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Un país en separación (I)

El 8 de junio de 1978, en los jardines de la Universidad de Harvard, el premio Novel de literatura Alexandr Solzhenitsyn, profirió tal vez uno de los discursos más polémicos de los últimos tiempos: A world split apart (Un mundo dividido). Fue uno de esos discursos tan escasos hoy en día, por no decir, de aquellos que simplemente ya no se ven, el cual invito a leer o a escuchar (https://www.solzhenitsyncenter.org/a-world-split-apart). 

Sin lugar a duda, nuestra civilización vive tiempos tumultuosos que, entre inestabilidades económicas y vientos de guerra que amenazan desatar la tercera guerra mundial (que, en la práctica, ya está en curso), mantienen a la humanidad en vilo. Peor aún es esta suerte de esquizofrenia social que, deleitándose en el deconstruccionismo, ha pervertido la mente de las generaciones más jóvenes, usándolas -como de costumbre- como arma para ejecutar la aniquilación de toda la estructura valórica, jurídica y también espiritual de las que antes llamábamos “sociedades libres”.

¡Pobres jóvenes! Les hicieron creer que serían la vanguardia y garantes del nuevo mundo y entregaron sus vidas y su futuro a innumerables ideologías retorcidas maquilladas de libertad -pero que no son otra cosa más que libertinaje- al amparo de aquella frasecita maldita “es lo que yo quiero”. Lo que no parecen advertir es que sólo los lleva a la ruina, a un vacío superior que aquel que desean llenar y, en último término, a la pobreza. Sí, a la pobreza. Tal vez no material, pero sí a una más profunda y devastadora, como lo es la pobreza moral y principalmente la espiritual. Esta última, de manera perversa -diabólica, diría yo- oculta a los ojos de los jóvenes, el mensaje por detrás de estas ideologías, aquél que en el relato de Dante se encuentra a la entrada del infierno diciendo: “dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”.

La desesperanza ha ido acompañada de una pérdida de valentía e ímpetu para defender la verdad. Tal vez me equivoco y van de la mano, o, peor aún, la cobardía le dejó el terreno libre a estas fuerzas de naturaleza global que han impactado a la civilización occidental desde su núcleo: la familia y las relaciones humanas. Solzhenitsyn nos advertía en su discurso que la pérdida de la valentía en una sociedad es el comienzo del fin.

Es así como, lo que entendíamos por libertad en todas sus formas, ya no lo es; tal vez porque en la búsqueda obsesiva de la defensa de los derechos de supuestas minorías y, haciendo uso del miedo, ahora son las mayorías y el sentido común los que -en palabras del autor- “han quedado indefensos frente a determinados individuos”. Continúa Solzhenitsyn señalando que “es hora, en Occidente, de defender no tanto los DD.HH. como las obligaciones humanas”.

Sin ir más lejos, hagamos el ejercicio de escuchar los discursos del presidente Boric o los comentarios de cualquiera de los escuálidos 26% que aún lo apoyan y veremos que los tales derechos se han transformado en una especie de fetiche e inclusive en un mantra sagrado, olvidando la importancia de los deberes y obligaciones que le caben a los ciudadanos. Más aún, en la propuesta constitucional la palabra “derechos” constaba 220 veces, mientras que los “deberes”, sólo 7.

Hay libros –y también discursos- que tienen un aire profético. Sus autores -con excepción de los profetas bíblicos- no son personajes tocados con ese don divino, sino simplemente personas cargadas con sentido común capaces de leer la realidad. Permítame una cita textual del discurso en cuestión. “…muchas personas que viven en occidente están insatisfechas con su propia sociedad. La desprecian y acusan de no estar a la altura de los avances de la humanidad. Con ello muchos se inclinan por el socialismo, que es una corriente falsa y peligrosa…El matemático de la Academia Soviética de Ciencias, Igor Shafarevich, ha escrito un libro que…demuestra que el socialismo de cualquier tipo conduce a la destrucción total del espíritu humano y a la nivelación de la humanidad hasta la muerte”. ¿Le resultan familiares las palabras anteriores?

Siendo francos, muchos de los dolores del pasado de nuestra sociedad -algunos de los cuales se remontan al siglo XIX- nos pasan la cuenta hoy. Tanto esfuerzo de reconciliación parece haber sido en vano. Pareciera que el propio progreso de nuestro país, junto con los fantasmas del pasado, nos han traído a este cisma. Nuestro país se está separando en dos posiciones antagónicas. El 5 marzo de 1946 Winston Churchill nos advertía “una cortina de hierro ha caído sobre el continente”, dividiendo al mundo en dos bloques.

Una cortina de hierro cayó sobre nuestro país, separándonos en dos bloques que a estas alturas parecen irreconciliables. La división nacional está separando amistades, familias, colegas, y, en definitiva, a toda la sociedad. Ya no se trata de antagonismos de derechas o izquierdas, de arriba o de abajo. Se trata de dos mundos dentro de nuestro país y de la propia civilización occidental; se trata de aquellos que nos aferramos a los principios, a la tradición cultural y al sentido común, y de aquellos que están por derrumbarlo todo montando un nuevo código de principios que ellos mismos desconocen a dónde los han de llevar. De seguir este proceso, tenemos tres alternativas: lo paramos, lo dejamos seguir su curso para adentrarnos en una suerte de guerra fría chilena, o nos lleva a la guerra civil.