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Convencer de la verdad a quien no quiere verla

En una amena conversa de otoño en Cassago Brianza, San Agustín pregunta a sus amigos “¿Y si pudiéramos ser felices incluso sin comprender la verdad, creen que sería necesaria la comprensión de esta?” (extracto de Against the Academics, St. Augustin’s Cassiciacum Dialogues). Basta ofrecer una falsa verdad, o una verdad a medias junto con una suculenta promesa de plenitud y felicidad sin costo ni esfuerzo adicional para su beneficiario, como para conseguir seducir y manipular sociedades enteras. En las actuales circunstancias nacionales, y creo hablar por muchos, nos hemos dado cuenta de cómo, desde las grandes esferas hasta la simple conversa con un conocido, todos aquellos que han caído en la trampa del apruebo, como una catarata que nubla la visión, se niegan tozudamente a ver la verdad.

La verdad libera; la mentira ciega. Ciega a tal punto que retuerce los principios. Aquellos que durante décadas hicieron uso y abuso de los DD.HH., que hicieron el papel de paladines de la justicia para ir al rescate de los menesterosos y desvalidos, hoy, envenenados y cegados por la catarata que genera el opio constitucional, no son capaces de ver ni de levantarse con la misma pasión de antaño por los miles de chilenos que lo perdieron todo de manos de lo que sádicamente llaman “primera línea romántica”, brazo armado de la extrema izquierda. Su indiferencia para con los DD.HH. de tanto carabinero desfigurado luego de ser quemados vivos; su silencio ante el asesinato de pequeños agricultores, transportistas, comerciantes, empresarios y emprendedores, simplemente repugna.

En este gran conglomerado, que al contrario de Bartimeo, no están dispuestos a someterse al acto de humildad que les haga caer las escamas de sus ojos y así poder ver, encontramos no solo al ciudadano común que cayó en el vicio del opio constitucional, sino también a un importante bloque de la prensa, algunos sectores progresistas con pretensiones intelectualoides, y, los más penosos de todos, aquellos que por miedo o afán de poder, dando manotazos de ahogados lanzaron por la borda sus convicciones para estirarle la mano al progresismo, pasándose definitivamente a las hordas del apruebo. Aunque encarados por la violencia sin igual durante el último año en Chile, no la ven. Enfrentados a las evidencias irrefutables del progreso experimentado por Chile en los últimos 40 años, no son capaces de aceptarlas como suficientes. Interpelados por los innumerables testimonios de inmigrantes llegados a nuestro país arrancando de estados fallidos, violencia, miseria y de la crueldad del socialismo, los desechan como inventos. Ante tanta ceguera y capricho infantil, no hay verdad que valga; pero como dice el refrán, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Por su naturaleza intrínsecamente violenta, los afiebrados constitucionalistas no solamente se han hecho notar extendiendo sus redes comunicacionales, sino que también han usado el terror como herramienta, manteniendo a Chile bajo constante amenaza de un segundo golpe insurreccional y de mantener la presión hasta hacer caer al país. Pero la última palabra siempre la tiene el elector en las urnas. Acercándose el 25 de Octubre, la tendencia de la ciudadanía ha ido aumentando en favor de rechazar, quizás no en el sentido explícito de la opción de la primera papeleta, sino de rechazar la violencia, rechazar el terror, rechazar parlamentarios de un nivel de ignorancia y ambición de poder vergonzosas, rechazar el estado ineficiente infestado de funcionarios públicos, de entre los cuales 37.000 no tuvieron escrúpulos de falsear información para quedarse con el llamado bono clase media siendo que no les ha faltado el trabajo ni el sueldo, mientras 37.000 familias que sí lo necesitaban quedaron esperando. En definitiva, rechazar la institucionalización de la corrupción, la violencia, el narcoterrorismo y vivir a la merced de organismos internacionales de dudosa reputación.

Pero, al igual que el pez se arranca de las manos de su captor cuando se ve acorralado, de la misma manera la izquierda, en un intento inútil de zafarse del estigma y desprestigio ciudadano, lanza a los cuatro vientos, a dos semanas del plebiscito, condenas a la violencia “en todas sus formas, venga de donde venga”. Durante un año utilizaron e incentivaron el uso de la violencia y el terror para destruir la democracia, el estado de derecho y forzar un proceso constituyente; mas ahora, viendo que el botín se les arranca de las manos, rasgan vestiduras.

A menos de dos semanas del plebiscito, vemos que una porción creciente de la ciudadanía ha cambiado su postura en favor del rechazo. Luego de poner al país de rodillas y, al más puro estilo de Robespierre, imponer un proceso constituyente, no haciendo rodar cabezas, pero sí incendiando, saqueando, destruyendo e inclusive asesinando, el abrir los ojos a la verdad y sumarse al rechazo no solamente es un acto de valentía en sí mismo sino de responsabilidad ciudadana. Mientras tanto, el ciudadano observa y prepara su veredicto. Que este ejercicio no sea alimentado por las pasiones como quien anima al equipo de sus amores, sino haciendo uso de la racionalidad, visualizando lo que sea mejor para Chile y su destino, transformando la raya en la papeleta un golpe de timón que permita la corrección del curso y retorno a la ruta del progreso.