Volvamos a la historia de los héroes
José Tomás Hargous Fuentes | Sección: Arte y Cultura, Educación, Historia, Sociedad

El domingo recién pasado celebramos un nuevo aniversario de los Combates Navales de Iquique y Punta Gruesa, desarrollados el 21 de mayo de 1879 en el marco de la Guerra del Pacífico (1879-1883/4), que enfrentó a Chile con Bolivia y Perú. Ciento cuarenta y cuatro años después se pueden sacar muchas lecturas y lecciones de dichos acontecimientos, y en esta columna quería rescatar una arista poco abordada: la historia de los grandes héroes.
Cuando éramos pequeños, todos aprendimos las hazañas de Pedro de Valdivia, Lautaro, Caupolicán, José Miguel Carrera, Bernardo O’Higgins, Diego Portales y tantos otros. Y en ese panteón un lugar preponderante lo tenía Arturo Prat, con su gesta en Iquique. Los héroes no son meros dioses secularizados, ídolos del Estado nación o un burdo intento de generar unidad nacional –reemplazado por la Selección cuando ésta jugaba bien–. Aunque cumplieron la función del “santo secular” –como calificó Simon Collier al héroe de Iquique–, o justamente quizás por eso, los héroes son modelos de virtud pública para los futuros ciudadanos.
En ese sentido, cuando se dice que la Historia cumple la función de Magistra Vitae, esto cobra especial validez cuando volvemos a los héroes. Los héroes son personas que sirvieron a la Patria en momentos relevantes, entregando lo mejor de sí, incluso algunas veces la propia vida, en defensa de un ideal. Naturalmente, no eran hombres perfectos, muchos tuvieron problemas en la vida privada, o en momentos anteriores o posteriores de su vida pública. Pero la heroicidad del hecho con que se les recuerda y honra, los convierte en modelos para las futuras generaciones, y en modelos alcanzables o replicables en los espacios donde cada uno se mueve.
Esta forma de ver la historia ha sido muy vilipendiada por el establishment cultural. Se dice que la historia no es de héroes sino de procesos, que debe ser neutral y que no debe enseñar nada (más allá de los hechos) sino sólo ser comprendida e interpretada. Naturalmente, la historia “científica”, académica, debe ser de interpretación de hechos y procesos, de la evolución de instituciones, organizaciones e ideas. Pero la historia no está hecha para ser guardada en las bibliotecas, sino que debe ser conocida y comprendida por todos, con un para qué: aprender de los errores y aciertos del pasado, para no repetir los primeros e inspirarse en los segundos. Y también, para recordar que el país no empieza con nosotros, y que muchos han dado todo por él y bien haríamos en (re)conocerlos.
La crisis que vive nuestro país –y la civilización occidental en su conjunto– de confianza en la autoridad y en las instituciones, de la falta de valores en la sociedad, etc., pasa justamente por la falta de educación cívica. Y ésta no es solamente enseñar cómo funciona la Contraloría General de la República o el aparato estatal, o cómo se dobla el voto antes de insertarlo en la urna, sino transmitir virtudes cívicas, para lo cual la Historia –especialmente la de los grandes héroes– juega un rol crucial. En tiempos de crisis, bien haríamos en rescatar de las bibliotecas a nuestros héroes olvidados y deshonrados. Si queremos reconstruir espiritualmente nuestra sociedad, debemos comenzar por educar a nuestros jóvenes en torno al ejemplo de los “mejores de los nuestros”, no sólo para honrar su gesto heroico, sino para aprender de ellos y que en el futuro podamos servir como ellos.