Nuestra actual situación (IV)

Alfonso Hidalgo | Sección: Política, Sociedad

La profunda crisis de nuestros sistemas democráticos (factores de influencia)

Como anunciamos la semana pasada, hoy revisaremos otros cuatro factores que influyen en la profunda crisis de nuestros sistemas democráticos.

3. Lo visto en los puntos anteriores (1 y 2) se vincula y en parte se confunde con el entreguismo rayano en la traición que ha hecho casi toda la clase política a los dictámenes de los organismos internacionales y de la prensa hegemónica. De esta forma, resguardando sus propios intereses para mantener alguna cuota de poder por pequeña que sea, por regla general no han vacilado en adaptarse a esta nueva situación. De poco valen las aspiraciones y demandas del electorado (no así de los sectores violentos, según se verá luego), a quienes se engaña vilmente con tal de conseguir sus votos y acceder al poder de una manera “legítima”. 

Todo lo dicho induce a concluir que este juego entre gobierno y oposición es en buena medida ficticio, que sólo busca aparentar diferencias que esconden un acuerdo para monopolizar el poder. En algunos casos, este juego permitirá que uno u otro bando haga el papel de “gobierno” o de “oposición” de manera alternada; en otros, si uno de ellos no es lo suficientemente fuerte, tendrá que conformarse con ser siempre “oposición”, con tal de conservar sus cuotas de poder por pequeñas que sean. Lo importante es que toda esta apariencia –y otra vez ayudada por los medios de comunicación– busca cerrar el paso al surgimiento y consolidación de cualquier opción política que de verdad quiera cambiar las reglas del juego y oponerse a esta imposición internacional. 

En consecuencia, la ciudadanía no tiene verdaderas opciones para escoger realmente a quienes puedan llevar a cabo sus legítimas aspiraciones, al existir una clase política sorda a sus demandas (salvo las de tipo violento, según se verá). Lo anterior, porque en el fondo ella tiene otros amos a los cuales servir, motivada por su afán de conservar el poder. De ahí que tampoco importen los programas de gobierno o las promesas que hagan a sus “electores”, pues el único objetivo de todo esto es que mediante su voto, les otorguen la apariencia de legitimidad que tanto necesitan para continuar no gobernando, sino cumpliendo las órdenes dadas desde las esferas internacionales. 

En todo caso, debe advertirse que debido a la manipulación de las masas gracias a la labor de los medios de comunicación y de las redes sociales, cada vez una menor parte de la población se da cuenta del problema y aboga por representantes diferentes a los “oficiales”. En consecuencia, la dramática crisis del sistema democrático que estamos viviendo afecta de manera muy profunda tanto a los gobernantes como a los gobernados que participan en este proceso. Por eso hemos advertido muchas veces que la clave de todo lo que estamos comentando, es dominar las mentes y los sentimientos de las personas.

Todo lo dicho parece indicar que el poder de estas instancias internacionales semiocultas y de los medios de comunicación es enorme, puesto que se sabe de muchos ciudadanos honestos que han incursionado en la política con el sincero afán de mejorar las cosas y de servir de manera cabal a sus países, que han terminado sucumbiendo ante esta verdadera maquinaria de poder. Y seguramente esto se consigue gracias al soborno o a la amenaza, con lo cual este noble deseo de mejorar la política no solo pareciera ser muy difícil, sino también peligroso. Lo cual vendría a demostrar que nuestra clase política se ha vuelto bastante invulnerable ante quienes pretendan amenazar su hegemonía.

En conclusión, es necesario darse cuenta no solo que da casi lo mismo cuál de las “alternativas” triunfe en los comicios, sino sobre todo, que quienes están realmente gobernando son estas instancias internacionales, que usan a estas clases políticas sumisas como títeres. De la mano de los “derechos humanos”, la agenda globalista va imponiéndose paso a paso, aparentando la legitimidad dada tanto por estos derechos como por el sistema democrático, todo ello difundido por los medios de comunicación. De ahí que sea necesario recordar nuevamente que la clave de la guerra es el engaño.

4. En cuarto lugar, a lo anterior se añade el creciente problema de múltiples signos de corrupción, tanto en el ejercicio de variados cargos públicos como en la realización de los comicios, todo lo cual es muestra de una notable decadencia moral. En este sentido, la reciente y escandalosa situación vivida en Estados Unidos en la última elección de 2020, hace dudar seriamente de la idoneidad de nuestros sistemas de sufragio, así como sospechar que esta situación la hemos estado viviendo desde hace mucho tiempo sin darnos cuenta, otra vez, en gran parte gracias a la labor de los medios de comunicación. Una muestra más de que las cosas no son lo que parecen.

5. En quinto lugar, se ha hecho común que al menos algunos de estos sectores que “juegan” a competir entre ellos, acepten e incluso incentiven el uso de la violencia como arma para conseguir o conservar el poder, aunque al mismo tiempo se presenten a sí mismos como los máximos defensores del sistema democrático. Esto resulta más común en aquellos países en que aunque exista este acuerdo entre “gobierno” y “oposición”, una de las partes se encuentra en una situación mucho más débil que la otra, debiendo así conformarse con tener un papel secundario y conservar algunas cuotas de poder.

De esta manera, se está haciendo cada vez más común que los sectores que toleran e incluso propugnan la violencia, solo consideren legítimos los resultados del proceso democrático si son vencedores en el mismo. Por iguales razones, tenderán a desconocerlos en caso contrario, no siendo infrecuente que boicoteen a sus adversarios por cualquier medio. Con lo cual se demuestra el engaño que estamos denunciando, porque la democracia supone la total renuncia a las vías violentas para llegar o mantenerse en el poder. 

Por tanto, a los anteriores males se añade la pregunta de si realmente vale la pena participar en este juego con un contrincante de estas características.

6. En sexto lugar y muy vinculado con lo anterior, la violencia como realidad cada vez más extendida se ha hecho presente en nuestras sociedades justificada y protegida, por contradictorio que parezca, por los nuevos “derechos humanos”.

En efecto, al mismo tiempo que los “derechos humanos” se han transformado en el vehículo perfecto para influir “legítimamente” desde instancias internacionales tanto en el ámbito jurídico como político de los Estados –dándole a éste de paso la excusa perfecta para inmiscuirse en todo–, desde una perspectiva interna, estos derechos se están usando como una poderosa arma para desestabilizar a nuestras sociedades, con tal de conquistar el poder total.

Lo dicho se debe a que el catálogo de estos derechos no hace más que crecer con el tiempo, llegando a considerarse como tales cosas no solo cada vez más absurdas, sino también difíciles o imposibles de alcanzar. Con todo, el efecto psicológico que han generado en buena parte de la población, y nuevamente auxiliados por los medios de comunicación en cuanto a las expectativas que despiertan y a la insatisfacción consecuente que provocan al ser imposible satisfacerlas, están haciendo que se conviertan en una auténtica pesadilla para nuestras sociedades.

De esta manera, las exigencias que los ciudadanos plantean en nombre de estos derechos resultan cada vez más amplias y por ende imposibles de alcanzar, no sólo por ser los recursos limitados, sino también por chocar con otros derechos tanto o más importantes que los exigidos o incluso con verdaderos derechos. Sin embargo, es el efecto mental que todo esto produce lo importante y que es el verdadero objetivo: un creciente clima de descontento y de desorden, que genera inestabilidad y termina legitimando la violencia como modo –para algunos el único– de alcanzar estas pretensiones.

A fuerza de parecer majaderos, debe volver a advertirse sobre el crucial papel que desempeñan en este proceso los medios de comunicación y las redes sociales, no solo al incentivar estas peticiones insaciables, sino además, debido a haber convencido a buena parte de las masas que la no obtención de las mismas se debe al egoísmo de las clases más acomodadas o a su manifiesto deseo de impedirlo y no a una imposibilidad fáctica de alcanzarlas. Con lo cual la animadversión que se produce al interior de nuestras sociedades no hace sino crecer, con las nefastas consecuencias que ello conlleva. Esto explica que vastos sectores vayan convenciéndose de manera paulatina que el único camino posible para obtener estos tan ansiados e injustamente negados derechos es la violencia, y que la institucionalidad no sirve.

Por lo tanto, la violencia termina legitimándose en nombre de los “derechos humanos” como una vía más o incluso la única vía para alcanzarlos, y al mismo tiempo sus participantes acaban actuando en la casi total impunidad, al ser protegidos por estos mismos derechos que dicen defender. De ahí que sea cada vez más difícil el uso de la fuerza pública para contrarrestar su accionar, pues siempre se considerará –con la complicidad de los medios de comunicación y de los organismos internacionales– que su empleo es un atentado contra estos derechos.

Para terminar, debe llamarse la atención sobre la conveniencia que genera para sectores cada vez más amplios el hecho de presentarse como “víctimas” ante nuestras sociedades, al alegar haber sido vulnerados en sus “derechos humanos”. Lo anterior les otorga una serie de ventajas con relación al resto de la población, llegando a convertirlos incluso en una especie de clase privilegiada, que es precisamente contra lo que dicen estar luchando.

Por último y como corolario de todo lo que se ha señalado hasta aquí, es necesario hacer presente que los problemas vistos muestran no solo que las actuales democracias se encuentran en una profunda crisis, sino sobre todo, que se han convertido en una auténtica farsa, que solo busca imponer este totalitarismo internacional. También, que el poder es insaciable, razón por la cual nunca se detendrá mientras pueda avanzar. Con la agravante que gracias al proceso descrito, las grandes masas se encuentran por regla general absolutamente embobadas por el discurso oficial, mostrando que la clave para dominar es el control de la mente y de los sentimientos.