológica que enfrenta el país. De esta manera, la renovación del gremialismo debe realizarse “volviendo a los orígenes”, para que sea “un substrato cristiano” el que inspire y dé forma a la lucha por la despolitización y la autonomía de los cuerpos intermedios, en torno al principio de subsidiariedad, para que cada asociación pueda contribuir libremente y desde su naturaleza al bien común social.