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Homeschooling, ¿por qué no?

No recuerdo la primera vez que oí que existía el homeschooling. Mis padres me llevaron siempre a muy buenos colegios, colegios que procuraran una formación integral y de acuerdo con los ideales que ellos profesan. Fuera del madrugar, que odiaba, me encantaba ir y tampoco me planteé nunca que hubiera otra opción fuera de esa. Al mudarme a Inglaterra, me llamó la atención cómo los niños menores de cinco que iban al parvulario se quedaban normalmente hasta las doce y, en adelante, hasta las tres. Recuerdo pensar entonces que había algo cruel en encerrarnos desde tan pronto ocho horas, que hasta qué punto era necesario empezar a una edad tan temprana, que qué carrera profesional o qué sueldo compensaba romper el vínculo con el bebé.

Al cabo de unos años, todavía en Londres, coincidí con los amigos de una amiga tomando unas cañas. Eran dos hermanos muy alegres, que sabían dirigir con gracia la conversación, hacían reír constantemente y estaban muy pendientes de los demás. En algún momento, mencionaron que junto con sus otros nueve hermanos habían sido educados en casa. No los he vuelto a ver, pero su normalidad me despertó la curiosidad sobre esa opción educativa.

Conocí más adelante a otras familias que practicaban el homeschooling y descubrí que formaban una comunidad bastante grande en Reino Unido. Cada familia en su estilo, todas me parecían tener algo común: los niños, sin dejar de ser lo que son —niños que juegan, que se hacen ruido, que se mueven—, tenían muy buen saber estar, y desprendían una luz que hacía brillar la inocencia y la bondad que caracteriza la infancia. Puede que fuera simplemente una coincidencia, pero me empujaba a querer saber más, conocer estilos, entender los motivos, calibrar si los inconvenientes que a priori parece tener el homeschooling son tales. Y ha resultado que cuanto más me informo, cuantas más familias conozco, más me convenzo de que es la mejor manera de sobrevivir al mundo posmoderno.

Bueno, tal vez sea esta una afirmación demasiado tajante. Y es cierto que la educación en casa no funciona para todos, que además hay muchas circunstancias que en ocasiones la hacen totalmente imposible, por lo que el colegio se convierte para algunos en la única opción. También es verdad que yo no hablo desde mi propia experiencia sino de aquello que he leído, he visto y me han contado. Soy consciente de que el papel todo lo aguanta. Sin embargo, no deja de sorprenderme que quienes apuestan por el homeschooling son cada año más y no menos.

La formación más allá del aula

Durante la pandemia, los padres se vieron sobrepasados al tener de repente que conciliar en su casa trabajo y escuela. Unos pocos vieron cómo el ritmo de aprendizaje de sus hijos iba más rápido que de costumbre y cómo era posible explorar más allá del currículo escolar. Muchos, no obstante, se sintieron sobrepasados ante tal empresa y pasaron el trago como buenamente pudieron. Pero el homeschooling no consiste en trasladar el colegio a casa. Más bien al revés, consiste en romper el corsé escolar y encontrar el método que mejor encaje con tus hijos. Hay muchas posibilidades y diferentes maneras de acompañar a los niños en su crecimiento (educación clásica, Montessori, método de Charlotte Mason, Waldorf…), y ninguna única receta mágica porque cada familia es un mundo. Al empezar, se requiere investigación y estar abierto a tener que adaptarse según aquello que funciona y aquello que no tanto. Hay encaminarse hacia un aprendizaje que englobe, que ayude a la comprensión del mundo y del hombre, en vez de centrarse en pequeñas parcelas que pueden desproveerse del sentido conjunto. Hay que fomentar que los niños se empapen de la naturaleza lo máximo posible. Que jueguen y desarrollen su creatividad, que lidien con el aburrimiento, que comprendan que la casa no es un hotel sino un hogar del que forman parte y en el que tienen un papel fundamental en su funcionamiento.

A veces, se tiene la concepción idealizada de que los niños que son educados en casa son una suerte de genios. Puede haber excepciones en las que sea así; la mayoría son niños normales que evolucionan según su edad, a algunos les cuesta más tiempo aprender a leer, otros lo hacen antes de cuando enseñan en el parvulario. Algunos demuestran un lado artístico potente, otros se ven fascinados por las ciencias naturales o por la historia nacional. Y es posible que buceen con mayor profundidad en aquellos campos sin descuidar los otros. Muchos, sin embargo, no tienen interés por una materia particular, pero absorben sin presiones excesivas ni ritmos impuestos lo que les van enseñando.

No es una opción asocial

¿Y la socialización? ¡Es importante que socialicen desde pequeños! ¡Vivimos en sociedad! Para empezar, es erróneo creer que las familias que educan en casa tienen a los hijos encerrados en una torre sin ver a nadie más que a sus hermanos. Y, sobre todo: ¿es realmente socializar estar metido en una clase con otros veinticinco compañeros de la misma edad? ¿Existe una mezcla fluida con los de cursos diferentes durante los recreos? ¿Se parece esa ‘socialización’ a la que vivimos una vez dejamos el colegio? Está claro que es importante que los padres que se deciden por el homeschooling tengan en mente que sus hijos tienen que conocer a otros niños. Una posibilidad por la que muchos optan son las extraescolares. Sin olvidar que ir al mercado sin prisas, o al parque, o charlar tranquilamente con los vecinos, o hacer planes con otras familias también es socializar y lo es, de hecho, de una manera más natural y fluida. Por otro lado, resulta más sencillo potenciar lo mejor de una personalidad en el hogar que en el colegio, donde en no pocas ocasiones se señala con sorna al diferente. Es cierto que todos tenemos que enfrentarnos al mundo: no es igual hacerlo con seis años que con dieciocho.

Horas de asistencia a clase equiparables a una jornada laboral, cantidad desorbitada de deberes, estudiar temas y temas para lograr buenas notas en los exámenes… ¿y cuál es realmente el nivel de los estudiantes en España?

Es obvio que educar en casa exige un gran cambio de vida porque supone hacer que todo gire alrededor de la familia. Uno de los progenitores ha de dejar de trabajar o hacer menos horas, es decir, se va a ganar menos dinero. Desaparecen prácticamente los ratos “para uno mismo” y la preparación y el desarrollo de la educación se convierten en un reto permanente. Escribe san Juan Pablo II que la familia es “la base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida”. Aunque no es la única forma de conseguirlo, puede que no sea tan descabellado apoyarse en el homeschooling para que la familia sea centro y no complemento.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Centinela, el lunes 9 de mayo de 2022.