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Un momento delicado

Uno de los rasgos más llamativos del acontecer político chileno de los últimos meses lo constituye el evidente deterioro de la autoridad presidencial que ha llegado hasta el punto de que quien la ejerce -el presidente de la República- se ha convertido casi en un actor secundario en lo que al gobierno del país se refiere. Su autoridad, de hecho, la han asumido las mayorías en el parlamento formadas, desde luego, por los grupos políticos de oposición, pero también por grupos importantes de los parlamentarios del oficialismo. Y éstos lo han hecho en clara y evidente desobediencia a lo que son las decisiones presidenciales. El caso más llamativo ha sido, sin duda, el de las votaciones para aprobar el retiro del 10% de los fondos de pensiones, ya en tres ocasiones. 

Los argumentos que dio el gobierno para evitar estos retiros, a pesar de su racionalidad, fueron desoídos, desde luego, por los parlamentarios de oposición, embarcados desde hace tiempo en una carrera de abierta demagogia; pero también por muchos parlamentarios de su entorno, que no han querido restarse a esa misma carrera. En definitiva, tales retiros han sido aprobados por amplias mayorías. Con lo cual han dejado en una posición muy frágil al gobierno que ni siquiera ha podido contar con el apoyo de sus propios parlamentarios. Y que contrasta, por ejemplo, con la decisión de un diputado de oposición, Pepe Auth, de votar contra estos retiros advirtiendo los riesgos que ellos encierran.

Hay una clara desafección de estos parlamentarios “oficialistas” de cara al gobierno al cual dicen pertenecer. Pero, hay poco de qué extrañarse, porque el primer y más severo debilitamiento de la autoridad presidencial provino del mismo presidente de la República cuando éste, temeroso acerca de su continuidad en el cargo, cedió frente a la violencia desatada en los últimos meses de 2019 y entregó la constitución. Ya entonces pudo observarse cómo la autoridad presidencial se doblegaba frente a presiones de fuerza. Lo mismo sucedió después con el plebiscito: cada cual dentro del oficialismo “tiró” para su lado, los ministros incluidos, mientras el presidente de la Republica observaba una ambigua prescindencia.  Por esta vía, los partidos políticos afines al gobierno se han ido convirtiendo en verdaderas montoneras al interior de los cuales todos han terminado luchando contra todos. Es decir, este mundo oficialista ha demostrado carecer de un efectivo liderazgo que le permita permanecer cohesionado y remando en la misma dirección.

Ese liderazgo es el que sólo puede ejercer el presidente de la República. Pero, la debilidad que éste ha demostrado y sus cambios de posición en temas trascendentales han terminado por socavar su autoridad de cara a sus mismos parlamentarios. Estos, ahora, parecen regirse no por una lealtad hacia un gobierno cuya orientación desconocen, si es que tiene alguna, sino por el viejo principio rector en los naufragios ¡sálvese quien pueda! Su preocupación no es la de colaborar en una tarea común para recuperar el país sino la de saber cómo actuar para asegurar un escaño parlamentario.

Delicado momento para el país que, en momentos como estos, no es mucho más que el “pato de la boda” en medio de estas pugnas de baja y miserable política.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su página de  Facebook