Rechazo

Alvaro Ferrer | Sección: Política

Las últimas encuestas así lo reflejan. Va en aumento. Algunos vuelven a respirar viendo un poco de luz al final del túnel de la agonía. Intelectuales y columnistas analizan las causas de este fenómeno jugando el nuevo deporte nacional de pegarle palos a los desvaríos maximalistas y a la ausente autocrítica de la Convención dogmática. Hasta el Presidente hizo una pausa en su elevada conversación sobre perritos para manifestar cierta inquietud. Pareciera que se abre paso e instala cierto optimismo. Lamento discrepar. Se me dirá pesimista. Prefiero realista. 

Asumir que el mamarracho de texto constitucional será rechazado por sus deméritos objetivos supone un electorado no sólo bien informado, sino mayoritariamente bien formado. Eso no existe. Los dos o tres gatos que leen dos o tres diarios no son Chile. No son la juventud inmadura (sí, hasta los 35…) y nihilista que dará vuelta cualquier resultado en un plebiscito obligatorio. Publicar cartas o columnas puede tranquilizar alguna conciencia acomplejada y ganar dos o tres aplausos que satisfacen la cuota de vanidad ante los dos o tres iguales. Pero no cambia absolutamente nada (y no espero algo diferente de este desahogo).

Creer que el tejo pasado 10 pueblos es un autogol que obedece a simple borrachera indigenista, delirio refundacional y revancha identitaria implica desconocer la sala de máquinas que meticulosamente dirige el proceso, revelando, también, una cuota de ceguera y soberbia incapaz de reconocer que al frente hay un ejército mucho más astuto, preparado, dedicado y comprometido que el ínfimo círculo de intelectuales y columnistas que hoy se muestra levemente aliviado. ¿En serio piensan que este y muchos otros escenarios posibles no han sido previstos -y quizás, incluso, provocados- por los artífices del proceso revolucionario? La izquierda siempre ha contado con la superficialidad y cobardía de la burguesía. Hoy no lloran las encuestas sino que se soban las manos al ver cómo su diseño sigue avanzando gracias a la frivolidad y omisión de los de siempre. 

Sobre todo, el cándido optimismo del momento revela la profunda ignorancia de las causas de la revolución. No radican en lo sucedido el 18 de octubre o el 15 de noviembre. Tampoco en el triunfo del apruebo o de Boric. 

Chile está al borde del suicidio por una muy larga y penosa huelga de hambre. El país ha sido alimentado de basura ideológica por décadas, y ese veneno ha carcomido sus fuerzas institucionales y morales. Hoy estamos en los huesos, incapaces de levantarnos y hacerle frente a una cultura cuyo sello es la primacía de la irracionalidad disfrazada de diálogo buenista que excluye de cajón el uso de la fuerza legítima, donde la pelotudez deconstituyente está en su salsa. El antídoto no es el sentido común que ese bucólico “Chile profundo” perdió hace rato. 

Chile necesita ser sanado desde muy, muy adentro. La herida está en su alma, no en el Palacio Pereira. No necesitamos columnas ni argumentos que apelan a una racionalidad inexistente. Sin perjuicio de lo mucho que se puede y requiere hacer en diversos frentes -que incluyen necesariamente el uso decidido y valiente de la fuerza legítima- el rechazo solo es posible mediante una decidida renovación de las fuerzas espirituales de la Patria.

Chile necesita un milagro, o al menos un exorcismo… y a los demonios se los expulsa con la fuerza del ayuno y oración. Se aproxima la Semana Mayor de un año decisivo. En el madero del Calvario está Todo. Solo abrazándolo podrá resucitar nuestra Patria herida de muerte.