Por un relato conservador en la derecha: Jaime Guzmán E.

José Tomás Hargous F. | Sección: Historia, Política

En esta tribuna hemos llamado la atención respecto de que la derecha, sin pensar de dónde viene y qué piensa, carece de un rumbo claro, con un gobierno que se muestra indeciso ideológicamente, “navegando en los vaivenes de la opinión pública”, y una coalición con una diversidad doctrinaria que pone en peligro la unidad de discurso y de convivencia. Para intentar resolver ese problema, hemos dicho que es necesario recurrir a la historia y subirse en los hombros de gigantes que nos guíen en la definición de un relato y un proyecto político doctrinariamente coherente, con mística y popular. En primer lugar, recordamos a Alberto Edwards, quien como historiador y como político rescató las ideas de Diego Portales y buscó implementarlas durante la llamada crisis del Centenario. Algunas décadas más tarde, en otra crisis, Jaime Guzmán se encontró en la encrucijada política de los años 60, donde articuló un movimiento social que hiciera frente al ideologismo de su época.

Jaime Guzmán Errázuriz (1946-1991) es probablemente uno de los representantes más importantes de la derecha chilena de la segunda mitad del siglo XX. Desde sus inicios en la universidad, luego como seguidor de Jorge Alessandri, opositor a la Unidad Popular, asesor del Gobierno Militar, miembro de la Comisión Ortúzar, y finalmente como senador, Jaime Guzmán jugó un rol clave en la historia reciente de nuestro país porque, al igual que Edwards, supo rescatar principios prepolíticos y permanentes que pudieran dar respuesta a los problemas de su tiempo.

De profesión abogado, Guzmán tuvo diversas “vocaciones”: constitucionalista, político, profesor universitario, dirigente estudiantil, periodista. Sirvió a su país desde una amplia variedad de ámbitos, siempre buscando la formación de las nuevas generaciones. “Las razones que explican su relevancia guardan relación con las distintas cualidades que poseía, las que van desde una gran lucidez intelectual, pasando por una formación integral, hasta el desarrollo de habilidades prácticas que, junto con su decidida voluntad, le permitieron ejercer un liderazgo desde muy joven hasta su muerte” (Fundación Jaime Guzmán: Ideas y Propuestas 194, 2016, pág.3).

Pese a que murió hace ya 27 años, su testimonio y su proyecto mueven a cientos de personas en todo Chile. Los distintos movimientos gremiales universitarios, la UDI, y cada organización de la sociedad civil donde haya alguna persona que comparta el proyecto de Guzmán, hacen que su muerte no haya sido en vano. Sorprende que luego de cincuenta años, decenas de cientos de personas sigan siendo motivados por el testimonio de Jaime Guzmán, tanto en la Universidad Católica como en otras instituciones.

Su proyecto para Chile fue el Gremialismo. Producto de una maduración personal (o una interpretación heterodoxa) de su formación corporativista –recibida de sus profesores Osvaldo Lira SSCC y Jaime Eyzaguirre–, junto a otros estudiantes de la UC presentó al país una forma de organizar la sociedad tan antigua como nueva.

Con base en una visión trascendente de la persona, enarbola el principio de subsidiariedad para articular la sociedad, promoviendo que cada agrupación intermedia pueda regirse de forma autónoma y encaminarse por sus medios a sus fines específicos, contribuyendo así al bien común, evitando y combatiendo cualquier instrumentalización, en particular la de carácter político. Sus tres principios originales eran subsidiariedad, autonomía y despolitización.

Guzmán articuló estos tres principios al fundar en marzo de 1967, el Movimiento Gremial de la UC (MGUC). Frente al proyecto democratacristiano que dominaba la UC en los años 60, Jaime Guzmán organizó “un proyecto universitario gremialista que buscó hacer frente a la reforma universitaria con ideas que ya estaban disponibles, pero expresadas y articuladas de un modo distinto. De ahí que la fundación del Movimiento Gremial de la Universidad Católica tuviera una impronta claramente conservadora: las ideas tradicionales de ese sector político eran presentadas y defendidas por nuevos actores –los jóvenes conservadores– que fueron capaces de formular un nuevo lenguaje en un momento político en que esas ideas parecían estar destinadas a desaparecer” (Castro, José Manuel. Jaime Guzmán: Ideas y Política 1946-1973. Centro de Estudios Bicentenario, 2016, pág.108).

Esas ideas eran las siguientes. La persona humana es un ser poseedor de una dignidad inviolable, que se fundamenta en su espiritualidad y su destino trascendente. Como el hombre –ser social por naturaleza– no puede alcanzar por sí solo su plenitud, se asocia en torno a fines específicos que propendan a la consecución de la mayor perfección social, el bien común. Cada una de estas organizaciones, debe ser capaz de autogobernarse para alcanzar sus objetivos, lo que se conoce como autonomías sociales. Las sociedades mayores (y en último término el Estado), en consecuencia, deben velar –siguiendo el principio de subsidiariedad– por que las menores cumplan sus fines específicos (subs. pasiva o negativa) y, cuando sea necesario, entrar en ayuda o subsidio para darles el impulso que facilite que alcancen autónomamente su perfección (subs. activa o positiva). Eventualmente, deberá asumir temporalmente las funciones de la sociedad menor (función supletoria). Además, cada una de estas organizaciones debe ser capaz por sí misma de determinar esos objetivos, sin necesidad de recurrir a una ideología. Jaime Guzmán ve un peligro latente, de que ideas externas –en particular de carácter político ideológico– sean utilizadas para instrumentalizar a los cuerpos intermedios y alejarlos de sus fines propios, por lo que propone que las mismas organizaciones se resguarden de esa instrumentalización, lo que denomina despolitización.

Estos principios no fueron un invento de Jaime Guzmán y ese grupo de estudiantes de la UC que decidió combatir en su alma máter a la Democracia Cristiana. La subsidiariedad, la autonomía de los cuerpos intermedios y la despolitización, forman parte de un acervo cultural anterior que ha sido recogido y sistematizado por la Iglesia Católica, a través de su doctrina social (DSI), la que ha explicitado desde el siglo XIX para combatir al comunismo y al liberalismo y propender a una organización social acorde con las enseñanzas del Evangelio.

Pero si bien ellos [los principios de subsidiariedad y autonomías sociales] tienen una raíz muy antigua en el pensamiento clásico del occidente cristiano, nadie podría con justicia desconocer que fuimos los gremialistas de la Universidad Católica, quienes más decisivamente los convertimos en parte del actual acervo sociopolítico chileno. El rechazo a la politización de los cuerpos intermedios no políticos dejó de ser así una mera reacción visceral, contestataria y efímera, como ocurriera tantas veces antes en nuestra historia social y universitaria. Ese rechazo se transformó en el efecto natural de la afirmación de la autonomía de los cuerpos intermedios y del principio de subsidiariedad. Y al brotar desde tan profunda vertiente, el gremialismo fue capaz de articular toda una concepción básica sobre el hombre y la sociedad que, sin entrar al campo de las ideologías políticas, constituye un pensamiento de notable riqueza doctrinaria. En él se encuentra la fuente de muchos y muy sustanciales aportes a la bandera de una sociedad integralmente libre que hoy se despliegue en él” (Guzmán, Jaime. Discurso con motivo de la celebración de los 20 años del Movimiento Gremial, octubre de 1987, pág.1).

Con el tiempo, el proyecto gremialista atravesó las fronteras de las universidades, con la intención de aplicar sus principios básicos (subsidiariedad, autonomía y despolitización) a toda la sociedad. Jaime Guzmán en los años 70, durante la presidencia Allende, articuló a la sociedad civil –a los gremios de camioneros, mineros, empresarios, entre otros– para desarrollar una oposición de carácter gremialista –lo que sería, según José Manuel Castro, una primera actualización del gremialismo,– al proyecto político de la Unidad Popular, que buscó el control político de todas las sociedades intermedias.

Luego del 11 de septiembre de 1973, Jaime Guzmán buscó imprimir el ideario gremialista al gobierno militar y heredarlo en la nueva institucionalidad nacional. Fue asesor de la Junta de Gobierno, a la cual dotó de una declaración de principios que guiara la reorganización nacional. En paralelo, fue miembro de la Comisión Ortúzar, que redactó la primera versión de la Constitución de 1980.

El pensamiento conservador chileno alcanza con Jaime Guzmán una extraordinaria capacidad constituyente que se plasma en las instituciones sociales y políticas del régimen militar de Pinochet. A partir de 1973 las directrices institucionales de ese régimen quedan definidas en dos documentos: la Declaración de Principios del Gobierno de Chile de 1973 y la Constitución de 1980. En estos documentos fundacionales Guzmán logra una síntesis conservadora que armoniza el legado gremialista derivado de pensadores carlistas como Osvaldo Lira, Julio Philippi y Jaime Eyzaguirre, y el ideario neoliberal que irrumpe en Chile en los años 1960 (…). Guzmán encuentra en las encíclicas pontificias, particularmente en Mater et magistra, los elementos de una ontología social y los principios sociales por los que intenta justificar filosóficamente la síntesis conservadora liberal a la que aspira” (Cristi, Renato y Ruiz, Carlos. El pensamiento conservador en Chile. Seis ensayos. Segunda edición, 2015, pág. 155).

Para preservar el ideario gremialista en el tiempo, Jaime Guzmán fundó en 1983 la Unión Demócrata Independiente (UDI), que inscribió como partido el 22 de octubre de 1988. Ésta no sólo buscaría llevar el pensamiento gremialista al plano político (ya no sólo social), sino que se adentraría en las poblaciones, disputándoselas y arrebatándoselas al Partido Comunista (PC), lo que en pocas décadas lo transformó en el partido más grande del país. Sus tres pilares fundacionales la describían como un partido de inspiración cristiana, de carácter popular y defensor de la “economía social de mercado”. Hoy, sin embargo, quien se encarga de conservar, sistematizar y difundir las ideas de Jaime Guzmán es la fundación que lleva su nombre y no el partido que él fundara en los años ochenta.

No podemos dejar de mencionar que algunos intelectuales afirman que el proyecto gremialista fue una buena respuesta para un momento determinado, y que se agotaría en la Guerra Fría, lo que lo haría incapaz de responder a las circunstancias actuales. Por otra parte, se critica que habría realizado una interpretación liberal de la Doctrina Social de la Iglesia, con una lectura puramente negativa o pasiva de la subsidiariedad, para justificar de esa forma el liberalismo económico.

Sin embargo, en una época de politización como los años 60, Jaime Guzmán combatió la instrumentalización política de izquierda y de derecha. No buscó un proyecto de derecha para la universidad que hiciera frente a la izquierda universitaria, sino que uno de connotación estrictamente gremial. Y respecto a su supuesto liberalismo económico, Jaime Guzmán entendió la subsidiariedad de un modo integral, sólo que en el momento histórico que le tocó vivir creyó que exigía un achicamiento del Estado y un fortalecimiento del sector privado. Los principios que aquí buscamos rescatar para un relato de la derecha –que, como decíamos más arriba, son los mismos de la DSI–, Guzmán los vio compatibles con las teorías económicas de Chicago y tendió puentes entre ellos. Si se equivocó, la historia lo juzgará.

Contrario a las críticas que desde hace un tiempo se le ha venido haciendo al pensamiento de Jaime Guzmán, por considerarlo agotado en la medida que se entiende sólo en el contexto de la guerra fría, o que la aplicación del principio de subsidiariedad responde a la ideología liberal, el proyecto humano de Jaime Guzmán que hemos aquí resumido, responde a convicciones mucho más profundas que una ideología y es plenamente capaz de dar respuesta a los desafíos del Chile actual. Porque aquello contra lo que Guzmán siempre se opuso, el materialismo en su expresión colectivista o individualista ajeno de sustancialidad, siguen cobrando hoy protagonismo en el debate público, esta vez bajo representaciones ideológicas y relativistas manifestadas en el impulso de distintas reformas a nuestras instituciones, costumbres, modelo político y económico, etc. Del mismo modo, su comprensión holística del orden social, su esfuerzo por dar sentido moral a la actividad política y al progreso en general, junto con el estilo decidido para defender dichas convicciones, develan que la crítica responde a un error hermenéutico que desconoce la profundidad y el real sentido de su pensamiento” (FJG: I&P 194, 2016, pág.11).

Antes de cerrar esta columna no podíamos no referirnos a la muerte de Jaime Guzmán. Mientras se discutía en el Senado un proyecto que permitiera indultos por delitos terroristas, realizó un discurso rechazando la propuesta. Pocos días después, saliendo de su última clase en la UC, una célula del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) le quitaría la vida en un atentado que dos décadas después seguiría impune, incluso con complicidad internacional, lo que ha vuelto a ocurrir con el asilo político otorgado a uno de los autores materiales del crimen, Ricardo Palma Salamanca.

Si queremos articular un relato conservador para la derecha –como el que hemos ido esbozando en estas columnas y que profundizaremos en una próxima–, coherente con su historia y que permita definir con claridad un rumbo hacia el futuro, debemos estudiar en profundidad a Jaime Guzmán. Cuando más se le necesitaba, fundó un movimiento social que trascendió generaciones. Y propuso una política basada en el servicio y en la defensa de principios trascendentes, que se adentró en las poblaciones y se las arrebató a la izquierda.

Un proyecto político que aspiraba a una sociedad más justa y que no transaría en sus principios e ideales, sino que los defendería con fuerza. Hacen falta políticos como Jaime Guzmán, que estuvo dispuesto a morir por defender lo que creía correcto. Para armar un relato y un proyecto político conservador, que sea atractivo, con mística, y capaz de responder a las nuevas circunstancias, el testimonio y la propuesta gremialista de Jaime Guzmán son bibliografía obligatoria.