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El Señor de los Anillos: alegoría y poder

Hace algunas semanas, Sonido Libre, podcast de la Fundación para el progreso, reflexionó acerca de El Señor de los Anillos, partiendo de la base de que la magnus opus de J.R.R. Tolkien era una alegoría al poder y su capacidad corruptiva. Algunas consideraciones respecto a esas ideas.

En primer lugar, Tolkien detestaba profundamente las alegorías como forma de relatar, estimándolas superficiales. En cambio, presentaba su trabajo literario como contar una historia aplicable al mundo real, donde lo relatado contuviera atisbos de “la verdad”, independientemente de que el relato en sí fuera ficticio. Existían trazos de la creación (del mundo real) en el trabajo literario, entendiendo el escribir como una forma de “sub-crear”, de ejercer el potencial creador que se esconde en el genio humano, y representar lo humano en dicha sub-creación. Así, la obra no era un mero reflejo de hechos o circunstancias concretas (como son las alegorías) sino que compartiría verdades substanciales con la realidad; sería construida desde la experiencia humana y la verdad que de ésta se extrae.

Esta idea guió todo el trabajo académico y literario de Tolkien, reflejado también en su idea de mito, el cual no era una mera historia religioso-ficticia de antaño, sino la forma en que se plasmaba la cosmovisión y los principios humanos en un relato concreto. El mito (y las historias) eran reales por transmitir la realidad humana, siendo el mito perfecto el de la redención del género humano en la figura de Jesucristo, por contener, a criterio de Tolkien, la Verdad misma, además de haber sucedido históricamente. 

Esta naturaleza del mito y del relato como sub-creación que contienen en sí la realidad del mundo, llevó a Tolkien a repetir incansablemente que su obra no podía ni debía interpretarse como una expresión política contingente, no había una correlación entre hechos históricos del momento y los elementos del relato. Hitler (o Stalin) no eran Sauron, el Anillo no era la bomba atómica.

En segundo lugar, está la muy extendida idea de que el relato de Tolkien es sobre el poder y su capacidad corruptiva. Efectivamente, dentro de la Tierra Media, el poder tiene la capacidad de corromper incluso lo noble, pero eso se da cuando es mal usado, graficado especialmente por su uso en desobediencia y rebelión contra Dios (Eru Iluvatar), como sucede con Melkor en el relato del Silmarillion, o cuando se usa para dominar la voluntad de otros. Este último caso es el de Sauron y por consiguiente del Anillo, que es la materialización misma del deseo de dominación: “Un anillo para gobernarlos a todos”. El Anillo corrompe absolutamente no porque contenga poder, sino porque su finalidad y naturaleza es la de dominar. Pero también el poder tiene capacidad para el bien. Tom Bombadil, Gandalf, Galadriel son personajes que ostentan un gran poder, pero no son corrompidos por éste (los dos últimos viéndose incluso tentados por el Anillo) precisamente porque comprenden su poder como servicio a otros, en respeto con el papel que les toca desempeñar en la historia del mundo. 

El poder en Tolkien no tiene una naturaleza moral, sino que son los que lo detentan los que le dan una moralidad, quienes lo usan para el bien o para el mal. Por lo mismo, no se puede afirmar que la historia sea sobre el poder, que es un mero instrumento. El deseo de dominación de Sauron es lo que pone en marcha los engranajes de la historia, pero el propio Tolkien dijo que el relato del Anillo es uno sobre la muerte y el deseo de evitarla, lo que, en sus propias palabras, no es mucho más que decir que es un relato escrito por un hombre.