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¿Se emborrachan las perdices?

Nuestro mundo está chiflado. O, dicho de otra forma, la humanidad entera se chifló. Hemos perdido el rumbo y viajamos por la vida a obscuras, sin futuro, y pareciera no importarnos; nuestra meta diaria es tener y disfrutar, nuestro largo plazo es mañana. ¿Quién no percibe que desde hace años el mundo entero se ha trastornado, que sufre de una grave esquizofrenia? Unos pocos ejemplos nos confirman el diagnóstico, ¿qué es sino demencia pretender doblarle la mano a la naturaleza dando todas las facilidades legales para cambiar de sexo solo porque un presentimiento, un “me tinca que”, nos sugiere que no somos lo que somos sino lo que queremos ser? ¿qué es sino locura desatada haberle entregado un poder omnímodo, prácticamente el gobierno mundial, a la Organización de las Naciones Unidas y a sus organismos tentáculos, para que sus jerarcas, usándola como inmejorable pantalla, dispongan de la humanidad entera forzando una transformación de nuestros sistemas sociales, políticos y económicos, e implementando un nuevo concepto de familia junto con abolir sutilmente nuestras creencias religiosas, mientras ésta oficia de paladín de los derechos humanos y garante de la democracia y la paz en el mundo? ¿No es, acaso, propio de una grave enajenación mental que la mayoría de los países hayan creado una ficción legal completamente absurda para permitir y legitimar que dos hombres o dos mujeres (y dos por el momento, agrego yo) puedan contraer “matrimonio” y formar “familia” pudiendo, incluso, adoptar hijos? ¿Y a qué trastorno mental obedece el que los países legislen para permitir dar muerte a los más indefensos de los seres humanos antes de nacer, al mismo tiempo que aplauden el avance científico que permite la fusión de gametos en laboratorios, previa elección por catálogo de las características de quienes los venden, para luego implantarlos en úteros arrendados? Irremediable desorden mental es, también, el ecologismo radical, el animalismo, vistos como religiones que la humanidad debe profesar porque no tendría derechos sobre el medio ambiente que la rodea; porque los reinos vegetal, animal y mineral deben ser vistos bajo el prisma de una “eco-teología” y adorados sus dioses a través de movimientos como, por ejemplo, Greenpeace o directamente en personas como la adolescente Greta Thunberg (esa venerable santita verde que Piñera casi consiguió traer a Chile hace un par de años para que la idolatráramos aquí también). 

Y es evidente que nuestro país ha caído en la misma espiral que ha ido desintegrando a los demás, aunque en nuestro caso se agrega un sensible detallito a la demencia global: nuestro gobierno también se enloqueció con el ritmo cavernario del Partido Comunista y los cultrunes mapuches, y no deja de bailar con todos ellos, sea por temor, incapacidad, negligencia, indolencia, o algún otro motivo como, por ejemplo, preparar aterrizajes en poderosos organismos internacionales. Recibe complaciente los apasionados aunque extremadamente caros besos de los Judas 2.0.

Desde hace años el mundo está convertido en un gran manicomio conducido por quienes, esos sí, tienen los atributos neuronales en orden y no tienen nada de locos sino todo lo contrario, son geniales. Nos han convencido fácilmente que nuestra mayor preocupación la debemos poner en la capa de ozono, el calentamiento global, el efecto invernadero, porque ésos sí son los problemas de la tierra, no hay otros.  

Ellos mueven los hilos y se valen de millones, de muchos millones de retardados (útiles, claro) y de ciegos que no quieren ver, y llevan tiempo poniendo en marcha el llamado Gran Reinicio, Great Reset, el Nuevo Orden Mundial; nos están haciendo migrar a un modelo de sociedad mundial gobernada por un poderoso clan, y obedecerles a cambio de unos cuantos espejitos de colores. La misma técnica y el mismo objetivo del comunismo: control férreo a cambio del conocido licor llamado Utopía Proletaria al 100%. Estamos siendo utilizados como peones en un gran juego de ajedrez, sometidos a los designios de unos cuantos avezados jugadores que nos mueven adonde quieren. El plan en su primera etapa, ya muy adelantada y manifiesta en el mundo entero, es destruir la familia, modificar su concepto, aniquilar su trascendencia en la vida humana. “La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y de la familia”, advertía el año 1981 sor Lucía, la vidente de Fátima en una larga carta enviada al Cardenal Carlo Caffarra, entonces Arzobispo de Bolonia (Italia), donde prevenía también sobre los ataques que afrontarían quienes defiendan estas dos instituciones naturales.

Los ejecutores del plan operan desde hace 50 años en una madriguera en Davos, Suiza, que han bautizado como Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés). Se trata de un engendro internacional -privado- que en su directorio agrupa a importantes líderes empresariales del mundo, a conocidos caudillos políticos con arrastre e influencias, a ex gobernantes, así como a connotados intelectuales y otros pocos personajes para despistar, como un conocido músico y hasta la reina de Jordania, pero todos peces gordos muy influyentes y con intereses comunes. Su organización dice ser “responsable ante todos los sectores de la sociedad y (busca) promover la cooperación público-privada”, dedicándose a “combinar y armonizar lo mejor de muchos tipos de entidades, tanto del sector público como privado, organizaciones internacionales e instituciones académicas”. (Por su aparatosa ambiguedad es como leer la Carta de la ONU). Pero, ¿quién les pidió a estos señores que nos cuidaran con tanta preocupación? ¡Nadie! Su sola ambición y los intereses corporativos de multinacionales los juntó. Aseguran estar comprometidos “con la construcción de una globalización progresiva, promoviendo activamente su Iniciativa de Rediseño Global”, de “mejorar el estado del mundo” y “desarrollar agendas globales, regionales e industriales”. Todos ellos propósitos sobrecogedores. Siendo cortés y comedido, tendría que decir que en Chile eso se llama “emborrachar la perdiz”. Y los del Foro han sido exitosos haciendo empinar el codo a una parvada de millones que viven hoy en el delirio de una borrachera colectiva gigantesca incluyendo, por cierto, a gobiernos de distintos países que colaboran en la distribución del licor.  

La inauguración formal del Gran Reinicio ocurrió el 21 de enero de este año en Davos, donde se dio cita prácticamente toda la élite financiera, empresarial, tecnológica y política mundial. El fundador y presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, declaró desvergonzadamente en la reunión que el Covid-19 es “una oportunidad que no podemos dejar pasar (…). Para obtener un mejor resultado, el mundo debe actuar conjuntamente y con rapidez en la renovación de todos los aspectos de nuestras sociedades y economías, desde la educación hasta los contratos sociales y las condiciones laborales (…), debemos construir unos cimientos totalmente nuevos para nuestros sistemas económicos y sociales (…). Los cambios que ya hemos visto en respuesta al COVID-19 demuestran que es posible un reseteo de nuestros fundamentos económicos y sociales”. Y, es cierto lo que dice don Klaus, la pandemia del coronavirus ha resultado ser la tormenta perfecta. Ha sido una excelente herramienta -creada o no, vaya uno a saber- para acelerar el proceso y establecer las condiciones necesarias para llevar a cabo una reestructuración, un nuevo des-orden del mundo, de los gobiernos, de las normas, tradiciones, disciplinas, historia, en fin, todo lo propio de cada nación. ¿Habrá sido el Covid-19 una pócima de prueba para ver cómo reacciona la parvada antes de dar pasos más temerarios?

Idiota y sin nada, pero feliz: así te quiere el Foro Económico Mundial” decía al respecto el escritor español José María Sánchez Galera. Rod Dreher, a su vez, periodista y escritor católico norteamericano, señala que “el mundo occidental está cediendo ante un ‘totalitarismo blando’, basado más en la manipulación psicológica que en la violencia abierta. Y parte medular de esta estrategia, de esta nueva corriente opresiva, es destruir la familia; los padres se rinden (…) en lugar de luchar hasta el final por nuestras familias (…); es posible que las familias no estén interesadas en la guerra cultural, pero la guerra cultural sí está interesada en ellas”, dice él. Añade que la ideología de género “ya conquistó la enseñanza y los medios de comunicación, y ahora sus tropas están marchando con éxito en las instituciones, la medicina, la ciencia, las corporaciones”.

Y, tratándose de un problema grave, que ha avanzado rápidamente y que afecta a toda la nación chilena, ¿qué opinan los políticos, particularmente los parlamentarios quienes son los dueños de la llave y encargados de abrir las puertas a la legalidad de este Great Reset, este Gran Reinicio?; ¿Y qué la Iglesia Católica? ¿Y sus dignatarios? Me costaría creer que desconocen el fenómeno, más bien me inclino a pensar que entre ellos prima la decisión de contemporizar callando. No obstante, refiriéndose a este asunto el cardenal Gerhard Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe y uno de los pocos valientes y preclaros defensores actuales de la doctrina de la Iglesia Católica, entrevistado por Edward Pentin del National Catholic Register sobre el “Gran Reset” señalaba que “los líderes del mundo buscan el control absoluto del pensamiento, la palabra y la acción” (de la población), “el capitalismo especulador, los gigantes de la gran tecnología de los países occidentales y el comunismo de la República Popular China (están) convergiendo y fusionándose en un capital-socialismo unificado, produciendo un nuevo colonialismo”. 

En suma, para los tiempos de “auto-demolición” que vivimos, podría ser lectura sugerida el libro del Apocalipsis, pero es algo difícil de entender. Quizás si antes, como un pequeño aporte a la restauración neuronal de algunos chilenos, pudiéramos priorizar un trabajo duro para que en la ya cercana elección presidencial, Chile obtenga el triunfo de su mejor candidato, uno de la auténtica derecha, esa que trabaja por nuestro país y sus ciudadanos, al que ni todos los demás juntos (no son pocos) le llegan siquiera al tobillo. Y, conseguida la victoria, esperemos con entereza el paso siguiente: la nueva Constitución que nos propondrán los convencionales el próximo año; si al leerla vemos que los zurdos la han ideologizado y “mapuchizado”, la rechacemos de forma categórica y concluyente en el plebiscito que le seguirá. Recién entonces podríamos dejar de lado la compleja lectura sugerida y cambiarla por otra claramente alentadora y estimulante para los chilenos bien nacidos y que quieren a su patria: las seis estrofas de nuestro Himno Nacional, sin saltarse ninguna y repitiendo al menos tres veces seguidas la que se inicia así: “Vuestros nombres, valientes soldados, que habéis sido de Chile el sostén…”, en agradecimiento a su histórico y célebre patriotismo.