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Coronavirus, sociedad civil y bien común

El coronavirus ha generado miedo, nerviosismo, incertidumbre e incluso histeria. Las experiencias de otros países nos tienen aterrados y la poca certeza que ofrece el panorama hace difícil tomar decisiones. Sin embargo, si es que hay algo claro entre la infinitud de probabilidades, opiniones y diagnósticos, es que no podemos enfrentar adecuadamente el virus sin la cooperación de todos. Dicho de otro modo, necesitamos una acción coordinada.

Más de alguno habrá visto cómo una sola persona es capaz de comprar kilos y kilos de jabón y dejar los estantes vacíos. Probablemente creen que para no contagiarse basta con lavarse constantemente las manos, aun cuando producto de esa compra compulsiva no le permita al resto hacerlo. Quienes han caído en esas prácticas no se dan cuenta que al privar a otros de la posibilidad de higiene no se hace un bien a sí mismo. La necesidad que tiene cada uno del resto se ha dejado ver nítidamente. Para no contraer el virus no basta con los cuidados y precauciones que uno pueda tomar, también depende de los cuidados y precauciones que toman los demás. Evitar salir de las casas, no ir a lugares concurridos, cuidar especialmente la higiene y otras medidas de ese tipo no van solo en beneficio propio. Y a las personas que tienen contacto con más personas estando resfriadas o habiendo tenido contacto con alguien contagiado no la reprochamos solo porque no ha cuidado su salud, sino, además, porque es riesgosa para el resto. Parece evidente que el bien de cada uno supone el bien de los demás. Por lo tanto, todos tienen razones para cooperar con los otros.

Por otro lado, la solución al coronavirus no es algo que el Estado pueda entregar, como un paquete. Su rol, más bien, es uno de coordinación y dirección del actuar de todos. Desde luego, se trata de un rol importantísimo y que exige una conducción sólida. Pero el estado no es suficiente y no puede asegurar por sí solo que todos los miembros del país estén sanos y fuera de riesgo.

Todo lo anterior nos debe conducir a pensar en lo propio de una comunidad política. En ella, siempre el bien de cada uno supone el de los demás y siempre es necesaria una acción conjunta que genere las condiciones para que cada uno alcance su pleno desarrollo. En otras palabras, la acción de cada uno es indispensable para alcanzar el bien común. Lo anterior sugiere que la sociedad civil tiene un lugar y cumple una misión en la consecución de ese bien, y que éste no es tarea exclusiva del Estado (muy por el contrario). Si aceptamos que a todos les cabe trabajar por el bien común y que éste no es algo que el Estado pueda entregar al modo de un regalo, sino que la comunidad entera se dirige hacia él, entonces es plausible pensar que la sociedad civil es relevante en los distintos asuntos comunes.

Si el bien común exige una vida social vigorosa (y un estado capaz de conducirla), quizás esta crisis nos pueda servir para pensar en las condiciones que hoy están dadas para que esa vida social se produzca. Pensar en las posibilidades de despliegue de los distintos agentes y grupos sociales, en la manera en la que nos relacionamos o cuánto confiamos en el actuar del otro no son preguntas triviales, sobre todo considerando que durante las controversias de los últimos meses el papel de la sociedad civil no ha recibido la atención que merece. Tal vez debamos tomar nota de lo que estamos viviendo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el miércoles 18 de marzo de 2020.