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El político y el juez

Me tiene sin cuidado lo que los diputados hacen con su sueldo, si lo donan, lo invierten, lo gastan en frivolidades o en obras pías; cosa distinta es lo que hacen -o no hacen- para ganárselo, porque eso es de interés general. Para mí es mucho más importante y grave lo que los parlamentarios de RD hacen en el Congreso, su discurso permanentemente cargado de una pretendida autoridad moral, con la que quieren revestir su proyecto político de una fuerza que no es intelectual, que no se basa en datos, ni evidencia, sino en la diferente intención de justicia que los animaría a ellos respecto de sus adversarios.  

Así, la reacción al destino que sus diputados dan a la mitad de sus dietas no ha sido proporcional al hecho mismo, sino a esa actitud suya de ir enrostrando al resto su “pureza”; la que sería contrastante con los vicios de todos los demás, expresión de la política que ellos vienen a reemplazar y redimir. Olvidan o ignoran, lo que se suele olvidar o ignorar en la adolescencia, esto es que, hasta la más blanca y fina zapatilla de ballet, si se le mira con suficiente cuidado, tiene algo de barro en sus pliegues.

Bernard Schlink, juez, alemán y escritor, redactó la que, para mí, es una de las mejores novelas de la literatura universal: “El lector”. Una obra breve que trata sobre la culpa, la justicia y la redención; en ella Hanna, una mujer que fue guardia en un campo de concentración, es condenada en los juicios de Núremberg, pero toda su historia de vida está determinada por lo que, al decir de Ortega, sería una circunstancia crucial e invisible: no sabía leer.

Schlink nos muestra que no hay tarea más difícil que juzgar a los demás, incluso el mejor de los jueces con dificultad llega a delimitar y sancionar conductas, pero atribuir culpas, generalizar intenciones o tasar eso que entendemos como el alma humana, no es tarea alcanzable para el conocimiento de los mortales.

El punto es relevante, porque políticos y jueces están, en el fondo, en lo que podríamos llamar el “negocio de la justicia”; los primeros, intentando crear condiciones generales de justicia y los segundos, aplicando las reglas generales a las relaciones particulares en concreto. No se puede ser político, ni juez, sin una noción de la equidad en las relaciones sociales y, al mismo tiempo, sin la humildad para reconocer que el fin excede tanto nuestra naturaleza moral, como nuestra capacidad intelectual.

Por eso el poder debe ejercerse sobriamente y más para evitar la injusticia, hasta donde ello sea posible, que para imponer modelos de vida; pretender superioridad moral impide el diálogo y conduce a chocar con la peor de las miserias, esa que todos -hasta los diputados de RD- llevamos en algún rincón de nuestra condición humana.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera, el sábado 9 de mayo de 2020.