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Economicismo, antieconomismo y el justo medio

Las críticas al economicismo son un lugar común incluso entre los economicistas. Personalmente me río cada vez que alguien, pensándose ingenioso, dice que la derecha necesita “menos Excel y más Word”, porque llevamos años oyendo lo mismo sin que nadie presente una innovación concreta en tal sentido.

En la derecha tenemos claro que responder solamente mostrando gráficos con líneas ascendentes no es suficiente para satisfacer las demandas de la clase media, y quienes han interpretado las causas de nuestro octubre han sido claros en este punto.

Lo descrito es una caricatura tosca del llamado “economicismo”, que podríamos intentar caracterizar como un abuso de las categorías económicas para explicar todas las facetas de la verdad. De otra forma, podríamos hablar de un maximalismo económico, a raíz del cual el análisis de los procesos políticos y sociales pasa primero por una mirada económica en desmedro de otros criterios.

El economicismo es un vicio que nadie enaltece explícitamente pero que de todas maneras nos hace tropezar, con mayor o menor intencionalidad.

Naturalmente el resultado de esta práctica es la excelencia técnica-económica acompañada de grave deficiencia para captar integralmente fenómenos que se apoyen en otras facetas humanas como la religión, la belleza, o los vínculos interpersonales afectivos. Entre menos prime lo material, más ilusorio es un fenómeno para la mirada economicista.

Un caso divertido que ilustra esta contradicción es este artículo de un economista estadounidense en que, cual Grinch, critica la navidad por ser económicamente ineficiente.

La actitud economicista es propia de la derecha fusionista liberal-conservadora. El fusionismo, es decir, la forzada unión de ambas tradiciones, fue clave para combatir la amenaza del comunismo soviético durante el siglo pasado, pero como consecuencia de este incómodo pacto, la derecha tradicional se vio obligada a transigir puntos claves de su ethos, lo que queda evidenciado en la privatización de la moral, la difuminación del rol que tiene la fe en los asuntos públicos, y la renuncia a cultivar la virtud cívica. Quedó limitada a actuar como si estas facetas no fueran oponibles al resto de la comunidad política por no tener un sustrato empírico.

Una de las pocas consecuencias positivas de la crisis de octubre fue despertar a la derecha entrampada en este fusionismo, que se encontraba cautiva en una actitud pasiva incluso cuando varias de las demandas por mayor comunidad, un tejido social robusto y la lucha contra la corrupción son completamente acogibles desde la política conservadora.

Recuerdo un caso particular: un niño en una marcha que reclamaba porque crece en soledad a causa de que su madre no tiene tiempo para él, porque ella debe trabajar todo el día. Este es un cuadro que debería interpelar primero a un conservador o a un socialcristiano, y luego a un socialista. Extraño, entonces, que sean los segundos los únicos que se alcen como voceros de esta urgencia social –la familia- tan nuclear en el pensamiento conservador.

Asentado esto y tras constatar los problemas del economicismo emerge un segundo problema: el antieconomismo. Esto sería algo así como un bruto esfuerzo por contrariar a los técnicos que claramente no son capaces de dar respuestas satisfactorias por sí solos. El principal exponente chileno de este fenómeno es Ossandón, seguido por Desbordes.

Ambos personajes varias veces han atacado públicamente a los principales exponentes de la derecha economicista con un ademán anti-técnicos, como si gozaran al ir en contra de lo que las famosas cifras prescribían. Frente a la crisis de octubre estos políticos de conocido raigambre popular consolidaron su decisión de que ya no iban a sentarse a obedecer a los portadores de gráficos para luego desilusionar a sus votantes vulnerables, y que iban a disfrutar cada momento de su pequeña rebelión.

Frente esta reacción por parte del “antieconomismo” de Ossandón y otros políticos en contra del economicismo nace una perspicaz reflexión: al parecer el economicismo, con sus defectos, es preferible a la ausencia de este, o “antieconomismo”.

Atractiva y discutible tesis, pero no deja de ser ilusoria. Después de todo, el problema con Desbordes u Ossandón no está en su descripción, es decir, en que es necesario poner acento en la familia y la delincuencia, por ejemplo, porque decirle a los chilenos vulnerables que se sienten a esperar que aumente el PIB no es suficiente; sino que su torpeza está en su faz prescriptiva consistente en contrariar y despreciar la ciencia económica, excluyéndola incluso del lugar instrumental donde es buena.

Así las cosas, una nueva derecha posliberal debería recordar al filósofo y poner a la economía en el justo medio de estos dos extremos, valiéndose de ella instrumentalmente para servir a los ciudadanos y al mismo tiempo ponderar y emplear otras categorías que soportan las necesidades que escapan a lo material. Por ejemplo, hay efectos sociológicos que son provechosos aun cuando económicamente no sean óptimos; o bienes superiores, como el bien, la verdad y la belleza, que merecen protección incluso mediante decisiones que no sean económicamente razonables si las examinamos aisladamente.

En suma, la derecha hace bien al constatar los problemas del economicismo y abandonar la actitud pasiva de la derecha fusionista liberal-conservadora, pero sería un error caer en el otro extremo en que simplemente se desecha mañosamente la economía como campo de estudio excelentemente útil para comprender la realidad y dar soluciones a los problemas materiales; estando siempre consciente de que no puede solucionar todos los problemas humanos por sí sola, ni que todos los problemas humanos sean de naturaleza material.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Controversia, el miércoles 30 de diciembre del 2020.