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El “después” definitivo

“Después de que pase todo esto”.

Hemos pensado en esa dimensión de futuro mil veces y lo seguiremos haciendo, más y más, a medida que transitemos por el oscuro túnel de la epidemia. Mira si no lo habrán considerado así italianos y españoles, desde hace ya largo mes y medio… y anda tú a saber cuánto les queda aún por caminar. Y a nosotros, todavía mucho más.

“Después de que pase todo esto”… y nuestra inteligencia comienza a especular sobre cómo intentaremos aprovechar mejor el tiempo de docencia presencial, y recuperar los empleos perdidos, y mejorar la condición física deteriorada; y nuestros afectos vienen operando en paralelo: iré a ver a tal persona, y circularé por aquel lugar fijándome más en los árboles y en las plantas, y gozaré como nunca con un superclásico (con victoria de la U incluida, obviamente).

¿Qué es lo que está detrás de esas dos facultades, nuestra inteligencia y nuestros afectos, que especulan al unísono sobre un futuro mejor? Pues, nada menos que esa estructura antropológica de la persona que la define como un ser hecho para “después”.

Y éste es uno de los temas más interesantes de conversar con nuestros amigos ateos (filosóficos, por convicción o prácticos, por desazón). Porque respecto del futuro temporal, del “después” de este mundo, a ellos les pasa lo mismo que a nosotros los creyentes: obvio, todos somos personas humanas.

La diferencia  -nuestra ventaja-  está en que podemos hacerles entender que esa mirada “de futuro” debe llevarse al extremo, al máximo, porque sólo así no habrá presente alguno que pueda engañarnos con una aparente satisfacción definitiva. O, dicho en términos más duros, buen amigo: ¿qué futuro anhelarás, qué “después” te animará, si al momento de tu muerte sigues pensando que solo existe el presente? ¿Por qué tanto anhelar hoy mejores “después”, si el día final esa aspiración se te iba a demostrar enteramente frustrada, ya que sostenías que no existía nada más allá?

Al fin de cuentas, no cabe duda que todos estos anhelos de un “mejor después”, o sirven para mirar mucho más lejos, hacia la eternidad, o terminan siendo profundamente inhumanos: una promesa de bienestar con una segura fecha de vencimiento.

Sin duda alguna, la Semana Santa que comenzamos es la instancia perfecta para pensar en el definitivo “después”. Un chiste viejo y elemental lo reflejaba muy bien: un tipo no paraba de sonreír durante el oficio del Viernes Santo; a veces, incluso, se oía el sonido de una auténtica risa en su boca. Increpado por dos buenas señoras, se justificó: es que yo conozco el final: ¡resucitó!