Castillos de arena

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política, Sociedad

No siendo constructor de profesión, qué interesante era construir castillos de arena en la playa durante la infancia y ver si estos conseguían soportar los embates de la marea y, con mucha suerte, poder verlos en pie -aunque fuese sus vestigios- a la orilla del mar al día siguiente. El Chile que conocíamos, nuestra fortaleza, lo construimos todos; en realidad, casi todos. Bastó que quedase un germen que instalase el odio como para que nuestro castillo se fuese derrumbando poco a poco.

Los mismos que envenenaron el alma nacional que gozaba de dinamismo, empuje y unidad, prometieron una nueva casa, que se transformaría en un castillo, sólo que, de arena, el cual, al igual que las rudimentarias construcciones hechas en nuestra infancia con baldes, coladores, palas y rastrillos de juguete, tiene sus horas contadas hasta que la implacable marea haga lo suyo. La llamada “casa de todos”, resultó ser un castillo de arena. La marea -la ciudadanía despertando de la borrachera revolucionaria- ya está levantando la voz y haciendo tambalear al castillo hasta sus bases. Hasta los niños que construyeron este castillo de arena, no con palas de juguetes, sino que con los instrumentos que les otorga estar a cargo del ejecutivo, ya comienzan a dudar de si la obra a la cual contribuyeron -y de la cual dependen para subsistir- podrá mantenerse en pie.

Cuando hacíamos castillos de arena, había quienes -con un poco más de inteligencia- construían una zanja o un muro de contención alrededor de la pequeña obra civil para que pudiese soportar la agresión de la marea. Los niños en el gobierno confían en que el plebiscito de salida hará el papel de contención que evite que el castillo se venga debajo de una buena vez. Su confianza está bien fundada, pues ya comprobaron en el plebiscito de entrada -y en la segunda vuelta presidencial- que hay una masa crítica importante en Chile que, llevada por su ignorancia, lavado cerebral o por la pérdida de la fe en los destinos de nuestra nación, fácilmente caen presas de palabras bonitas y así, una elección tras otra, les entregan su confianza a sus captores. Sólo basta buena propaganda, buenismo y promesas por doquier y esta masa se entregará nuevamente.

Como bien señalaba un columnista, el país, nuestra sociedad, ya no tiene energía de la cual echar mano. Este germen -la izquierda radical del PC y el FA- envenenó nuestra fortaleza original hasta hacerla sucumbir casi hasta sus bases y, montar sobre los escombros, un castillo de arena. Sin embargo, y a diferencia del citado autor, mantengo la esperanza de que la masa crítica en la cual la sensatez parece comenzar a imperar será superior. Al menos a ello parecen apuntar los últimos datos que sugieren que esta marea que amenaza derrumbar el castillo de la extrema izquierda -el rechazo- se estaría imponiendo.

Parece difícil, parece imposible, pero no lo es. Aproximadamente el año 1.400 AC tuvo lugar la Batalla de Jericó que enfrentó a las fuerzas israelitas -comandadas por Josué- con los residentes de la histórica ciudad en vista a la conquista de la Tierra Prometida. Los muros eran inexpugnables y las fuerzas de Israel traían el agotamiento de 40 años de peregrinaje por el desierto y una buena cantidad de eventos de falta de fe. Sin embargo, contaron con la astucia de un equipo de espías, una familia con sentido común detrás de los muros de la ciudad, unidad para marchar rodeando la ciudad durante 7 días, una gran cantidad de ruido al son de trompetas y gritos de guerra en el momento oportuno y una muy buena dosis de fe. ¿El resultado? Los muros cayeron, derrotaron la fortaleza que parecía invencible y conquistaron su libertad en la tan añorada Tierra Prometida.

Este castillo -no lo olvide, de arena- que ha levantado la extrema izquierda parece invencible. Da la impresión de que no queda más remedio que sucumbir a su ideario destructor y totalitario. Lo invito a que no pierda la fe, pero tampoco a que se siente a esperar el milagro. Todos sabemos que estamos bajo amenaza que, de ganar el rechazo, destruirán Chile, sin embargo, a pesar de ello, persista porque esta es nuestra última salida. Por ello, derribar los muros de este castillo de arena requiere de acción y de fe, en el Todopoderoso y en el futuro que le espera a nuestra nación.

Tiempo después de la batalla de Jericó, el propio comandante llamó a tomar una decisión señalando: “Si no están dispuestos a servir al Señor, escojan este día a quién servir…por mi parte, yo y mi casa, serviremos al Señor” (Js 24:15). Decida hoy el lado de la batalla del cual quiere estar: del lado de la libertad o del lado de la esclavitud que ofrece una nueva constitución fratricida y totalitaria. La elección es suya; yo, por mi parte -y parafraseando a Josué- escojo la libertad.