Sobre el Chile actual

Renzo Munita M. | Sección: Política, Sociedad

Postales de pillaje, incendios intencionales y desorden han tenido lugar en Chile, con especial notoriedad, a partir del 18 de octubre del 2019 (digo especial notoriedad, pues en La Araucanía se vive algo muy parecido hace años). La incapacidad del ejecutivo por brindar seguridad a sus ciudadanos también se ha manifestado desde la misma fecha. Qué duda cabe que las diarias amenazas de querellas no resultaron efectivas. Y aunque haya sujetos detenidos, nada asegura que los efectos jurídicos de la revuelta – así prefiere ser denominada la insurrección por algunos – traigan aparejados especiales indultos en algún tiempo más. Los episodios de esta peligrosa historia son bien sabidos. Marchas multitudinarias, reivindicaciones, denuncias sociales, lágrimas públicas y arrepentimientos políticos, han copado las portadas de diversos medios de comunicación. 

Desde economía hasta religión, desde ciencias ocultas hasta educación, son los abanicos de temas que diversos animadores de matinal son capaces de dominar, y, por cierto, con un impacto social que ya se quisiera el político mejor evaluado. Los números no son argumento suficiente. Se habla de todo por los menos indicados para hacerlo. Se estudia poco, no se entiende lo que se lee, y a los estudiosos se les invita a debatir públicamente con el propósito de ridiculizarlos. Algunos astutos y de argumentos sólidos son capaces de sortear las flechas, otros no. La jerarquía de la Iglesia Católica chilena enmudecida como nunca, parece haberse olvidado que el cristianismo es camino; el mensaje más bien se acerca a un sálvese quien pueda. El protestantismo, empero, marca la pauta de quienes creemos en la trascendencia del hombre, y que, aunque no compartamos aquella fe, les reconocemos su compromiso con sus propios principios. Algo es algo. 

El contexto previo a la fatídica fecha es reflejo de la desconexión como del aprovechamiento. Algunos abogaban por el romanticismo instando la compra de flores, otros tildaban a sus hijos de campeones por sus dotes amorosas, y había quienes sugerían levantarse más temprano para aprovechar economías en el transporte. A su turno, salen a la luz bochornosos episodios de corrupción (el problema ya es antiguo: se recordará por ejemplo que el gobierno del presidente Lagos estuvo marcado por varios ilícitos de esta naturaleza: Mop-Gate, Correos, por nombrar algunos) y colusiones de todo tipo (papel, pañales y pollos) marcaban la agenda en la iniciativa del Sernac en el ejercicio de acciones colectivas. 

El escenario no se completa en lo indicado, pues el marco procesal penal que nos rige ofrece un modelo garantista para los imputados y condenatorio para las víctimas, al ser incapaz de ofrecer una sensación, -al menos una sensación- de seguridad. Conseguir una salida alternativa -metas administrativas de por medio- se eleva a una importante finalidad en la labor de fiscales y defensores. La condena es sólo un accesorio. La rehabilitación del imputado, una quimera. Así las cosas, el miedo a la sanción no existe, y la violencia como medio de coacción social transitó (y transita), decidida, por una amplia alameda en donde el hombre no camina precisamente libre.

Insertos en este vacío, prácticamente toda la clase política chilena se ha financiado fraudulentamente, esto es, mediante donaciones que más bien parecen remuneraciones, justificadas a través de una boleta bajo la glosa de “charla” (extremadamente bien pagada) o de “informe” de dudosa autoría. Los fondos, paradojal y prácticamente, siempre provienen de la misma fuente. La consecuencia penal, por su parte, no ha sido otra, salvo una excepción (Jaime Orpis fue condenado a cárcel), que la desconfianza en la misma clase política. Desconfianza bien conocida por sus protagonistas, y que, no obstante, no impidió que Sebastián Piñera fuera elegido presidente con una alta votación; aspecto que no puede ser desconocido.  Con todo, aquella adhesión no motivó mensajes claros en pos de perseguir, de sancionar, o de corregir un marco legal extremadamente laxo. De remecer a la clase política, por su ineptitud. Por el contrario, lo encegueció y lo llevó a considerar que Chile era un oasis, pasando a preocuparse del vecindario, desatendiendo lo nuestro. Se sintió seguro.

En fin, cifras más, cifras menos, la fuerza de los discursos de nuevos sectores -insertos en la arena en virtud o a causa de la modificación del sistema binominal (interprete usted como quiera, pues a esta altura ya da igual)- activistas del denominado estallido, y el anhelo de las bancadas tradicionales por recuperar la referida confianza, consiguieron poner en jaque a La Moneda en aquella noche de noviembre del mismo año. Es el acuerdo por la paz el que marca un antes y un después. Es dicha convención política la que, lacrada con la firma del presidente en ejercicio en esa época, administrador actual -así preferimos llamarlo- determinó los destinos del país sin corregir absolutamente nada. Ni el ajedrecista más prestigiado lo hubiera hecho mejor. No se tocó ni una coma del cuestionado modelo, esa es la verdad. Ni la educación, ni las pensiones, ni la salud se modificaron un ápice; por cierto, tampoco los sueldos de los señores de Valparaíso, que era otro de los reclamos. Se renunció a la Constitución, fue la moneda de cambio, que aceptada por los violentistas (no dudo representados también en aquella extensa reunión) amainó sus espíritus deseosos de guillotina. Extraño. 

Y la verdad señor administrador, es que se le puede perdonar la lentitud en la toma de decisiones, los cambios de parecer, la acefalía; pero lo que no puede ser pasado por alto, es el haberse sentado a negociar como si Chile fuera una empresa. Eso no. Faltó valentía, faltaron principios, faltó honrar el cargo. Calculó cuando no podía calcular. Especuló cuando no podía especular.

El rechazo y el apruebo ya es historia conocida. La segunda alternativa apabulló a la primera, y actualmente, tras la elección de constituyentes podemos apreciar cómo nuestro país ha dado brutalmente un giro hacia la izquierda radical. Usted dirá que también hay una importante representatividad independiente, y es así. Sin embargo, honestamente no veo a la mayoría de aquellos independientes parlamentando con la derecha (o con lo que queda de derecha), sino que con la izquierda, identificándose con ella. Una izquierda que no ha hecho progresar a ningún país, una izquierda que restringe libertades y que históricamente ha fracasado. Esa izquierda que no protege la vida del que está por nacer, esa izquierda que no cree en la autonomía del Banco Central, esa izquierda para la cual el Tribunal Constitucional es una tercera cámara cuando le conviene, esa izquierda que persigue el adoctrinamiento y no la educación. Esa izquierda que se atribuye más autoridad que la que tienen los mismos padres. A esa izquierda, en definitiva, usted señor administrador le entregó no solo la Constitución, también el país y las consecuencias están por verse. La responsabilidad de lo que ocurra es solo de usted.