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¿Y vamos a seguir?

Nuestra clase política continúa empeñada con ahínco en generar una nueva Constitución, pese al enorme desprestigio que la afecta, a estar el gobierno en su momento de aprobación más bajo y de rechazo más alto, y haber manifestado la ciudadanía en todos los tonos que existen otras preocupaciones mucho más importantes que la aquejan, respecto de las cuales se ha notado mucho menos interés de su parte por resolver.

Si bien es un tema que aún no está definido en sus detalles, ahora se están proponiendo la intervención de diferentes comisiones, así como del congreso, además de otra convención constitucional y un plebiscito de salida, en una nueva fórmula que combina todos estos elementos, que intenta superar el bochorno de la anterior y el franco repudio que recibió en las urnas.

Sin embargo, lo importante no es cómo quiere realizarse este proceso, sino de manera más profunda, si debe llevarse a cabo. Para la clase política no cabe duda, lo cual hace preguntarse nuevamente por qué tanto interés. Sobre todo que al participar de manera tan activa en esta nueva fórmula, resulta ingenuo pensar que el texto que eventualmente se proponga limitará su poder. Ello sería como colocar al gato al cuidado de la carnicería.

Además, con esta mentalidad, de fracasar este nuevo itinerario propuesto, habría que iniciar otro, y así indefinidamente hasta que se logre este anhelo tan buscado por sus promotores.

En realidad, cualquier nueva fórmula para llevar a cabo un proceso constituyente se deslegitima desde su base, por mucho que se lo maquille, si no existe un plebiscito de entrada, requisito sine qua non para darle curso. Y es este el asunto más delicado de toda esta cuestión, que hace dudar de si realmente nuestro sistema democrático sirve de algo, o se ha transformado en una mera pantalla para legitimar decisiones ya tomadas de antemano por la clase política.

Además, con los niveles de corrupción que se han ido descubriendo y el desprestigio de la clase política que ya parece ser parte de su esencia, ¿alguien va a ser tan ingenuo como para pensar que este proceso busca sobre todo el bien de los gobernados y la real solución de nuestros problemas?

No se trata de ser mal pensados, sino realistas: si tanta resistencia, hostilidad e incluso asco produce la política para buena parte de la población (algo que por lo demás parece haberse dado en todos los tiempos) y viendo el comportamiento más que discutible de muchos de quienes se dedican a esta actividad (lo que hace que innumerables buenas personas no estén dispuestas a incursionar en ella), ¿qué se puede esperar?

Así las cosas, no queda más que insistir en que hay otras fuerzas que están dirigiendo este proceso: el interés de esta misma clase política o uno superior al que ella obedece.

Esta última situación no es “conspiranoia”: actualmente existen poderes de facto tan pero tan grandes a nivel internacional, que habría que ser muy ingenuo para pensar que no buscarán influir en el destino de diferentes países para conseguir sus propios intereses, que indudablemente apuntan a obtener más poder. No tener en cuenta este crucial dato al día de hoy denota una ceguera o ingenuidad muy difíciles de justificar.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por diario El Sur de Concepción. El autor es Doctor en Derecho y profesor de filosofía del derecho en la Universidad San Sebastián.