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Rechazo y mixta

Para quienes votamos Rechazo una duda crucial es qué votar en la segunda papeleta: Convención Constitucional, Convención Mixta Constitucional, Nulo o Blanco. Por supuesto, la pregunta no es fácil de responder y, en última instancia, es una decisión prudencial. Benjamín Lagos, en la edición de la semana pasada de VivaChile argumenta en favor de anular en esta papeleta, es decir, marcar ambas preferencias con un sentido de manifestarse contra ambas alternativas válidas existentes (Constituyente y Mixta). Yo, por el contrario, propongo que la alternativa más razonable para quienes rechazamos un proceso constitucional que se inicie en una hoja en blanco, es la Convención Mixta. 

Por supuesto, (casi) nada de lo que diré aquí es estrictamente original. Se inspira en conversaciones con amigos y en las argumentaciones proporcionadas en diversos espacios, entre otros, por la profesora de Derecho Constitucional Constanza Hube, el diputado Diego Schalper, el sociólogo y cientista político Patricio Navia, y la exministra Marcela Cubillos. También se inspira en los argumentos y falacias presentados por los partidarios del Apruebo –basta ver la franja–. 

Es cierto que, como dice Lagos en su columna, “a un partidario del ‘rechazo’ el voto nulo lo interpreta mucho más que cualquier Convención que, en realidad, no desea”. Sin embargo, no creo que al partidario del Rechazo le dé lo mismo una u otra convención en el escenario de que el apruebo salga victorioso. Pienso que la segunda papeleta está, justamente, pensada para quienes creemos que no es necesaria una nueva Constitución. A los partidarios del Apruebo no les interesa esa discusión, de hecho probablemente el 99% de ellos vote por la Constituyente. Es a los simpatizantes del Rechazo a quienes nos interesa que, en caso de ganar el Apruebo, se redacte la mejor Constitución posible. Por eso, anular no parece una opción prudente en una discusión que no es teórica ni filosófica, sino históricamente situada y con serias consecuencias para el devenir de la Patria.

Entonces, despejado esto, la pregunta decisiva es Constituyente o Mixta. Lo primero que tenemos que decir, suponiendo el triunfo del Apruebo, es que la nueva Constitución, con independencia de la Convención sancionada en el referéndum, será redactada por quienes los partidos hayan elegido (decisión ratificada por los ciudadanos con un lápiz). Perdón que te desilusione, pero la “señora Juanita” no redactará la nueva Constitución. Dado que el sistema electoral y el distritaje sancionados en el Acuerdo de noviembre coinciden con los de la Cámara de Diputados, es de esperarse que la composición de la Convención será similar a la de la actual Cámara Baja. 

La pregunta crucial, por lo tanto, es qué “tipo de diputados” serán los que finalmente redacten el Código Político. Y en este sentido, surgen dos preocupaciones provocadas por el sistema electoral y el voto voluntario; preocupaciones que se potencian al elegir una Asamblea Constituyente. El nuevo sistema electoral, a diferencia del binominal, no elige a la primera y la segunda o tercera mayoría, sino que permite la elección de no pocos candidatos que obtuvieron menos de un 10% de los votos e, incluso, postulantes con poco más del 1%. Por supuesto, estos candidatos no tienen representatividad aceptable para ejercer un cargo tan importante como el de quien redactará la Ley Fundamental que nos regirá en los próximos años. También existirá el incentivo para presentar candidatos vistosos pero poco preparados para redactar una nueva Constitución, provenientes de la farándula, el espectáculo o el deporte. 

Al mismo tiempo, no sólo la configuración del sistema electoral sino también el sufragio voluntario, favorecen la polarización del sistema entre pensamientos irreconciliables. Si bien, la Constituyente sería la “mejor” alternativa para que la “derecha con pantalones”, representada por José Antonio Kast, elija varios convencionales (suponiendo que irá por fuera y no llegará a un acuerdo con Chile Vamos), lo que es una buena razón para optar por la Constituyente, también beneficiaría electoralmente a grupos radicales de izquierda como el Frente Amplio, que buscan un cambio de régimen político y económico, contrariando la tradición política chilena. En ese sentido, la polarización de la futura Convención no beneficiaría la redacción de una Constitución razonable, dado que los dos tercios son para elegir qué entra en la nueva Ley Fundamental –y no qué “es reemplazado” de la actual, recordemos que partirá con una hoja en blanco–. En este sentido, de ganar la Convención “100% electa”, tendremos dos opciones similarmente nocivas para el proceso: la incapacidad total de los convencionales para llegar a acuerdos, dejando todo a determinar por ley simple, o la gestación de componendas que devengan en una Constitución maximalista e incoherente. 

Y no sólo eso, sino que tendremos –sin exagerar– dos Congresos funcionando al mismo tiempo, lo que desincentivará al Congreso Nacional a legislar buenas políticas sociales a la espera del resultado de la Convención, paralizando al país por dos años, y pagando un proceso constitucional no sólo excesivamente caro, sino que nunca estuvo entre las principales prioridades de la ciudadanía.  

Aún considerando lo dicho, hay tres argumentos a favor de la Constituyente (para quien vota Rechazo). Primero, representaría mejor a la derecha que la Convención Mixta. Segundo, tendríamos 155 convencionales constituyentes elegidos con el único objetivo de preparar el proyecto de nueva Constitución. Tercero, existiría la posibilidad de que los partidos presenten dentro de sus listas a académicos expertos en la materia –abogados constitucionalistas, cientistas políticos, filósofos políticos, etc.– que aporten una visión distinta a la hora de redactar el Código Político. Estos tres argumentos, me parece, son bastante importantes, aunque no creo que terminen por compensar los problemas desarrollados en los párrafos anteriores.

Con respecto a la Constitución Mixta, la situación es muy distinta. Es cierto que la derecha es minoría en el Congreso, pero –suponiendo que los “convencionales mixtos” sean elegidos en el Congreso Pleno por algún quórum especial–, no creo que los nombres del Frente Amplio o el Partido Comunista, logren los votos necesarios. Por el contrario, pienso que los parlamentarios optarán por nombres que generen consenso dentro del Poder Legislativo, lo que será muy importante a la hora de embarcarse en un proceso de esta naturaleza. Deberían elegir personas que no postularían por fuera ya sea porque, llevan mucho tiempo en el Congreso y no pueden reelegirse, no son muy conocidos mediáticamente, o no responden al perfil del votante ideologizado que queda sobre representado en elecciones de voto voluntario. Por esas razones, pienso que los nombres que seleccione el Congreso Pleno serán parlamentarios con mucha experiencia legislativa, moderados o abiertos a generar consensos y que no atraen las cámaras de los noticieros y los matinales. Es verdad, varios de ellos no serán de derecha, pero ninguno estará dispuesto a tirar por la borda lo que ellos mismos construyeron por tres décadas. Y su presencia en la Convención será la garantía de que el proceso se realice en continuidad con lo construido por el país en este tiempo y, lo que también es muy importante, respetando la tradición constitucional de la República. 

Otro motivo para votar Convención Mixta –en el cual insiste Constanza Hube–, es que la Convención Mixta permite un vaso comunicante con el Poder Legislativo que favorecerá buenas relaciones entre ambas instituciones. Por último, no podemos olvidar que la clase política nos embarcó en este proceso porque no quiso asumir ni su responsabilidad –por olvidarse de las urgencias sociales– ni su obligación constitucional –al ser quien ejerce en colegislación con el Presidente el Poder Constituyente derivado– de facilitar las reformas a la Ley Fundamental que hayan sido necesarias. Por eso, pienso que votar por la Convención Mixta Constitucional es un llamado de atención a los políticos para que “hagan su pega” y “no le echen la culpa al empedrado” por lo que ellos no han querido hacer. 

Por supuesto, no todo es miel sobre hojuelas, y la Convención Mixta tiene desventajas para quienes nos consideramos “de derecha”. Por de pronto, en el Congreso actual no sólo es minoría la derecha, sino que también lo son quienes se consideran provida, profamilia, que defienden la libertad de enseñanza e inspiran su acción política desde una mirada cristiana del mundo. Y la única forma de llevarlos a la Convención será, o buscando que postulen en el Congreso Pleno, o promoviendo candidaturas de inspiración cristiana por fuera. Sin embargo, al hacerlo nos embarcarán en un proceso refundacional donde el mal llamado “poder de veto” no impedirá el avance de políticas perniciosas respecto de los principios sociales cristianos –muchos de los cuales hoy están reconocidos en la actual Constitución–, sino que al quedar a la determinación de leyes simples será más fácil para los grupos progresistas promover su agenda. 

En síntesis, creemos que los partidarios del Rechazo no sólo no debemos anular, sino aprovechar la oportunidad que se nos ha dado de elegir por cuál Convención optaríamos si ganara el Apruebo, de facilitar que los convencionales redacten la mejor Constitución posible, y que el proyecto de nueva Constitución sea lo más respetuoso posible de nuestra tradición constitucional. Por eso, sostenemos que debemos elegir entre una de las dos opciones de la segunda papeleta, y que lo más razonable es votar por la Convención Mixta, y que ésta puede operar como dique de contención de los afanes refundacionales y de la demagogia de la izquierda, que con sus cantos de sirena nos hace creer que con una Asamblea Constituyente dejaremos por fin el infierno neoliberal y podremos alcanzar el paraíso de la igualdad. Por eso, no sólo Rechazo, sino que también voto Convención Mixta.