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Salvavidas de plomo para Argentina

Son curiosas, por decir lo menos, las palabras que pronunció el Presidente argentino a propósito de la promulgación de la ley de aborto libre en el país vecino. Con justa razón, en un momento de su discurso Alberto Fernández lamentó que las mujeres embarazadas (o “cuerpos gestantes”, como osó llamarnos) corramos el riesgo de ser despedidas de nuestros trabajos. Pero no propuso ninguna solución a esa injusticia (convengamos en que al bono “de los mil días” no le alcanza para llamarse “solución”). Solo ofreció el aborto. Sutil y disimuladamente, es esa la única alternativa que en verdad puso sobre la mesa en su discurso del 14 de enero.

Fernández merece un aplauso: es el rey de la eficiencia y el pragmatismo. La solución que ofrece a un problema que legítimamente denuncia es la más barata y la que prácticamente no requiere de esfuerzos políticos ni culturales. ¿Para qué vamos a andar recordándoles a los hombres que responsabilizarse de los niños que traen al mundo es un deber, y no una simple opción? ¿Para qué vamos a hacer mejores leyes de postnatal? ¿Para qué vamos a quebrarnos la cabeza intentando compatibilizar –desde el Congreso, desde las políticas públicas, desde la sociedad civil…– la vida familiar con la vida laboral? ¿Para qué nos vamos a complicar la existencia?

Sí: el aborto es, para estos efectos, la solución más condescendiente con el statu quo. Esto, entre otras razones, porque no cuestiona la decadencia cultural y moral enquistada en la sociedad, que provoca que una mujer embarazada se sienta (y se convenza de ser) una carga indeseable; un ciudadano en absoluta desventaja, cuya eventual contribución al mundo por medio de la maternidad (no estoy diciendo que la maternidad sea la única contribución de las mujeres al mundo) queda invisibilizada y despreciada por los dogmas socialmente imperantes del exitismo profesional y la productividad económica.

Pero hay más. Según el Presidente argentino, lo que hizo la nueva ley de aborto fue derrotar el “Patriarcado”. No lo definió ni dio cuenta de su existencia, pero si el Patriarcado existiera y fuera algo así como el sistema o el orden o la cultura que propicia, entre otras cosas, que una gran cantidad de hombres salga cobardemente arrancando tras engendrar un hijo, lo cierto es que aprobar el aborto no es derrotar ese “patriarcal” (yo no lo llamaría así, en todo caso) desorden de cosas, sino ayudar a consolidarlo.

En otras palabras, la propuesta de Alberto Fernández, esa promesa de campaña que tanto se jacta de haber cumplido, no cuestiona ni la tiranía del dios dinero, ni a los papitos corazón, ni a esa sociedad corrompida que promueve ambas cosas. Por eso, su discurso no solo es cruel e inhumano; es también la arenga más machista y anti-anti-sistémica que se ha escuchado el último tiempo en Sudamérica.

Precisemos, por último, que hay muchas otras razones, algunas aún más importantes, por las que las leyes de aborto libre son injustas. Pero tener a la vista estas consideraciones y contradicciones del caso argentino es importante. Acá en Chile nos están ofreciendo el mismo salvavidas de plomo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera, el jueves 28 de enero de 2021.