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Emblemas nacionales

Nuestra Constitución Política ―la cual, a pesar de todo, sigue y seguirá vigente hasta que eventualmente se apruebe en plebiscito el texto que proponga la Convención Constituyente que acaba de entrar en funciones― dice en su artículo 2° que “son emblemas nacionales la bandera nacional, el escudo de armas de la República y el himno nacional”. La historia de este artículo dice mucho de las vicisitudes de nuestra Patria durante el siglo pasado: la identidad chilena que se consolidó durante el siglo XIX con gestas heroicas se vio por primera vez amenazada incluso en sus emblemas, durante la segunda mitad del siglo XX. 

Celebramos hoy el día de la Bandera Nacional porque es el aniversario del Combate de la Concepción, un hecho de carácter casi legendario, por el martirio épico de 77 bravos soldados del Regimiento 6° Chacabuco liderados por Ignacio Carrera Pinto, que dieron sus vidas para mantener en alto la bandera ondeando horadada por las balas. Rodeados por el enemigo, frente a una derrota inevitable, no se rindieron, sino que calaron bayonetas y cargaron al grito del Subteniente Luis Cruz Martínez, de 15 años: “¡Un chileno no se rinde jamás!”.

Esa identidad impresa a sangre fue amenazada por la ideología marxista ―de vocación internacionalista por naturaleza, pues la lucha de clases no tiene fronteras―, lo que movió a la Comisión redactora de la actual Constitución a “reafirmar los valores permanentes de nuestra nacionalidad”. No fue una medida impuesta por los militares en el poder, sino una salvaguarda de la unidad nacional, necesaria para la estabilidad de la patria y la paz social, que en nada se opone a la riqueza y diversidad de Chile. La unidad es un valor patrio que se debe construir, cuidar y defender, porque “todo reino dividido contra sí mismo quedará desolado, y toda ciudad dividida contra sí misma no subsistirá”, como nos recuerda el Evangelio. No podemos darla por supuesta. Lo que nos hace ser chilenos -por mucho que ciertos iluminados pretendan “refundarlo”- es el compartir unas mismas raíces, una tradición común, y caminar juntos con la conciencia de que tenemos un destino común previsto por Dios mismo. 

¿Qué chileno no se emociona con solo recordar aquel himno vociferado en Brasil el 2014 cuando nuestra selección derrotó a España?… ¿Qué pasó desde ese año hasta ahora, que es ofensivo que una banda de niños lo cante en la apertura de la Convención Constituyente? ¿Qué pasó con ese Chile que desde el 2011 comenzó a izar con orgullo su bandera cualquier día del año sobre los techos en las poblaciones? ¿Qué nos pasó, que ahora es ofensiva nuestra nobilísima bandera, que un chileno anónimo rescató embarrada después del terremoto del 27F?

La actual Presidente de la Convención manifestó, como muchos otros miembros de la misma, sus intenciones de refundar Chile, cambiando los emblemas nacionales y la unidad nacional. Nadie niega la riqueza cultural de Chile, y la llamada deuda histórica con el pueblo mapuche de ha sido reconocida por autores como Gonzalo Vial, pero ¿no debe haber algo que nos une dentro de esa diversidad? ¿No es acaso la unidad misma de Chile en torno a una tradición común lo que deberíamos custodiar? Poner en peligro la unidad misma, el alma de Chile, no sólo traería evidentes peligros de secesión y reapertura de heridas, sino que atacaría lo más íntimo, lo que es valioso ―mucho más que la autonomía del Banco Central― precisamente porque es aquello nuestro, de todos, sin distinción entre ricos y pobres, entre santiaguinos y gente de Región, entre derechas e izquierdas. Por impopular que parezca, nuestro Himno Nacional, nuestra Bandera, nuestro Escudo Nacional, merecen ser defendidos en estos momentos difíciles.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Comunidad y justicia, el viernes 09 de julio del 2021.