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Exuniformados

No sé con qué espíritu, pero sin duda equivocado, han ido apareciendo oficiales de Ejército en retiro, criticando a la civilidad por el abandono de que ellos, los uniformados, han sentido de parte de nosotros. Pienso que ese resentimiento no es más que una disculpa para justificar su pasividad, entendible en los que se encuentran activos, pero no de parte de los en condición de retiro. En efecto, que algunos civiles derrotados en 1973, estén cobrando venganza y haciendo escarnio en ellos, no significa que todo el resto de ciudadanos que no vestimos uniforme, no sigamos agradecidos de su gesta. Su gimoteo, impropio de su condición de exuniformados, parece más bien orientado a lavarse las manos y a desconocer la calidad de reserva moral de la patria que ostentan. Como las comparaciones son siempre odiosas, no lo nombraré, pero la actitud viril de un almirante(r), que alzó la voz recibiendo la crítica generalizada de la izquierda, es lo que tiene valor. Continuar con la monserga de que no podemos contar con nuestras Fuerzas Armadas y de Orden, cuando el avance de los “solapados enemigos internos” nos siga amenazando,  porque estarían amedrentados o resentidos,  es desconocer su historia, nobleza y patriotismo.

Por otra parte, los zurdos, muchas veces en coro bien afiatado  con los indecisos amarillos, han repetido hasta la saciedad que, gane el Apruebo o el Rechazo, debe existir el “compromiso real de dejar atrás la Constitución del 80 redactada por cuatro generales”. Aparte de que la Carta que nos rige es la del 2005 y no la del 80, sería conveniente que se nos instruyera sobre cuáles son los defectos tan graves e insubsanables de que adolece la actual Carta Magna. Muchos hemos indicado las falencias y aberraciones fundamentales que hacen inaceptable la propuesta presentada por la Convención Constituyente, lo mismo debiera seguir para los que abominan de la actual. Si se aclarara ese punto, estaríamos en condiciones de decidir sobre qué preferir: entre diablo conocido o santo por conocer. A priori, me inclino por la primera opción que, al menos, fue redactada con buena fe y enmendada, bien o mal, pensando en lo mejor para Chile.