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La débil lucidez en peligro

En estos días en que algunos intelectuales de la talla de Fernando Atria han salido a la palestra a ponerle un piso teórico a la violencia durante el estallido del 2019, vale la pena volver a releer las lúcidas reflexiones del gran filósofo chileno Jorge Millas en el ensayo Las Máscaras de la Violencia, publicado en 1975. Millas releva como uno de los centros de su reflexión filosófica el sufrimiento humano que la violencia política provoca y que pretende invisibilizar u ocultar. Vale la pena volver a ese ensayo y leer un magnífico estudio sobre Millas de Maximiliano Figueroa, Jorge Millas; el Valor de Pensar, especialmente el capítulo Filosofía y Violencia: la Perspectiva de las Víctimas.

Las reflexiones de Millas, nuestro Sócrates chileno, son muy iluminadoras hoy, cuando comienza a naturalizarse la violencia en el país y no nos sorprende ya que los funerales se realicen con escoltas con M16 ni que las mentiras se presenten —sin rubor alguno— como verdades. Una de ellas: que los actos delictuales o de destrucción durante el estallido social habrían sido necesarios para llegar a este proceso constituyente en curso. O que los autores de quemas de iglesias, bibliotecas, estaciones de metro, pequeños negocios serían “presos políticos”. Y que se invisibilice, de paso, a las víctimas de esos actos destructivos, pequeños empresarios y vecinos, gente humilde o de clase media, los verdaderos sujetos del malestar expresado en octubre del 2019. Lo más grave es que muchos —incluida gente con formación universitaria, abogados, penalistas, etc.— saben que eso es mentira, pero callan por temor a la funa y el griterío. Se instala la deshonestidad intelectual.

Para Millas, el ejercicio del pensar honesto coloca al hombre de frente consigo mismo, por lo que “no puede ocultarse el propio hombre (…), como responsable de muchas formas históricas de ese sufrimiento, incluso de aquellas implantadas para acabar con el sufrimiento”. Ese es el papel de la filosofía, contrapuesta a la ideología. Para Millas, la autenticidad filosófica debe hacer caer los fetiches ideológicos y denunciar sus trampas y todo tipo de chantajes (que el filósofo llama “repugnantes”) que busquen justificar la violencia para supuestos objetivos nobles. No es la primera vez en la historia que intelectuales se presten para ponerle máscaras teóricas a la violencia, pero no debemos dejar de sentir una instintiva repugnancia ante ello.

Millas desmonta una a una lo que llama las “falacias de género” usadas para normalizar la violencia como medio de acción política. Como cuando Marcuse dijo que la no-violencia de Martin Luther King o de Gandhi no era sino una expresión de la violencia. Millas refuta: “Gandhi al desobedecer opone una fuerza moral al dominador británico. Pero que sea moral y no física hace toda la diferencia del mundo”.

Otra falacia: la de afirmar que el orden del derecho también es una de las formas de la violencia; Millas responde: “desde el momento en que la violencia se institucionaliza —esto es, se somete a un sistema normativo o, con más precisión, al orden jurídico— ya no es violencia”. Ahí lo riguroso es hablar de fuerza institucionalizada pero no de violencia institucionalizada. Pero donde Millas enciende más las alarmas es ante la afirmación de que la revolución implica como momento necesario la violencia para la conquista del poder. Ello equivaldría a instalar una forma de pensar que sirve para “apagar la postrera y débil lucidez frente a la inhumanidad de la violencia”.

Esa “débil lucidez” es la que hoy está en peligro en nuestro país y es urgente que todos los intelectuales honestos y los políticos —de izquierda o derecha— con conciencia moral salgan a enfrentar toda mentira y máscara de la violencia, con coraje y sin cálculos —como lo hizo Millas en su tiempo—, o entraremos en una decadencia política y moral (además de intelectual) de imprevisibles consecuencias.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el jueves 15 de julio del 2021.