Arturo Prat Chacón

José Tomás Hargous Fuentes | Sección: Arte y Cultura, Educación, Historia, Vida

“Es hermosa nuestra historia, y para dar en una narración a nuestros hijos la llamarada del heroísmo, no necesitamos recurrir ni a Grecia, ni Roma, si Prat fue toda Esparta”, sostenía Gabriela Mistral hace poco más de cien años. La semana pasada conmemoramos un acontecimiento clave en la historia de Chile: el Combate Naval de Iquique (1879). La gesta heroica de Arturo Prat Chacón (1848-1879) fue decisiva para el triunfo de la Guerra del Pacífico (1879-1883/84), que en ese entonces llevaba librándose por casi dos meses, al despertar en los chilenos un fervor patriótico que permitió sobreponerse a la inferioridad numérica y –al comienzo– técnica, respecto de Perú y Bolivia, unidos en un pacto secreto.

Arturo Prat ha sido considerado como el máximo héroe naval chileno, y de forma prácticamente unánime como el máximo héroe del país. En otra columna recordábamos a Prat dentro del panteón de próceres nacionales, integrado también por “Pedro de Valdivia, Lautaro, Caupolicán, José Miguel Carrera, Bernardo O’Higgins, Diego Portales y tantos otros”. 

El ejemplo de Prat es notable, incluso sólo si consideramos su martirio en la Rada de Iquique. No por nada es reconocido por la Academia Naval del Japón como uno de “los tres héroes máximos en la historia naval de todo el mundo”, al encarnar las siete virtudes del samurái: “rectitud, cortesía, valor, honor, benevolencia, honestidad y lealtad”. Prat era ejemplo de dichas virtudes mucho antes de morir a manos de la tripulación del Huáscar. Ciertamente debieron ser valoradas cuando fue ascendido a Capitán de Fragata con sólo 29 años. 

Un año después fue destinado a Uruguay a desempeñar labores de inteligencia en Argentina, en medio del conflicto por la Patagonia Oriental. El Presidente Aníbal Pinto requería “un oficial de Marina de absoluta discreción y confianza”. “El objeto de su viaje, me dijo su Excelencia, es saber si está dispuesto a trasladarse a Montevideo para saber lo que se haga en la República Argentina, en orden a armamentos, movimientos militares y toda clase de aprestos que revelen un carácter hostil a Chile, pues se están recibiendo continuamente telegramas alarmantes, quizás sin fundamento real y lo que se desea es saber lo que haya de positivo”, diría Prat. 

Según recopila Gonzalo Vial (Arturo Prat (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1995), 151), “Si el agente chileno minusvalora de manera abierta la potencia terrestre y naval de Argentina, no se cansa de insistir con alarma –al mismo tiempo– sobre lo que considera acelerados preparativos de guerra bonaerenses… Juzga tales los planos y expediciones, el avance del telégrafo, la compra del blindado francés y otra, que igualmente se rumorea, de dos naves similares, norteamericanas […]”. Esa misión de Prat no sólo da cuenta de su capacidad, empeño y trabajo, sino que también revela su honorabilidad, particularmente en cuanto a sus gastos, de los que rindió cuenta de forma “sobria y prolija” (Gonzalo Vial, Arturo Prat, 157).

Otro episodio de su vida que da cuenta de sus virtudes cívicas es su interés por estudiar la carrera de derecho –y de ejercer como abogado en Valparaíso–, siendo el primer marino en servicio activo en titularse de dicha profesión en Chile. No sólo debió estudiar como alumno libre –generalmente embarcado– los cursos de la licenciatura en ciencias jurídicas, sino que también los del Bachillerato en Filosofía y Humanidades, equivalente a la actual enseñanza media, jurando ante la Corte Suprema en 1876, luego de aprobar la memoria de título “Observaciones a la lei electoral vijente” (con la Ortografía de Bello en el original).

Como sostiene Cristina Melo, su ejercicio de la profesión jurídica fue “ejemplo de su ética, rigurosidad, honestidad y probidad con una visión de justicia y amor a la Patria”. Lo dijo el mismo Prat: “La idea de abandonar la Marina me es antipática y, a la verdad, solo impelido por poderosas razones me decidiría a hacerlo. No cuento entre mis defectos la inconsecuencia. Mientras no posea un nombre, si no respetable, al menos de mérito como abogado, debo conservar el de marino, que me lo ofrece, y llevar como accesorio el otro. No tengo ninguna mezquina ambición; los honores ni la gloria me arrastran; pero creo puedo servir en algo a mi país en la esfera de actividad tanto del uno como del otro”.

Ya de regreso en Chile, al momento de estallar la guerra, estaría destinado en Valparaíso desempeñando funciones administrativas. Deseoso de servir a su Patria, solicitó ser trasladado al campo de batalla. La historia ya es por todos conocida. Hábil estratega, sabía que la única posibilidad de derrotar al Huáscar era abordarlo con el objetivo de tomar la torreta. Y así lo hizo apenas fue posible, no sin antes gritar su arenga: “¡Al abordaje muchachos! La contienda es desigual, pero ánimo y valor. Nunca se ha arriado nuestra bandera ante el enemigo y espero que no sea ésta la ocasión de hacerlo. Por mi parte, os aseguro, que mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar y si yo muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber. ¡Viva Chile”. 

No fue posible el triunfo, pero sí mantener el mandato de no “arriar la bandera ante el enemigo”. Su segundo comandante, Luis Uribe, obedecería la orden de su superior y mantendría el estandarte flameando, prefiriendo ser hundido a rendirse, siendo tomado prisionero de guerra por la Armada Peruana. 

La gesta de Prat y su tripulación quedaría inmortalizada en la historia de Chile. En palabras de William F. Sater, “[Prat se convirtió] en la encarnación de un liderato dinámico y de una superioridad espiritual: el hombre que trajo fama a Chile, el guerrero que había igualado las proezas de los antiguos griegos. Para una nación donde la venalidad abundaba, donde una pequeña camarilla devaluaba la moneda del país y corrompía su sistema electoral, Prat representó la encarnación de la virtud cívica, un hombre tan dedicado a sus deberes que ningún motivo personal le impidió el cumplir con sus obligaciones cívicas” (La imagen heroica en Chile. Arturo Prat, santo secular (Santiago: Ediciones Centro de Estudios Bicentenario, 2005), 194).

Incluso, su valentía sería reconocida por Miguel Grau, comandante del Huáscar (Carta de Miguel Grau a su cuñada Mercedes Cabero de Viel, 1879): “ambos buques [la Esmeralda y la Covadonga] se han defendido con una bizarría extraordinaria; a mí me tocó batirme con la Esmeralda a la que me vi obligado a echar a pique porque nada había logrado hacerle con los 40 cañonazos que le había disparado en cerca de tres horas de combate”. Sobre Prat, sostendría que “el valiente Comandante de la Esmeralda murió como un Héroe en la cubierta de este buque, en momentos en que emprendió un abordaje temerario. Yo hice un esfuerzo supremo por salvarlo, pero desgraciadamente, fue ya tarde. Su muerte me amargó la pequeña victoria que había obtenido y pasé un día muy afligido”.

Arturo Prat Chacón se entregó al servicio de la Patria, sellando con su muerte una vida de sacrificio por Chile, como marino, abogado, esposo, padre de familia y amigo ejemplar, ofreciendo un corolario de virtudes cívicas que lo ponen a la cabeza del panteón nacional. Como exigía Bernardo O’Higgins, “¡Vivir con honor, o morir con gloria!”. Prat, aunque sin quererla, fue reconocido por su Patria por la segunda. La “historia de los héroes” no sólo debe inspirar la educación cívica de los futuros ciudadanos. En este nuevo aniversario del Combate Naval de Iquique, como chilenos no podemos sino recordar su ejemplo e intentar ponerlo en práctica con nuestras vidas.