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Podredumbre de las podredumbres

Es difícil mantener el optimismo cuando semana tras semana vemos un golpe tras otro en contra de nuestro país. Se han ido cumpliendo cada uno de los pronósticos que se vislumbraban en 2020 cuando advertíamos de los peligros de iniciar un proceso constituyente; la paz nunca llegó, el estado de derecho pende de la cuerda floja y la institucionalidad presenta fracturas graves que amenazan con un quiebre total.

Nos estamos jugando el futuro de Chile y vemos que el país se nos derrumba. La enajenación de algunos ciudadanos asombra. El Congreso actual ya no es vergonzoso, es patético y nauseabundo. Traen a la memoria el apodo que recibiera durante la Revolución Francesa “El Directorio”, órgano que sucedió el régimen del terror de Robespierre, “podredumbre de las podredumbres”. El modo de operación del FA y PC, al borde de la ilegalidad, rememora tiempos que creímos nunca volveríamos a vivir. Cuando la inconstitucionalidad se hizo costumbre durante la UP, sabemos a dónde fue a parar el país. Hoy, con un Congreso desquiciado, una oposición extremadamente violenta y demente, tanto que preocupa inclusive a los pocos razonables que le quedan a la izquierda, sumado al entreguismo oficialista, estamos yendo por el mismo camino. Habría sido un gesto patriota darle un espaldarazo al gobierno y evitar el quiebre institucional que se avizora, pero cómo darle respaldo a un gobierno que no está dispuesto a jugárselas por Chile y sí por la agenda de oposición; ahí tenemos el caso de la nueva rendición ante el tercer retiro de los fondos previsionales. Siendo así, señalo abiertamente lo que todos sabemos: esto no va a terminar bien.

En estas elecciones no hay espacio para una derrota. Sabemos del ideario de la extrema izquierda: a finales de los años ‘60 abrazaron abiertamente la vía armada para instaurar el socialismo; hoy, su instrumento es otro. En la hoja de ruta de la izquierda no está contemplada la protección de grandes empresas y emprendedores que no solamente dan trabajo, sino que sostienen de manera importante la economía nacional. Tampoco está contemplada la propiedad privada ni ninguno de los elementos que definen hoy a nuestra sociedad. Lo que ellos llaman de “la burguesía”, o más peyorativamente, “el facho pobre”, hoy, en pleno siglo XXI, sigue siendo considerado para las izquierdas como “elemento contra-revolucionario” que debe ser eliminado. Claro, no utilizan la palabra “eliminar” (seamos francos, matar) para evitar contradicciones con el lenguaje amoroso del progresismo que le fuera vendido a millones de incautos, sin embargo, el objetivo es el mismo. A comienzo de los ‘70 pregonaban “los momios al paredón y las momias al colchón”, hoy, cuales parásitos que se infiltraron hasta lo más recóndito de la estructura estatal e institucional, su clamor es socavar desde adentro a nuestra nación para que una vez en el poder puedan terminar por arrinconar y aniquilar, sea a través de impuestos, de censura y persecución, a todo aquel que no baile al son del progresismo, es decir el marxismo del siglo XXI.

No podemos permitir una mayoría aplastante de ellos en las elecciones para convencionales, alcaldes y gobernadores. Si así fuera, nada bueno puede surgir de un proceso constituyente que apesta a ideologías añejas y cuyos ideólogos utilizan lo más profundo de su retorcida mente para, cual pedernal, encender el odio en las mentes enajenadas de tantos que cayeron en sus embrujos. Lo peligroso es que están acompañados de una importante masa de jóvenes, y un buen bocado de políticos, provenientes de sectores de clase media totalmente ajenos a la agenda insurreccional pero que decidieron dar el salto al progresismo. Pobres ilusos, creen que por enarbolar las causas que les fueron vendidas, serán acogidos en los brazos revolucionarios. Se equivocan, pues para los sectores más radicales de las izquierdas de Chile, el sólo hecho de ser de clase media, o inclusive de haber tenido la bendición de contar con privilegios socioeconómicos mayores, automáticamente los convierte en foco de sospechas, aludiendo a que estos ciudadanos no pertenecen al pueblo, pero, astutos como la serpiente, las izquierdas saben muy bien cómo manejar y utilizar a estos “tontos útiles”. Estos incautos, embrujados por la tiranía de los colectivos, desconocen que durante la revolución rusa no hubo pocos pertenecientes a la burguesía zarista que, sea por abrazar la causa bolchevique o simplemente para salvar el pellejo, fueron los primeros en terminar en el paredón cuando Lenin y sus cuatreros finalmente llegaron al poder.

El proceso constituyente es de naturaleza ilegítima, pero es legal, de manera que debemos participar en este para encausarlo al mejor término posible y mantener su legalidad, comenzando por resguardar las reglas del juego, que ya el PC está preparando todo para cambiarlas. Tenemos que recordar que esto no se trata de ganarle el gallito a la izquierda, no se trata de “propinarle golpes a la derecha”, se trata de que el país está en juego y la clase política en ejercicio simplemente no lo ve. Sea responsable, sea republicano, estamos frente a nuestra última salida.