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Mucho zoom

En eso estamos en la universidad por estos días, aunque no nos engañemos, no es que estemos infundiendo mayor energía a lo que hacemos, o estemos abocados por entero a lo que de verdad nos incumbe. El decaimiento es general, funcionamos a media máquina como cualquier actividad frenada, en serio riesgo de paralización. Desafío urgente que las autoridades han enfrentado competentemente, conscientes de lo que está en juego. Se han volcado a encarar problemas de primera necesidad, como cobertura computacional, adiestrar técnicamente a profesores, y facilitar el acceso a estudiantes con carencias básicas.

Lo cual no deja de sorprender. Rectores, decanos y la enorme burocracia que presiden, se han manejado mejor en esta vuelta que cuando enfrentaron el estallido social. Reconocieron que su función es más ejecutiva que académica y, esta vez, no antepusieron convicciones comprometidas, ni optaron por contemporizar. Aterrados o conformes con el asambleísmo estudiantil movilizado y el profesorado aliado militante, dejaron pasar a llevar la docencia, prioridad número uno, innumerables veces.

De ahí que me pregunto si contener a estudiantes y profesores en sus “celdas”, conectados a pantallas, aislados, sirve para atemperar la tendencia activista que viene haciendo de las universidades, desde hace tiempo, un frente de choque para promover causas diversas. Lo dudo. Uno espera que gente de alto nivel y supuesta autodisciplina no requiera ser forzada para caer en cuenta de que la universidad es un espacio de todos los llamados a ella, no de algunos pocos que se la “toman” mediante matonajes. Dicho de otro modo, la estrategia “bang” que se ha ido imponiendo no se resuelve con “zoom”. Sí, con buena voluntad, disposición a convivir unos con otros, en definitiva, cuidando guardar un sentido de las proporciones. 

Las universidades son un lujo caro, un privilegio ante el cual debemos estar a la altura de lo que la sociedad generosamente brinda. Tiempo y soledad voluntaria, sobre todo, que permite que algunos nos formemos intelectual y profesionalmente, reflexionar, investigar, y una vez habilitados, ojalá óptimamente, solo entonces poder plantear soluciones y liderar. No solo ello, también armados de suficiente sensibilidad, conscientes de que no todo comienza y termina con nosotros, que las sociedades son complejas y plurales, no muy distintas a esas pequeñas sociedades que son las universidades. Por tanto, si no convivimos bien en ellas -no pasamos esa prueba mínima-, difícilmente lo haremos en escenarios más abiertos.

Impresiona ver edificios y campus enteros, cerrados, bibliotecas vacías de lectores, laboratorios sin usar. Al menos, siguen ahí en espera de que volvamos, ojalá más sabios, enterados de qué significa no tenerlos funcionando impecablemente, no solo recién ahora.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera, el viernes 17 de abril de 2020.