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Chesterton y el Corpus Christi

Este domingo es un aniversario muy especial para todos quienes admiramos al gran escritor inglés, G. K. Chesterton. Fue en esta fecha en 1936 que Chesterton murió. En ese año, el domingo después de Corpus Christi fue el 14 de junio, como es este año. Y existe incluso la sugestión de un toque adicional del humor providencial o divino en el Introito de la misa de ese día, que fue impreso en la tarjeta conmemorativa de Chesterton y que parecía conectar con su propio “corpus” -especialmente su corpulencia-, y con su liberación en el banquete celestial: “El Señor se hizo mi protector y él me trajo a un lugar amplio. Él me salvó porque Él estaba complacido conmigo. Yo lo amaré Oh señor mi fuerza. El señor es mi firmamento y mi refugio y mi liberador.”

El amor de Chesterton por la fiesta del Corpus Christi fue profundizándose durante la escritura de su célebre libro sobre Tomás de Aquino, durante la cual parece haber aprendido la secuencia del Corpus Christi del Doctor Angélico, de memoria. Sus amigos recuerdan que recitaba las dos estrofas finales “una y otra vez” : ”Oh buen pastor, pan verdadero. Oh Jesús, ten piedad de nosotros: aliméntanos y defiéndenos. Llévanos a los bienes eternos en la tierra de los vivos. Tú, que sabes todas las cosas y puedes hacer todas las cosas, quien aquí alimenta a los mortales, haz que seamos tus invitados, los coherederos, y compañeros de los ciudadanos celestiales. Amén.”

De acuerdo con amigos que lo conocieron bien en los últimos años de su vida, él habría “repetido y repetido” la recitación de esas dos estrofas, “golpeando su puño en el brazo de la silla”. Luego habría dicho, refiriéndose especialmente a las palabras in terra viventium: “Qué resumen del Cielo: la inversión exacta de la expresión en jerga ‘entre los hombres muertos’. Ahí lo tienes, literalmente, ‘la tierra de los vivos’. Sí, mis amigos, veremos todas las cosas buenas en la tierra de los vivos”.

Chesterton estaba similarmente enamorado de O Salutaris Hostia, también escrita por Tomás de Aquino para la fiesta del Corpus Christi, y habría enfatizado sus palabras conclusivas, in patria. “Te cuenta todo”, habría exclamado: “nuestra tierra nativa”.

Como la providencia ha considerado conveniente conectar a Chesterton con el Corpus Christi, no debería sorprendernos que tuviera un gran amor por la Eucaristía. “La palabra Eucaristía”, escribió después de asistir al Congreso Eucarístico en Dublín en 1932, “no es más que un símbolo verbal, podríamos decir una vaga máscara verbal, por algo tan tremendo que la afirmación y la negación de la misma parecían una blasfemia; una blasfemia que ha sacudido al mundo con el terremoto de dos mil años”. Para Chesterton, por lo tanto, la creencia en la Presencia Real en el Santísimo Sacramento fue la piedra angular de la verdad. “En cuanto a la transubstanciación”, dijo, “sugeriría gentilmente que, para la mayoría de los extraños con algún sentido común, habría una diferencia práctica considerable entre Jehová que impregna el universo y Jesucristo que entra en la habitación”.

Expresando un saludable miedo al Señor en su Sacramental Presencia en el Sacramento, Chesterton confesó estar “atemorizado ante tremenda realidad”.

En respuesta a la pregunta de cómo Cristo habría resuelto problemas modernos si estuviera en la tierra hoy, Chesterton respondió con la incisiva sabiduría de un santo: “Debo responderlo claramente; y para los de mi fe es sólo una la respuesta. Cristo está en la Tierra hoy; vivo en miles de altares; y Él resuelve los problemas de las personas exactamente como Él lo hizo cuando estuvo en la tierra en el más ordinario sentido. Es decir, Él resuelve los problemas del limitado número de personas que eligen con su libertad escucharlo a Él”.

Aquellos de nosotros que seguimos escuchando la sabiduría de G. K. Chesterton lo hacemos porque él siempre nos guía a Cristo, quien está vivo en cualquier altar en el invaluable regalo de Él mismo en la Eucaristía.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por The Catholic World Report, el miércoles 10 de junio de 2020. Agradecemos la traducción de José Tomás Hargous, para Vivachile.