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Aborto en tres causales: que la injusticia no se haga costumbre

El 23 de septiembre de 2017 fue publicada en el Diario Oficial la “Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo”, eufemismo a la chilena usado para no llamar a las cosas por su nombre. Hace 3 años está vigente en Chile una “ley que autoriza el aborto provocado, esto es, la realización de aquel acto que de manera inequívoca y directa intenta y produce la muerte del que está por nacer. Ese día fue derogado el principio basal de todo el orden jurídico. Desde entonces, y por primera vez en nuestra historia, se autoriza y justifica el atentado directo contra la vida de la persona inocente e indefensa aún no nacida como medio para resolver un conflicto. La fecha constituye un hito en el derrotero que condiciona el reconocimiento de la dignidad humana a diversas circunstancias.

Podrán analizarse los números de su aplicación hasta la fecha y, conforme a ello, adoptar una serie de medidas. Ahora quiero reflexionar sobre algo diferente.

Fuimos testigos de una fuerte y organizada oposición a la aprobación de esta ley. Desde la sociedad civil, la academia, parte del mundo político y la Iglesia, hubo una sola voz en defensa de la vida inocente. “No los dejaremos solos”, se repetía con fuerza, y se anunciaba el inicio de una férrea resistencia legítima. Con la perspectiva de estos 3 años es necesario y honesto reconocer que la derrota fue profunda. Nunca más se vio ni escuchó a los líderes “pro vida”. El “sector” sucumbió desmoralizado y hoy, sea por temor, olvido, indiferencia, ignorancia o desánimo (u otra), la mayoría de los actores y sus proyectos -salvo honrosas excepciones- se diluyó en el cambio de urgencias y prioridades. No juzgo personas, solo constato un hecho.

Pero el principal y porfiado hecho es que en Chile mueren niños por el aborto provocado. Muchos, pocos, no importa. Y la convivencia con semejante estructura injusta no puede ni debe aceptarse. Nunca. La ley de aborto debe ser derogada. Cuándo… dependerá de la honestidad y seriedad del compromiso personal. Pero la inacción no puede transformarse en costumbre ni la indiferencia en la regla. El mal avanza, se instala y echa raíces cuando el bien retrocede. Y este retroceso -no lo olvidemos- tiene rostro: el de cada niño muerto y el de su madre abandonada en su vulnerabilidad. Así es: la “ley” injusta se encarna en el dolor y sufrimiento de personas, no de estadísticas. Esta realidad no cambia ni cambiará gracias a la estética vociferante e impúdica de coloridos pañuelos, sino por la belleza de una genuina cultura de la vida que debemos recuperar, fortalecer y promover.

Nos aproximamos a decidir sobre cuál y cómo debe ser la norma fundamental que rija la vida en común. Que el recuerdo ignominioso del tercer aniversario de la legalización del aborto provocado nos sirva para reparar seriamente en el precedente y las consecuencias de validar el recurso a la violencia como medio para resolver los conflictos, y reanime y vivifique la necesaria defensa y promoción comprometida de aquellos bienes no negociables para el Bien Común, partiendo por la dignidad intrínseca de la persona y su derecho a la vida desde la concepción y hasta la muerte natural.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera, el miércoles 23 de septiembre del 2020.