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18-O, un año después

Angustia, rabia, desesperanza, frustración, pena, son las palabras que se me vinieron a la mente el pasado domingo 18 de octubre. Pensábamos que habíamos aprendido, que esta vez los íbamos a contener, que el coronavirus los inhibiría de salir a las calles, pero un año después todo es igual a esa tarde de aquel viernes que detonaría la mayor crisis social y política de las últimas décadas. La imagen de las iglesias quemadas, imágenes religiosas profanadas, manifestaciones violentas en la Plaza Baquedano, etc., tal como un año atrás, dan muestra de la incapacidad del país de enfrentar la violencia en las calles. Porque éste no fue sólo un estallido de violencia que sacó a la luz el malestar social, sino que resquebrajó el tejido social: ya no vemos a los demás como hermanos, sino como enemigos.

Por supuesto, la primera conclusión política al respecto es que con este nivel de división social y política no es posible el desarrollo de un proceso constituyente medianamente pacífico donde se alcancen los acuerdos necesarios para redactar una constitución razonable. Sin embargo, la profundidad de la crisis es aún mayor y no se resuelve con el triunfo del Rechazo. El triunfo del Rechazo no traerá la alegría ni nos retornará por sí sólo a la senda del progreso material y espiritual de la Patria, sólo detendrá el devenir de la crisis en curso.

Hace un año, decía que urgía en el país una reconstrucción espiritual. La crisis que enfrentamos no se resuelve con una nueva Constitución, pero tampoco sólo manteniendo la actual. Es necesario trabajar, cada uno en su sitio, por restaurar los vínculos sociales que han sido destruidos. La tarea que tenemos por delante es ardua. Reconstruir la institución de la familia, el respeto por las autoridades, por la Iglesia, por Carabineros, por los que piensan distinto a mí, de la necesidad de resolver los conflictos de forma pacífica y no legitimar la violencia como método de acción política, de ofrecer un horizonte de sentido a las futuras generaciones. 

Gonzalo Vial nos advertía en sus columnas en La Segunda que si no nos preocupábamos de la familia iba a “estallar” una crisis social. Una crisis que no quisimos ver y que hoy no sabemos cómo solucionar. Ahí uno ve qué significa que la familia es la “base fundamental de la sociedad”, todo el orden social se fundamenta en la familia, y cuando ésta se desmorona, tarde o temprano lo hará la sociedad. Ese fue el gran error del país en los últimos 30 años. 30 años después, nuevamente debemos trabajar por la reconciliación nacional. En suma, nuestra tarea será transformarnos en “agentes de paz”, como nos exhortó monseñor Celestino Aós. 

Como nos dijo San Juan Pablo II en el Estadio Nacional: “Cristo nos está pidiendo que no permanezcamos indiferentes ante la injusticia, que nos comprometamos responsablemente en la construcción de una sociedad más cristiana, una sociedad mejor. Para esto es preciso que alejemos de nuestra vida el odio; que reconozcamos como engañosa, falsa, incompatible con su seguimiento, toda ideología que proclame la violencia y el odio como remedios para conseguir la justicia. El amor vence siempre, como Cristo ha vencido; el amor ha vencido, aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas, pueda parecernos incapaz. Cristo parecía imposibilitado también. ¡Dios siempre puede más!”.