El silencio de la jerarquía

Luis Giachino P. | Sección: Historia, Política, Religión, Sociedad

Un artículo de don Renzo Munita nos lleva a meditar sobre la actitud observada por la Jerarquía de la Iglesia Católica chilena en momentos tan críticos como los actuales, en que un número considerable de templos ha sido sometido a actos de sacrilegio y destrucción, al igual como diversos otros lugares de reunión de distintas confesiones protestantes. 

Ello es particularmente grave, pues el templo constituye la Porta Caeli et Domus Dei (Puerta del Cielo y Casa de Dios). Su violación no constituye sólo una ofensa a la comunidad cristiana, como insuficientemente lo sostienen algunos prelados, sino una ofensa directa a Dios, el Autor de todas las cosas.

Se abisma el articulista de que ante tales ignominias la Jerarquía permanezca “enmudecida como nunca, y parece haberse olvidado que el cristianismo es camino; el mensaje más bien se acerca a un sálvese quien pueda.”

Esta observación, que es efectiva, debe contrastarse con la actitud que dicha Jerarquía observó el 18 de septiembre de 1962, al publicar la Carta Pastoral “El Deber Social y Político en la Hora Presente”.

En tal documento los Excelentísimos Señores Obispos recordaban el deber ineludible que les competía para pronunciarse sobre los problemas del bien común: “No queremos ser reos del bíblico anatema: ‘Ay de mí, porque he callado’” (Isaías).

Con base en ello se pronunciaban sobre los diversos problemas que ya en aquella época aquejaban a la sociedad chilena. Lo hacían con la prudencia que venía de aplicar la doctrina secular de la Iglesia sobre  estas materias, y prevenían contra los males del comunismo, conforme los últimos Pontífices lo invocaban sin cesar.

Sin embargo, los tiempos cambiaron. Con ellos cambió también el pensamiento de la Jerarquía nacional, hasta llegar a grados inadmisibles de aceptación del gobierno marxista del doctor don Salvador Allende. No es extraño, en consecuencia, que en su Declaración “Por un camino de esperanza y de alegría”, de 11 de abril de 1972, la Asamblea Plenaria de los Obispos se pronunciaba sobre una sociedad chilena ya fracturada irremisiblemente, y ante los indesmentibles intentos del Comunismo Internacional de apoderase de nuestro país. Al hacerlo concluía pidiendo a todos los chilenos “que creen en Dios y que lo adoran que oren incesantemente por la Patria en esta hora difícil. No nos hundamos en el caos, el odio y la miseria. La hora es grave, y no puede estirarse mucho más el hilo que aún une a las dos partes del país, sin consecuencias irremediables. Los ojos del mundo están puestos sobre nuestro pequeño país, que fue tantas veces ejemplo de cordura y de coraje. Abramos un camino de esperanza y de alegría, no sólo para nosotros sino para muchos más. Inventemos todos juntos un ‘camino chileno’ a la felicidad.”

Pocos compartían, sin embargo, las ansias expresadas por este jolgorio episcopal, que desconocía por completo la penetración casi  irreversible del comunismo en nuestra Patria. Es de recordar, por ejemplo, que en un artículo publicado en dicho mes en la Revista Claridad, de la Democracia Cristiana, don Patricio Aylwin Azócar escribía que constituiría una hipocresía manifiesta desconocer que la Democracia era asesinada día tras día. De otro lado, los suscriptores de esta Arcadia Feliz no podían desconocer – pues era un hecho público – que el 11 de marzo de dicho año don Eduardo Paredes, Director de la Policía de Investigaciones había retornado de Cuba, trayendo entre sus pertenencias un importante número de cajas, las cuales procuró introducir sin la revisión del Servicio Nacional de Aduanas. Ante la oposición de esta repartición, intervino personalmente el Ministro del Interior, para ordenar que ésta procediera a su internación. Luego, vinieron las explicaciones de las autoridades: eran cigarros, o cuadros para una exposición, o alimentos, etc., hasta que finalmente el doctor Allende zanjó la discusión: “en realidad el vuelo que llegó a Pudahuel transportaba algunos regalos que fueron enviados por el Primer Ministro cubano a mí personalmente, así como a otras autoridades de Chile”. Pero, debe concluirse de acuerdo a tales explicaciones, que tanto el señor Allende como las demás autoridades nacionales declinaron sus obsequios, pues éstos consistían en armas que fueron entregadas al conjunto de pinganillas que constituía el Grupo de Amigos Personales del doctor Allende.

Ninguna duda cabe en orden a que la convocatoria para inventar un camino chileno a la felicidad cuadraba perfectamente con la vía chilena al socialismo que pregonaba, día tras día, el gobierno marxista. En esta forma se sublimaba el intento infame de someter a la sociedad chilena a un régimen totalitario, enemigo de Dios, de la Patria y de sus súbditos.

Es inútil, así, continuar revisando las declaraciones del Episcopado, que afectaron grave e injustamente al Gobierno Militar, así como sus acciones y omisiones que contribuyeron al asesinato de militares y civiles comprometidos con el servicio de este último.

Los señores Obispos deberían modificar la bíblica sentencia del Profeta Isaías, invocada en 1962, para reemplazarla por “Ay de mí, porque he mentido.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile Informa, en su N°3.710.