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¿Qué dice la Iglesia Católica sobre los funcionarios electos?

No confíes en los príncipes”, escribe el salmista (Sal 146:3), explicando que no vamos a obtener ayuda de ellos. Tenía una visión pesimista de los políticos, que no es la visión estadounidense habitual. Tenemos -especialmente antes de las elecciones- una gran esperanza en los príncipes, siempre que sean nuestros príncipes, y no los del otro lado.

Tendemos a sentir que el futuro de la nación depende de nuestros príncipes, y, tal vez, sentimos aún más que depende de la derrota de los príncipes del otro lado. He estado involucrado en política durante mucho tiempo, y tengo la clásica mala opinión del periodista sobre los políticos, y todavía me siento ansioso.

Y no sin razón. Por muy poca que sea la estima que uno tenga por el sistema político estadounidense -y la mía está en el extremo inferior de lo bajo- todavía afecta la vida de las personas, sobre todo la vida de los pobres y vulnerables. Si es elegido, un candidato hará una cosa y el otro hará otra. Los bienes políticos que nos preocupan a los católicos, como la protección de la dignidad humana y la promoción del florecimiento humano, pueden verse favorecidos o dañados, según quién sea elegido.

¿Qué dice la Iglesia sobre estos príncipes, nuestros políticos? ¿Nos dice cuánto podemos confiar en ellos, cuánta esperanza podemos invertir en ellos? ¿Podemos citar a alguien sobre este asunto, además del salmista? Sorprendentemente, por lo que puedo encontrar, no.

La tradición católica tiene en alta estima la vocación del político. Como el Papa Francisco escribiera en la encíclica Evangelii Gaudium: “La política, aunque a menudo denigrada, sigue siendo una vocación elevada y una de las formas más elevadas de la caridad, en cuanto busca el bien común”.

El propio Papa Bernedicto XVI dió a entender lo mismo cuando escribió en Deus Caritas Est que “el justo ordenamiento de la sociedad y el Estado es una responsabilidad central de la política”. Tanta responsabilidad implica una seria vocación para quien la acepta. La mayoría de las declaraciones sobre la vida política dicen algo así.

La nota doctrinal emitida por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger sobre “La participación de los católicos en la vida política” comenzaba señalando que la Iglesia venera a muchos que sirvieron como políticos. Menciona al santo patrono de los políticos, Santo Tomás Moro, quien en su martirio dio testimonio de “la dignidad inalienable de la conciencia humana”. Agregaría que su muerte por decapitación por orden del rey también es testigo de la dificultad de ser un político honorable, y esa dificultad sugiere que puede haber relativamente pocos de ellos. Para muchos, perder su cargo sería solo un poco mejor que perder la cabeza.

La Iglesia habla muy bien de la vocación del político. Pero por lo que puedo encontrar, nuestra tradición autorizada no habla en absoluto de los políticos tal como los conocemos en la vida real. Al menos la tradición articulada en las modernas naciones democráticas occidentales, no tienen una tradición del Salmo 146.

No ofrece advertencias como las del historiador católico Lord John Dalberg-Acton quien afirmara “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Ni la siguiente frase -menos citada pero igualmente relevante- “Los grandes hombres son casi siempre hombres malos” (quiere decir “grande” en un sentido mundano, como tener poder y posición. Como los políticos exitosos)

En cambio, los documentos magistrales describen el tipo de líderes que deberían ser los políticos, pero no el tipo de líderes que tienden a ser en la práctica. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Católica describe en un breve párrafo las virtudes del político, en particular “la paciencia, la modestia, la moderación, la caridad, el esfuerzo por compartir”. Luego describe la “corrupción política” como una de las “deformidades del sistema democrático”, pero sin decir quién es el que podría ser corrupto.

Para tener una visión de los políticos, debemos mirar aquellos cuyas vidas y testimonios les dan autoridad para hablar, incluidos aquellos que estaban más radicalmente desvinculados del sistema político. Muchos, muchos han escrito sobre esto. Entre ellos se encuentra Dorothy Day y su mentor Peter Maurin. En mi lectura, la propia Day casi nunca habla de los políticos como grupo. No eran relevantes para la forma en que ella pensaba que los católicos deberían vivir. Ni ella ni Maurin votaron.

Day y Maurin escribieron juntos cientos de miles de palabras explorando lo que significa la vida sin confianza en los príncipes. Se los puede encontrar en las columnas de Day para The Catholic Worker y en sus diarios, publicados como The Duty of Delight. Eligieron vivir en la pobreza, pero fuera del sistema político, para cuidar y compartir la vida de los pobres de un modo que habría sido imposible en el sistema.

No tenemos que estar de acuerdo con su desvinculación radical del sistema, pero creo que todos deberíamos desvincularnos en algún grado y actuar políticamente para lograr el bien que podamos, pero sin confiar en los políticos o en la política. No podemos confiar en que defiendan a los pobres y vulnerables, que es la prueba principal, creo yo. Siempre tendremos a los pobres con nosotros, y una de las razones es que los pobres son útiles para los ricos, y los ricos incluyen tanto a los “del movimiento woke” como a los propios ricos. Por tanto, incluye a la mayoría de nuestros príncipes.

Católicos como Day y Maurin han dado una posible respuesta al salmista, a todo el salmo (no sólo a su línea más famosa). El salmista dijo más que sólo el comentario de advertencias sobre los príncipes. Escribió “No confiéis en los príncipes” en el segundo verso de un salmo que comienza “¡Aleluya! Alabado sea el Señor”, y continúa diciendo cuán feliz y bendito es el hombre “cuya esperanza está en el Señor, su Dios”, y no en los príncipes.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por National Catholic Register, el lunes 7 de noviembre de 2022. La traducción y la edición del texto, se las agradecemos a Juan Pablo Zúñiga Hertz.