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Competencia para los economistas

Chile se ha caracterizado por tener economistas de primer nivel. Basta verlo en términos de impacto, publicaciones e influencia. Hay varias razones que explican este fenómeno. Por de pronto, el año 1956 se firmó el famoso convenio entre la Universidad Católica y el departamento de economía de la Universidad de Chicago. Entre 1956 y 1989 unos cien estudiantes chilenos estudiaron economía en esa prestigiosa universidad. Y cuando se creó la beca Presidente de la República para financiar estudios de posgrado en el extranjero el año 1981, dichas becas privilegiaron el estudio de esta disciplina. Como eran pocas, había mucha competencia. Por lo tanto, los estudios de doctorado se realizaban en las mejores universidades del mundo. Ese estándar de exigencia y excelencia se ha mantenido.

La influencia de los economistas es indiscutible. Durante fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI eran las autoridades del debate público. La preeminencia de la economía —algunos prefieren hablar de su hegemonía— era evidente. En cierto sentido, eran los dueños y señores de la realidad. Predecían con soltura las cifras de crecimiento o inflación futura. Dictaban cátedra sobre lo que se debía hacer. Y solo esbozaban una sonrisa para desacreditar alguna idea loca de un sociólogo o filósofo. Pienso que todo esto ha ido cambiando. Y es sano que así sea: a medida que los países crecen y se desarrollan, emergen en la arena pública nuevas miradas.

Otra razón que explica este reciente fenómeno en Chile es el enorme aumento de las becas para estudiar en el extranjero. Para que se haga una idea, durante toda la dictadura se entregaron en total 424 becas de posgrado. Una menudencia si pensamos que en los últimos 10 años se han entregado, en promedio, 730 becas al año. Con este salto cuántico, qué duda cabe, ha aumentado desde otras disciplinas sociales la competencia para los economistas. El mercado se ha ampliado; ya no son los reyes de las “ciencias” sociales.

Esta evolución se manifiesta también en dos eventos sobre los que vale la pena reflexionar. Un grupo de destacadísimos economistas, con el ánimo de promover acuerdos, accedieron a un llamado del Colegio Médico para presentar una propuesta económica. Al margen del contenido de la propuesta, este hecho es simbólico. Años atrás hubiera bastado con el solo llamado de ese grupo de economistas. El segundo hecho es la figura del ministro de Hacienda. Briones no se formó, como fue la tradición, en Chicago, Harvard, Yale, MIT u otra universidad americana, sino en Sciences Po, Francia. Además de economía, estudió ciencia política. Y en su tesis doctoral no desarrolló un modelo, sino que pensó sobre las complejidades que rodean nuestra experiencia con la banca libre. En cierto sentido, el ministro Briones representa estos nuevos tiempos que hoy enfrentan nuestros economistas.

Nuestra visión, que era tan económica, se ha ido abriendo y ampliando. Pero hay otro tema más de fondo. El sentido original de lo que es la economía se ha ido perdiendo con el tiempo. La economía, disfrazada detrás de un aura de ciencia y al alero de complejos modelos matemáticos, se alejó de la realidad. Estudiar hoy un doctorado en economía exige avanzados conocimientos matemáticos. Y hay economistas que se refugian en las matemáticas, olvidando que las matemáticas son solo una herramienta para la economía. Afortunadamente, el ministro Briones tiene otra mirada, una mirada que entiende que los problemas no son solo económicos, sino también sociales y políticos. Una mirada que, en estos duros tiempos de pandemia, demanda franqueza, humildad y apertura de mente. Quizá el ministro Mañalich tiene razón cuando nos dice, en su notable conversación con Cristián Warnken, que es el tiempo de los filósofos.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el jueves 28 de mayo del 2020.