Prat traspasa las diferencias

Francisco Javier González E. | Sección: Historia, Política, Sociedad

Las noticias sobre el combate naval de Iquique recibidas en Santiago en la noche del 24 de mayo de 1879 causaron una honda emoción en la ciudadanía y unieron a un país tras un objetivo que, hasta entonces, no despertaba el entusiasmo de todos. El nombre de Arturo Prat, un oficial naval subalterno hasta entonces poco conocido, comenzó a ser pronunciado con veneración. Él y los tripulantes de la “Esmeralda” recibieron el tributo que se reserva a los héroes. Desde entonces, y sin interrupción, en cada pueblo y ciudad, en cada establecimiento escolar a lo largo de Chile, los días 21 de mayo de cada año se conmemora la gesta naval y se rinde homenaje a Prat. La figura de este héroe ha generado y genera una adhesión que traspasa las diferencias, transformándose en un vínculo de unidad entre los chilenos. Y esa adhesión, me atrevo a afirmar, no es producto solamente de la gratitud o del reconocimiento por un acto heroico. La mayoría de los chilenos ha comprendido que de su persona y de su vida emanan los rasgos propios de ese hombre bueno que todos quisiéramos ser.

Arturo Prat no fue un hombre brillante, de personalidad avasalladora o de una inteligencia superior. Fue un chileno normal, pero dotado de unas virtudes que reflejaban a una persona cabal. Los testimonios de sus familiares y subalternos lo consideran como una persona de “natural tranquilo”, “modesto”, “sobrio”, “moderado”, “atento”, “generoso”, “paciente”, “cumplidor del deber” y “constante”. A ello se unía lo que él mismo reconocía como una de sus virtudes: ser consecuente. En carta a su mujer le señalaba: “No cuento entre mis defectos la inconsecuencia (…) No tengo ninguna ambición; los honores ni la gloria me arrastran”. Su única aspiración era servir al país como marino y como abogado. Su gran anhelo era ver crecer a sus hijos en compañía de su esposa Carmela y morir como buen cristiano.

En la hora del combate final, Arturo Prat, “con esa calma que siempre fue el distintivo más característico de su modo de ser” -como reconocería el guardiamarina Vicente Zegers-, fue el hombre que siempre había sido. Sus palabras y sus actos finales daban cuenta de una vida en la que primaron el cumplimiento del deber y el servicio. Casi dos meses antes de su muerte, hablándole de la dolorosa separación a la que los obligaba la guerra, escribía a su esposa: “mi puesto y las circunstancias exigen (…) este sacrificio”. Palabras que bien pueden reflejar la fuerza que lo animó en la rada de Iquique el 21 de mayo de 1879.

La sencillez y coherencia de vida -atributos escasos en la actualidad-, que resaltan en Arturo Prat, atraen y hacen admirable su figura para los chilenos.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el domingo 17 de mayo de 2020.