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Una edad oscura

Soy cada vez más escéptico sobre el futuro de mi oficio. Esta afirmación puede parecer, a simple vista, de un pesimismo intolerable; pues, evidentemente, siempre habrá gente que escriba. Pero los ‘escritores’ que en el futuro triunfen serán aquellos que brinden a las masas entretenimiento sistémico. La literatura, como todas las demás artes, era alimento que el alma necesitaba, para no consumirse; pero lo que nuestra época llama ‘literatura’ no es otra cosa sino consumo de clichés sistémicos que consumen el alma y la obligan a ‘vivir con los tiempos’, que es la forma más envilecedora de esclavitud. La ‘literatura’ del futuro será –en consonancia con la falsa cultura que hoy todo lo invade, a modo de gas mefítico– una inmensa colección de baratijas y camelos producidos a destajo, a modo de ‘soma’ para masas cretinizadas a las que se inculcan los hábitos de ‘consumo cultural’ sistémico que en cada momento convengan. El objetivo es vaciar de fondo y sustancia la creación artística. Así, el esfuerzo del intelecto, en su afán por alcanzar una iluminación o epifanía, se convierte en evasión del intelecto, que buscará goces efímeros. Naturalmente, esta falsificación de la literatura producirá a su vez una subversión de las categorías estéticas e intelectuales; pues allá donde la pacotilla es entronizada, se desaloja (se repudia) el verdadero logro artístico o intelectual.

Aunque las editoriales lo nieguen o traten de maquillarlo, lo cierto es que la gente lee cada vez menos; y este derrumbe de la lectura se agiganta entre las últimas generaciones. Ciertamente, la principal causa es la invasión de la tecnología, que ha colonizado por completo nuestras vidas y nos ha convertido en personas nerviosas, refractarias al sosiego y concentración que exige un buen libro e incapaces –para más inri– de reconocer su lamentable adicción. Pero una persona adicta a la tecnología, como la que es adicta a las drogas o a la pornografía, aún puede curarse; aunque, ciertamente, es muy difícil que lo consiga si se obstina en negar su adicción. Existe otra causa, sin embargo, concurrente en el deterioro de los hábitos lectores de la que nunca se habla, tal vez porque conviene mantenerla oculta.

Cuando yo cursé, hace ya casi cuarenta años, el ciclo superior de la EGB y el bachillerato, leí en la escuela a muchos de los grandes clásicos castellanos, empezando por el Cantar de Mío Cid, siguiendo por El conde Lucanor, las Coplas de Jorge Manrique, la poesía de Garcilaso y fray Luis, el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, el Lazarillo, la Celestina, también El caballero de Olmedo y La vida es sueño. Además, otras muchas obras señeras de nuestra literatura eran leídas fragmentariamente (empezando, por supuesto, por el Quijote). Naturalmente, entre los alumnos había una minoría que abominaba de aquellas lecturas, por falta de capacidades (como había otra minoría que las disfrutaba fervorosamente); y había, en fin, una mayoría que las leía con esfuerzo y aplicación. Pero esa mayoría, cuando abandonaba la escuela o el instituto, estaba preparada para disfrutar de la lectura de cualquier gran obra, porque leyendo a los maestros se habían familiarizado con los recursos retóricos literarios.

Hoy en las escuelas e institutos españoles apenas se lee a nuestros clásicos; se pasa por encima de ellos, se hacen aproximaciones superficiales, se espiga entre sus obras tal o cual pasaje (siempre, por supuesto, los más sencillos y, a ser posible, políticamente correctos). En cambio, se imponen como lecturas obligatorias obras de escritores del régimen, bazofia ideologizada de la peor calaña, obras inanes y genuflexas ante todos los paradigmas culturales vigentes, escritas además muy burdamente y con un vocabulario de parvulario. Inevitablemente, las generaciones formadas en lecturas tan pedestres y basurientas estarán incapacitadas de por vida para la lectura de obras literarias. Suponiendo que les dé por leer, no podrán acceder más que al bodriete sistémico de turno, a la novelucha policíaca o seudohistórica de temporada aclamada por los medios de adoctrinamiento de masas… En cambio, serán por completo insensibles a cualquier obra que contenga pensamientos elaborados y primores del estilo. Cualquier ironía les parecerá pedante, cualquier metáfora, jeroglífica; y desarrollarán una aversión espesa y cejijunta hacia cualquier libro que delate sus carencias.

Esta calamidad está a punto de sumergirnos en una edad oscura de consecuencias incalculables. Pero nadie quiere reconocerlo, nadie quiere afrontarlo; y las editoriales, entretanto, se dedican a publicar libros de youtubers, guionistas de Netflix y estrellitas televisivas.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por XL Semanal, el domingo 7 de noviembre de 2021.