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La resurrección y el mundo

Hay un aspecto de la Pasión de Nuestro Señor al que, me parece a mí, no se le da la importancia debida generando un vacío de gravísimas consecuencias. Me refiero a la contraposición entre la Iglesia y el mundo. 

De acuerdo con el relato de la Pasión del Evangelio de san Juan, buena parte de lo que Jesús dijo a sus apóstoles durante la Última Cena tiene que ver, directa o indirectamente, con este asunto. “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros…; como no sois del mundo, sino que yo os saqué de mundo, por eso el mundo os odia”. “No ruego por el mundo, sino por los que me has dado, que son tuyos”. “No son del mundo, como yo no soy del mundo”. “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos [los apóstoles] conocieron que tú me has enviado”. 

Estas y otras sentencias, pronunciadas en el momento fundacional de la Iglesia, son demasiado tajantes como para albergar dudas acerca de su sentido. Jesús, Señor del tiempo y de la historia, conoce el desenvolvimiento de los acontecimientos futuros y el devenir de Su Iglesia y, por tanto, sabe que los frutos de su Pasión, decretada por la Misericordia infinita del Padre, no llegarán a todos los hombres, pero no porque aquellos sean escasos o ésta sea de corto alcance (la Misericordia Divina es todopoderosa, como nos recuerda la Fiesta del segundo domingo de Pascua) sino porque buena parte de la humanidad (¿la mayoría?) rechazará la Redención; así de simple, así de trágico. Dios no violenta la libertad de los hombres, aún al precio de su condenación.

En consecuencia, la historia después de Cristo supone la coexistencia de la Iglesia con el mundo –personas y culturas impregnadas de criterios irreconciliables con el cristianismo− en una relación de permanente contraposición: la Iglesia intentando corregir al mundo para salvarlo, y el mundo intentando destruir a la Iglesia para preservarse. Jesús lo deja muy claro a sus apóstoles: la Resurrección y la venida del Espíritu Santo los revestirán de una fuerza invencible pero no los eximirán de la guerra. “Os he dicho estas cosas para que no os escandalicéis, os expulsarán de las sinagogas [es decir, del espacio público]; y vendrá tiempo en que todos los que os maten creerán hacer un servicios a Dios. Y harán estas cosas porque no conocieron al Padre ni a mí”. Nótese que en esta sentencia Jesús habla en tiempo pasado refiriéndose al futuro: es que Él ya conoce el futuro, porque en cuanto Dios es capaz de ver el tiempo desde fuera del tiempo. Precisamente, la visión del rechazo de Su Redención por parte de muchos durante Su oración en el Huerto de Getsemaní le causó un dolor inmenso. 

Sin embargo, asistimos en nuestros días a un masivo abandono de la fidelidad a la Fe. La convicción con que los apóstoles se entregaron a la misión de “ir al mundo a predicar el Evangelio” ha dado paso a “el mundo cambió y la Iglesia debe adaptarse” que se suele oír de boca de muchos cristianos, actitud patética con que se pretende esconder el miedo a un enemigo que se alza y se extiende revestido de un poder aparentemente invencible. Así es como vemos a universidades católicas sancionando a profesores que osan exponer la doctrina tradicional frente a los slogans de lo políticamente correcto. Y así es como no vemos ni oímos a sacerdotes predicar la enseñanza tradicional sobre el sexo o las postrimerías, y cuando alguien los emplaza a hacerlo contestan con el argumento de que pueden “ahuyentar a los fieles”. Y así es como muchos padres que se comprometieron a vivir su matrimonio según el cristianismo renuncian a formar a sus hijos en la religión y la moral de sus antepasados. Y así es como vemos a políticos supuestamente cristianos adoptar posturas progresistas con el argumento de que son pluralistas pues deben representar a ciudadanos con distintas formas de pensar. Y así es como… (Tristemente, los ejemplos son muchos).

No nos engañemos: la Redención es todopoderosa y de alcance universal, pero a condición de que cada persona decida cargar con su cruz y morir a sí misma; el mundo fue creado bueno pero gran parte de él se pervirtió adoptando a un impostor como príncipe y éste ya está juzgado (y condenado). 

La alegría que la Resurrección provoca en los cristianos no debe convertirse en ingenuidad que nos lleve a olvidar que el mundo siempre odiará a Cristo y a los suyos. Hemos de ser conscientes de que el mundo es enemigo de la Iglesia, que la elección entre uno y Otra es insoslayable, y que la Redención tiene forma de cruz. La Resurrección no significa para los cristianos el alivio de quedar exentos de la lucha pues el Maestro nos ordenó enfrentar al mundo y nos advirtió que en él “tendremos tribulación”, pero ello no disminuye una pizca nuestra alegría porque sabemos que Él “tiene vencido al mundo”.