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Estallido y peste

Aunque no se comparan, en Chile estallido y peste se suman, lo que aumenta el espanto. Ambos producen vértigo y hacen tambalear nuestro sentido más elemental de normalidad. Con todo, cabe distinguirlos y sopesarlos, suponen peligros distintos.

Experiencia con infecciones masivas, la hay. Es tal su frecuencia que, al igual que las guerras, pestes han generado adelantos médicos, farmacéuticos a montones. Las plagas se parecen en eso a los terremotos, se les conoce y despiertan compasión. Que hayan servido para reafirmar lazos colectivos o generen humildad es un punto adicional a su favor. Podrá sonar perverso decirlo, pero las pandemias debieran devolvernos seguridad y fe en nosotros mismos. “En tiempo de pestilencia hay más cosas que admirar en hombres que despreciar”, escribió Albert Camus. Nadie diría lo mismo de tiempos de cólera social. La violencia entre humanos, en épocas recientes, supera lejos las jactancias de la naturaleza intentando recobrar su imperio. Personas infligiéndose daño unas a otras horroriza más. De hecho, a las pestes se las lamenta y teme; a los estallidos se les abomina.

Las pestes no atentan en contra de la lógica de que haya orden, el cual sigue suponiéndose deseable de recuperar. Las epidemias puede que sean parte incluso de un orden ecológico aún insondable. Los estallidos, en cambio, cuestionan fundamentos claves: el cómo nos constituimos socialmente, o los lazos y afectos mínimos sin los cuales no hay peste u otro desafío que podamos resistir. De espontáneos los estallidos no tienen nada. Obedecen, a una agencia soterrada, artera, amparada en rabia, terror y anonimato masivo. La suya es una violencia definitivamente más bestial; despoja de humanidad a víctimas y perpetradores.

A las epidemias, además, se las puede contener. Duran, pero cesan. Por el contrario, hemos visto que a los estallidos se les fomenta al son de “no hay cambios sin violencia y vanguardias del Pueblo” (primeras líneas), o bien, convirtiendo todo en parranda, como la del descarado imbécil que se equilibrara desnudo en los hombros del general Baquedano, performance supongo más patética hoy que en su momento. Tampoco quisiera imaginarme a desalmados esparciendo virus a los que se les detiene y luego deja libres amparados en derechos humanos. Ojalá algo hayamos aprendido.

Quienes leen habitualmente esta columna habrán notado que en estos meses hemos estado en espera de posibles reacciones, no a fin de auspiciarlas sino porque son inevitables. Esta peste no es ninguna bendición, pero va a significar más control social y eso, aun cuando es sumo peligroso, atempera en parte el hecho -admitámoslo- de que se nos ha estado pasando la mano con su falta crónica. Sigamos, pues, cuidándonos de nosotros mismos, que lo nuestro es por partida doble: el estallido sigue latente.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Latercera, el viernes 20 de marzo de 2020.