El Partido Republicano, referente para los chilenos

Carlos A. Casanova | Sección: Política

Hace unos días el profesor Manfred Svensson publicó en El Líbero un artículo en que criticaba duramente al Partido Republicano y la persona pública de José Antonio Kast. Su título era La Disrupción del Partido Republicano. Empecé a leer el artículo con mucho interés, al ver que un filósofo bajaba del Olimpo a iluminar los asuntos de la ciudad. Pero a medida que avanzaba caía en la cuenta de que quizá este filósofo no tiene los ojos muy acostumbrados a la penumbra y oscuridad en que vivimos los chilenos que sufrimos la situación político cultural presente. Así que con un poco de repugnancia tendré que responder a mi amigo, el profesor Svensson, mostrándole que probablemente no ha podido distinguir bien estas realidades del valle de aquí abajo.

Comenzaré por un punto que me llamó poderosamente la atención, y que quizá debería ser el telón de fondo contra el que se pueda distinguir la verdadera figura de las cosas. El profesor sostiene que el partido tiene una mentalidad de “guerra cultural” que lo cierra al diálogo y a intentar persuadir. Hay en esta afirmación dos aspectos que es preciso abordar.

En primer lugar, es indudable que José Antonio Kast ha mostrado una rectitud sólida, pero también ha mostrado una admirable apertura al diálogo y a la colaboración. Cuando se acercaban las elecciones presidenciales pasadas, Piñera y Felipe Kast hicieron lo posible por hundir su candidatura. Él no cejó en sus esfuerzos, porque comprendió que era preciso dejar abierta en el panorama político chileno una opción que no fuera revolucionaria, y que Piñera y Felipe Kast, si bien no son socialistas, han dado claras muestras de ser revolucionarios en materias de la mayor importancia, como lo son el aborto y la ideología de género. Con todo, cuando perdió en la primera vuelta, no se dejó arrastrar por el resentimiento, sino que de inmediato manifestó su apoyo al Presidente Piñera, y le proporcionó toda la logística que su base podía ofrecer para custodiar la votación en segunda vuelta. Toda la base, no sólo los “cuadros mejor formados”, se lanzó entonces a custodiar esa votación.

En este momento, cuando se acerca una elección de gran trascendencia, como es la de la Convención Constituyente, Chile Vamos formó alianza con el Partido Republicano porque, una vez más, José Antonio Kast y el Partido comprendieron que hay que dejar de lado intereses mezquinos para salvar a Chile del gran peligro que lo amenaza.

Es falso, por tanto, que el Partido Republicano esté cerrado al diálogo o a la cooperación con otros agentes que quieran custodiar el bien común de Chile.

En segundo lugar, no sé cómo puede Manfred negar que en Chile hay una guerra cultural. No sé qué noticias ve él, pero es indudable que en Chile la fase de subversión cultural ya está muy avanzada, y que ahora nos encontramos en otra fase, en que la guerra ya no es sólo cultural. Hay una guerra física de baja intensidad y en la que hay varios frentes coordinados: la Araucanía sufre la intervención de grupos terroristas, guerrilleros y narcotraficantes fuertemente armados; otros lugares sufren la intervención de mafias de narcotráfico también fuertemente armadas y que están disolviendo con éxito la institucionalidad, como señalaba Joaquín García-Huidobro recientemente. Lo que vivimos el 18 de octubre de 2018 no fue una “irrupción popular”, sino una oleada subversiva bien preparada. Chile corre peligro de desaparecer del concierto de las naciones. Ese peligro es muy real, aunque quizá no se distinga desde el Olimpo de la filosofía. Los camioneros del Sur ya lo han experimentado, igual que la Policía de Investigaciones: hay zonas de la república en las que no puede entrar la fuerza coactiva del Estado.

Es el error de diagnóstico lo que lleva a nuestro filósofo a la mayoría de sus otros errores. (No todos: no haber visto la disposición al diálogo de la persona pública de José Antonio creo que es consecuencia de una extraña animadversión que no logro comprender, o quizá se derive de la oscuridad de las realidades políticas).

Como decía, la subversión cultural de Chile está tan avanzada que ya en los medios de comunicación social sostener que un hombre es un hombre, aunque se vista o se maquille como quiera, es percibido como una “posición extrema”. Marcuse y su falsa tolerancia, su “corrección política”, han conseguido que la verdad como adecuación entre el intelecto y las cosas sea rechazada como principio del diálogo racional. Felipe Kast y Sebastián Piñera se han convertido en paladines de este aspecto de la subversión de Chile, y políticos de su entorno han sido cómplices de que se intente imponer por la fuerza a las familias cristianas de este país. Solamente José Antonio Kast y su Partido Republicano se atreve a hacer frente a esta verdadera tiranía, con gran coraje, por cierto, y sufriendo la verdadera intolerancia que se viste con los disfraces de la falsa tolerancia. Pero a Manfred le parece que esto es “incorrección política” y que esto “erosiona la comunicación”. No, amigo mío, no puede haber diálogo abierto a la persuasión cuando se ha rechazado la verdad como adecuación. En este estado, sólo queda dar testimonio valientemente de la verdad y esperar que Dios abra los ojos de quienes los han cerrado. Sólo un milagro puede tornar a la sensatez a quienes han aceptado como principio político el rechazo de la evidencia en nombre de una ficticia “tolerancia”.

Cuando se percibe que Chile se aproxima a un abismo revolucionario, es natural pensar en que aquellos cuerpos que han jurado defender la integridad de la Patria, “por la razón o la fuerza”, la salven del totalitarismo y de la extinción como república independiente. Es decir, carabineros y militares. Pero resulta que hay obstáculos importantes para que esos cuerpos salven a Chile como lo hicieron en el año 1973, cuando había peligro real de que este país se convirtiera en colonia de los comunistas cubanos. Entre esos obstáculos se encuentra la profunda distorsión historiográfica que ha presentado a Pinochet como un monstruo y a Allende como un santo; y que ha arrojado a Punta Peuco a cualquier militar que haya tomado parte importante en salvar a Chile del totalitarismo. Es natural que todos los chilenos que se angustian por el actual peligro que corre su Patria (y que Manfred no ve, al parecer), reaccionen ante esta manipulación de la opinión, de la historia y del Derecho que tiene a Chile indefenso ante sus enemigos externos e internos. Esta es la razón de que muchos republicanos aparezcan como “pinochetistas” a los ojos del crítico, aunque el partido ha declarado que no es oficialmente pinochetista.

El profesor Svensson tocó otros problemas, pero no tengo ocasión de abordarlos todos. Respecto de algunos de ellos, me limitaré a pedirle que lea la declaración de principios del Partido, que da un importante mentís a algunas de sus afirmaciones olímpicas. Ahora quiero fijarme sólo en un último punto. El filósofo critica que los republicanos defiendan la tenencia de armas y los acusa de imitar a la “derecha” norteamericana y querer convertirse en cowboys. En primer lugar, Chile durante más de cuatro siglos fue un país de frontera y, por eso, ha tenido una constante tradición de portar armas, sobre todo en el campo. No había manera de protegerse contra los cuatreros, bandidos o incursiones araucanas, sin armas. Pero en Chile nunca se había presentado el problema, que los políticos han importado de Estados Unidos, de que se quiera prohibir el porte de armas. Hay razones endógenas a Chile por las que esta prohibición de portar armas es injusta. Los camioneros, por ejemplo, saben que la fuerza pública del Estado no los va a proteger efectivamente en La Araucanía, y han decidido protegerse a sí mismos. Si los desarmaran, el Estado estaría faltando a su deber de neutralizar a los grupos subversivos, y estaría privando a los ciudadanos del derecho a la legítima defensa. Pero hay razones universales por las que sería insensato proscribir la tenencia de armas. Se las escuché a un profesor de Boston University en el año 2002: cuando un movimiento totalitario conquista el poder, al comienzo no puede hacer uso de la policía y los militares, porque, de ordinario, no tiene allí un apoyo incondicional. Por eso se ve forzado a hacer uso de grupos de choque extraoficiales. Los “camisas pardas” de los Nazis, que son un buen ejemplo porque al profesor Svensson le gustan los ejemplos tomados de Alemania. Pues bien: si los ciudadanos no tienen armas, se encuentran como corderos llevados al matadero de las S. A. Indefensos. Por esto es una garantía de la libertad republicana el que los ciudadanos puedan portar armas.

Quiero acabar con un testimonio personal. Yo he asistido personalmente a reuniones de las bases del Partido Republicano (no sé si el profesor Svensson se ha tomado esa molestia). Y puedo decir que allí predominan los cristianos, pero se acoge a cualquier persona de buena voluntad que quiera defender la república en esta grave hora en que se encuentra, como dice la declaración de principios (número 2, por ejemplo). Existe una mística que es muy importante para mantener encendido un faro de esperanza en un país que parece condenado al hundimiento. Y esa mística rodea a un deseo de defender todo lo que es bueno en la chilenidad, en nuestras tradiciones, en nuestras instituciones. Si eso es “disruptivo” será porque las estructuras de poder chilenas se han acomodado a la retórica revolucionaria, y les molesta un movimiento que está dispuesto a nadar contra esa corriente.