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¿Cabras, caballo o camaleones?

Aún retumban en todo Chile los ecos de un claro y fuerte ¡rechazo! a una propuesta de nueva Constitución que pretendía, literalmente, sacudir los cimientos del país. El resultado del plebiscito demostró al mundo que advirtiendo a tiempo el peligro es posible repelerlo. Que atreviéndose a levantar el disfraz se descubrirá siempre al lobo que se esconde bajo él. La lectura del desenlace, no obstante, debe ser muy cautelosa; hay al menos tres “entrelíneas” que proyectadas a un plazo no tan largo, demandan nuestra atención para saberlas interpretar y ser precavidos. Porque descubrir al lobo no equivale a eliminarlo y en el contexto actual Chile vive una situación muy frágil y, de más está decirlo, el animal anda suelto. 

Por una parte el gobierno, coligado en una absoluta intimidad con el partido comunista y la izquierda radical, son los agentes (encubiertos, naturalmente) que más contribuyen a oxigenar una crisis política y social ya prácticamente institucionalizada en el país y sin visos de mermar ni, menos, de concluir. ¿Propósito? el habitual del comunismo en el mundo: desestabilizar un país para luego tomarse el poder. De hecho, leyendo las conclusiones del X Pleno del Comité Central del Partido Comunista celebrado el 15 y 16 de octubre pasado, es evidente que el próximo año nos van a mantener con demasiada actividad. En su aquelarre, los comunistas resolvieron “mantener vivo el espíritu del 18 octubre 2019 porque su ciclo aún no termina”; aseguraron que el “Proyecto de Allende está inconcluso pero no derrotado”; y nos advirtieron que recordarán los 50 años transcurridos desde el 11 de septiembre de 1973 mediante la “articulación de un plan de masas” (a buen entendedor… hasta donde se sabe, el partido no tiene panaderías).

Pero en la borrasca que nos envuelve, existe otro factor que en nada contribuye a una proyección nítida del panorama político. Hubo en el plebiscito último un 38% del electorado, casi 5 millones de votantes, que aceptaron la temeraria Constitución propuesta; y entre estos no solo hay comunistas, ahí está también parte de la izquierda, los indigenistas, ecologistas, extranjeros revoltosos que ya cuentan con derecho a sufragio, los anarquistas, todos los “multigéneros” imaginables a la fecha, los animalistas, etc. Pero, bueno, esos ya no sorprenden a nadie; el enigma es que por sobre todos ellos, ese 38% lo engrosó una multitud de personas dispuestas a “experimentar” el cambio ofrecido. Cándidos quizás, creyeron en las profecías anunciadas pero, ¿habrán leído, al menos, la propuesta de Constitución antes de votarla? Y esa es, objetivamente, una fuerza nada despreciable, que con su candor podría en cualquier momento dar vuelta la balanza y llevar a Chile a terrenos demasiado pantanosos. 

A todo lo anterior se agrega un tercer ingrediente en esta lista inquietante y que nos exige ser cautos porque añade toxinas al caldo. Y es que se está haciendo cada vez más ostensible que parte de la nación chilena se ha ido reblandeciendo, nos han inoculado una “modernidad” rupturista, individualista, intrascendente, materialista, que contemporiza con todo y que se sonroja al escuchar términos tales como tradiciones, costumbres, conservadores, valores inmutables. Y reflejo de lo mismo es lo que está ocurriendo en la actividad política; Chile ha ido perdiendo su derecha tradicional, esa que debería actuar como el imprescindible contrapeso ante una conducción del país que se ve claramente perjudicial a sus intereses, una que defienda los principios, valores y fundamentos que han dado sustento a nuestro país, que sea inflexible y frontal para detener los propósitos del partido comunista, artífice intelectual y material en la conducción del actual gobierno. ¿Chile Vamos? Este grupo pareciera aspirar a desempeñar ese rol pero, de alguna forma, se fue apropiando del concepto de “Derecha” con la pretensión de modernizarlo, y hoy lo conforman galgos y podencos amparados todos bajo el calificativo de “centro derecha”, apodo de carácter gelatinoso cuya consistencia normalmente aparenta equilibrio… hasta que la mueven. Es sabido, además, que las gelatinas dificultan la fluidez natural (de la sana política, digo), y obligan a diluir la situación con purgantes acorde a los tiempos, tales como el liberalismo extremo, ese que adormece, aplaca, pero insensibiliza hasta que termina por oscurecer la verdad, nublar algunos principios inmutables, no transables, que corresponden al orden moral objetivo. Y ese grupo no ha sabido o querido evitar legislaciones como la del divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la identidad de género, los derechos sexuales y reproductivos, y otras que ya están arruinando la familia, y que, tristemente, han contado con los votos de algunos miembros de dicha colectividad.  

La opinión pública se desconcierta con las metamorfosis en política; éstas no siempre terminan bien. Recordemos la trágica experiencia de un grupo de antiguos escindidos del partido conservador que, congregados en uno nuevo, quisieron “ir con los tiempos” y terminaron años después entregando formalmente el control del país al marxismo. Y hoy en Chile Vamos se observa con desasosiego un sucedáneo de “derecha”, un grupo que, aunque no lo quiera, se percibe cortoplacista, y esto no requiere de mayor habilidad política sino sólo de un sentido de supervivencia lo que, de alguna forma, obliga a ponerse a disposición de la izquierda. Por lo mismo, ya empieza a parecer algo chocante esa mancomunada travesía entre algunos valerosos miembros herederos de la antigua derecha y de nuevos y muy promisorios militantes que defienden con ahínco sus convicciones y principios, con otros que van en el mismo bote pero luciendo en sus cabezas aquellos gorros frigios que nos hacen evocar la revolución francesa. Esa “centro derecha”, pareciera querer demostrar que se “puso al día”; que ahora sí va con estos tiempos; que se ha modernizado; que desea ser vista muy lejos de aquella “extrema derecha”. Pero eso tiene un costo en credibilidad; están descuidando la representatividad de un importante sector del país que no comulga con los gorros frigios, que se angustia con el equilibrismo  y que, esperanzados, muchos han hallado otros domicilios sólidos que los reciban; y todo ello a pesar del esfuerzo que algunos puedan estar ejerciendo desde dentro para evitar los “Desbordes”.  

Un patético ejemplo de lo anterior lo dio Chile Vamos en el reciente proceso plebiscitario. Fue el gobierno de Piñera el que, incapaz de controlar la grave crisis política que vivía Chile, posibilitó el embrollo a que se llegó en octubre de 2019, y ese fue el momento oportuno que aprovechó esa astuta oposición (la de aquel tiempo sí que lo era), para tenderle su mano al tembloroso y casi agónico gobierno, ofreciendo darle continuidad a cambio de gestar un plan perverso: crear la necesidad de una nueva Constitución para el país fingiendo que en ella radican los problemas de la gente. Había que matar la madre del cordero, la que había sabido robustecer su cría, para dar a luz un monstruoso engendro. Así, diestra y siniestra, luego de un abrazo amoroso, dieron vida a una ilusión, a una dramática quimera. A quienes querían cambios en el país, finalmente se les ofreció una infamia que no esperaban. Y a quienes no los queríamos, se intentó hacernos tragar una rueda de carreta indigerible. 

Pero, como si aquello no hubiera sido suficiente, nuevamente esa “centro derecha” (oposición la llaman) nos ha preparado un segundo acto; hoy busca otra salida distinta a la que ya había sido acordada y que quedó resuelta y sellada con el último plebiscito y por una amplísima mayoría de ciudadanos. Esto sí que ya está siendo una terrible manifestación de paranoia política. Ocho millones de votantes rechazaron el proyecto de nueva Constitución, una mayoría nunca vista antes en Chile, pero ni siquiera eso fue suficiente para que los ejecutores de la componenda cumplieran el compromiso que habían contraído pública y solemnemente ante todo el país: mantener vigente la Constitución de Lagos si el resultado era adverso a la propuesta (y que ellos también rechazaron). Hoy, esos pretendidos curanderos nos insisten en que el país sólo sanará sus heridas con una nueva Constitución. ¿Estupidez, cobardía, mala intención, incompetencia?, probablemente todo eso, pero falta algo más grave aún: deslealtad (muy diplomáticamente dicho), particularmente con ese 62% del país que repelió el peligro a tiempo. La verdadera derecha no lo habría permitido. ¿No podría, acaso, exigírseles que honren su palabra empeñada y finiquitar de una vez este interminable proceso, que deberíamos suponer ya enterrado y bien muerto y no lo está porque esa “oposición” no cumplió su compromiso y continúa dialogando para oxigenar al difunto? Esa actitud es también una contingencia para nuestra estabilidad política; nada ha cambiado desde hace ya tres años, cuando firmó aquel promisorio acuerdo “Paz y nueva Constitución” que nos aseguró volvería las aguas a su cauce. 

Por lo mismo, advirtiendo la amenaza de esta derecha en avanzado proceso de metamorfosis y que se suponía sería la fuerza opositora a la peligrosa patrulla juvenil gobernante, muchos han tomado conciencia del desamparo en que ha ido quedando Chile y, con seguridad, hoy deben estar recordando aquel viejo proverbio que aconseja no acercarse a una cabra por delante, a un caballo por detrás ni a un camaleón por ningún lado. 

Si bien el plebiscito tuvo un resultado que terminó sacudiendo los propósitos de sus autores, sigue vigente aún la pregunta: ¿qué más deberemos esperar en este laboratorio donde todos creen tener derecho a hacer sus peligrosos experimentos? ¿De quién será el turno ahora? ¿De la cabra?, ¿del caballo?, ¿del camaleón?