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Para algunos, el fin justifica los medios

Antes de la segunda guerra mundial, el padre de una persona que admiro y respeto mucho fue reclutado en un viaje a Alemania para ser espía alemán en Chile. Lo pillaron, y el gobierno chileno lo metió preso.

Esta historia la conozco porque cuando ocurrieron estos eventos la familia de mi abuela materna vivía en la misma calle en Providencia que el padre de esta persona que admiro mucho. Mi abuela nunca tuvo palabras de desaprobación moral por este hombre que conocía. Simplemente, contaba la situación terrible que vivió esta familia durante la segunda guerra mundial, cuando el estado chileno se les dejó caer encima con toda la fuerza de la ley. Lo pasaron muy mal. 

Al mismo tiempo que este chileno pasaba la segunda guerra mundial preso en Chile, el hermano menor de mi abuela era voluntario en la RAF bombardeando ciudades alemanas.

Después de la guerra, un oficial del ejército americano estaba trabajando en la seguridad del tribunal de Nuremberg, en Alemania. Ahí conoció a uno de los líderes políticos más importantes de Polonia antes de la segunda guerra mundial. Este político católico había pasado toda la guerra escondido de los alemanes, que habían metido a toda su familia en campos de concentración para que se entregara, pero no se entregó. Terminó representando políticamente al gobierno polaco en Nuremberg. Su hijastra católica, que estudiaba balé en Londres, había quedado atrapada en Polonia en un corto viaje justo antes que los alemanes invadieron Polonia. Terminó en Auschwitz, pero sobrevivió. El soldado norteamericano conoció a la familia del Político Polaco en Nuremberg, y se enamoró de su hijastra, la bailarina, con la que se casó, y terminaron viviendo en California.

Al terminar la segunda guerra una joven católica de Bavaria emigró con su familia a Estados Unidos, y allí se casó con un americano, y su vida terminó entrelazada con la vida de la bailarina polaca, con la que se hicieron amigas. La alemana pasó hambre en Bavaria como adolescente en esos años de guerra. La guerra dejó una marca profunda en ella. Esto se reflejaba en su manía de no botar comida a la basura. Todo se guardaba. Soy testigo de esto. 

Por esas cosas de la vida conocí a estas dos mujeres de niño en California. Eran buenas amigas de mi madre.

La alemana me confesó una vez que la amistad con la amiga polaca había pasado por momentos difíciles en el pasado, porque la segunda guerra mundial las perseguía. Una vez su amiga polaca le dijo que nunca iba a poder dejar de odiar a los alemanes. Ella le respondió que no importaba, que ella siempre la iba a querer. Siguieron como buenas amigas. 

Un primo de mi abuela materna, que era un oficial del ejército británico, murió en el río Kwai. Una vez en Inglaterra hice un comentario culpando a los japoneses de su muerte ante una prima de mi abuela. Me dijo que en las guerras pasan esas tragedias, y los japoneses no eran particularmente culpables por la muerte de su primo, al que quería mucho. 

Hay que tener mucho cuidado cuando uno responsabiliza moralmente a personas en el presente por los crímenes de otros en el pasado por asociaciones indirectas. Porque esa acusaciones muchas veces operan como un pito para perro (dog whistle) para deslegitimar moralmente a una persona, que puede tener mucha legitimidad moral. Incluso más legitimidad moral que la persona que rápidamente acepta la caricatura facilista para saciar necesidades sicológicas de violencia que es de una naturaleza poco sana, si no patológica.

Aunque hoy no es moralmente aceptable apoyar la ideología del partido nacionalsocialista, sí es moralmente aceptable apoyar la ideología del partido comunista. ¿Por qué existe esta asimetría moral? 

Al partido nacionalsocialista se le aplica el método científico, y sus crímenes son usados como evidencia empírica de que es una ideología destructiva. Es decir, se prueba empíricamente que la hipótesis es falsa, por lo tanto, el fin no justifica los medios. 

Pero al partido comunista no se le aplica el método científico y, por lo tanto, no se puede usar la evidencia empírica de sus crímenes para probar que la hipótesis de que su ideología es moralmente benigna. Es decir, no se puede probar que la hipótesis falsa, por lo tanto, el fin justifica los medios.