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Democracia

En estas semanas hemos vivido un gran festival de la democracia, al modo como la hemos entendido siempre: la ley del embudo. Los que mandan pueden hacer lo que quieran, siempre que encubran en bonitas consignas sus objetivos de poder; los demás, obedecer a esas consignas sin osar contrariarlas. La acción directa, en vez de la verdadera mediación democrática, ha sido el modo de siempre de los grupos poderosos: partidos políticos, sindicatos y gremios, para imponerse dejando de lado la Constitución. Así sucedió con la de 1925. En las últimas décadas no ha sido diferente. Esta forma de actuar anula la democracia y abre el camino a los más fuertes y audaces. 

Si democracia es que cada persona pueda labrar su futuro libremente, no tutelado por el Estado, pero sí resguardado por este de la avidez y egoísmo de otros, parece que estamos bien. Si, en cambio, permite que el monopolio del poder de los políticos les permita vivir desconectados de las personas y sus necesidades, encubiertos solo por una formalidad electoral que actúa de pantalla ocultando su colusión con otros grupos de poder, estamos muy mal. Esto es lo que ha ocurrido durante las últimas décadas. 

La violencia y las manifestaciones “pacíficas” de estas últimas semanas no han sido otra cosa que una expresión máxima de la acción directa, tan extrema como ajeno ha sido el actuar de los políticos respecto de su deber de gobernar en este largo período. Los que han dirigido estas manifestaciones han logrado mantener (no del todo) su anonimato, lo que llena de confusión el escenario. Por esto los políticos y diversos grupos poderosos están enredados con diagnósticos confusos, pero siguiendo la consigna izquierdista de que los problemas derivan de condiciones sociales pavorosamente malas, que es el modo de encubrir la lucha de clases y su proceder violento. Hoy se oculta también en lo políticamente correcto, avalado por la ausencia de liderazgo del Gobierno. 

La acción directa hoy se reviste de nueva Constitución para asegurar el dominio de los más duros: un bello atajo para llevarnos al despeñadero. Forma antigua en Hispanoamérica para afianzar el poder hasta que queda al desnudo el engaño. La reacción a esto hoy la denominan populismo, al que se mira con horror y desprecio, ocultando la falla de los políticos. Lo que falta es una mirada limpia que encienda la mística para sentirnos comprometidos con un camino hacia los horizontes del futuro. La fortaleza y unidad de los pueblos radica en su espíritu.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago, el lunes 9 de diciembre de 2019.