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Restaurante Lili Marleen

La vorágine de destrucción que en estos días asuela al país  -causa a su vez de los muchos males que sobrevendrán-  no sólo se extiende al ámbito de las instituciones patrias, y entre ellas el orden constitucional. Se manifiesta también en los bienes públicos, e incluso invade la esfera de nuestras relaciones privadas. 

Contemplamos, así, la fealdad que se cierne sobre todas las ciudades y  sobre sus edificaciones, con inclusión de las iglesias, que en su tiempo constituyeron la expresión viva del verdadero Chile, fiel a sus tradiciones y a la Fe de nuestros padres. Tampoco se detiene ante las expresiones de arte que las engalanaban. Por todas partes la grosería, la ordinariez, la renunciación a lo bello y a lo sublime se inscribe en cada una de las fachadas de las casas, en cada uno de sus monumentos históricos y en cada una de sus plazas, parques y paseos. Todos ellos son signados con la marca de la inmundicia, del odio y del desprecio a las figuras históricas, especialmente a aquéllas cuya vida estuvo marcada por el heroísmo.

Todo es poco para el espíritu destructivo de varios miles de miserables, cuya acción se ve cohonestada por la hipocresía de las manifestaciones pacíficas. Los organizadores de estas últimas saben perfectamente cuál será el final ruin de estas irresponsables concentraciones de masas ignaras.

Cuántas miles de víctimas ha producido ya lo anterior, en todos los órdenes, no lo sabemos aún. Pero son muchas: desde aquella persona cuyo honor es humillado al obligarle a contorsionarse ante una chusma delirante; aquel trabajador modesto que pierde su salario por no poder presentarse al servicio; o, por la inversa, aquel que pierde su empleo por la dificultad insalvable del pequeño empresario que lo contrató, para proseguir en su empeño;  al que ve destruidos los bienes que constituyeron el producto de una vida entera de trabajo; o quienes deben modificar profundamente sus hábitos de vida para utilizar una vacilante locomoción pública. Y tantos otros. Todos ellos son las víctimas del «despertar» de Chile, en realidad de su inmersión en una noche trágica como pocas se han abatido sobre el país. 

No es extraño, en consecuencia, que este flagelo alcance a instituciones nobles, las cuales han estado siempre al servicio de la Cultura del país. Y, entre ellas, al Restaurante Lili Marleen, el cual ha paralizado indefinidamente sus operaciones, ante la convocatoria a su destrucción, que en forma anónima y mísera propician los autores de la devastación del país. 

Aparentemente, constituiría una inconsecuencia pretender que la paralización forzada de un simple establecimiento de restauración pueda invocarse como un signo de la degradación de la Patria. Sin embargo, es así.

La finura de su mesa, expresión neta de la comida alemana, su ambiente cordial y sus locaciones de un marcado espíritu tradicional lo hicieron contar con una clientela fiel, no sólo nacional sino también internacional. Y, asimismo, nacional e internacional fueron las críticas que lo distinguieron como un establecimiento de excelencia. 

Para el Restaurante Lili Marleen parecen escritas las líneas que siguen, las que en realidad lo fueron para el filme El Festín de Babette. Uno y otro constituyen obras de arte, porque fueron elaborados armoniosamente, para ser presentados – en definitiva – al Autor de todas las cosas:

«Todo lo referente a la cena es un canto a la buena comida, a lo hermoso que puede ser compartir mesa y mantel con los amigos, cómo aquello que separa puede caer ante la alegría de saborear un buen vino, y degustar un plato exquisito cocinado con esmero. No hablamos de la alegría fácil producto de una ligera borrachera, del simple placer sensual, sino de la combinación que hace disfrutar al paladar y al espíritu de una ocasión especial.

Un festín obra de artista, porque todos los trabajos pueden hacerse amorosamente para convertirlos en obras de arte, con ese reconocimiento final, que ya Papin había mencionado, de que nuestros talentos, cantar, cocinar, tienen como principal destinatario al espectador y comensal celestial: Dios.

Pero, no sólo los méritos anteriores pueden evocarse al referirse al Restaurante Lili Marleen. Otro, superior incluso a los anteriores, corresponde a su fidelidad inmarcesible a la persona, a la memoria y a la obra de quien fuese su huésped de honor: Su Excelencia el Capitán General don Augusto Pinochet Ugarte. 

Es esta una fidelidad que conmueve, pues por su causa el Restaurante ha debido cerrar sus puertas en forma indefinida, ante la convocatoria para su ataque y destrucción, según el mejor estilo que exhibe la Horda criminal que hoy asuela el país, y en cierto modo lo dirige. 

Fácil habría sido para el Restaurante procurar su sobrevivencia recurriendo, a los primeros llamados a su inminente ataque, al fácil expediente del reniego, como tantos lo han hecho. Pero no fue así. Por el contrario, su adhesión inconmovible al Gobierno de las Fuerzas Armadas y de Orden, y su silencioso apoyo a tantos militares que hoy han sido abandonados por quienes debieron estar a su lado, constituyen un ejemplo de honor, de rectitud, y de generosidad que honra a todos cuantos, en una u otra forma, hemos pertenecido a su círculo de amistad. 

Para nosotros – amigos del Restaurante Lili Marleen – éste ha sido un don que la Providencia puso en nuestras vidas. Don que tuvimos la suerte de compartir con nuestros seres queridos, que ya no están aquí. No podemos sino repetir ahora, con profundo sentimiento, el verso postrero de su Himno: 

Desde el espacio silencioso

Desde las entrañas de la tierra

Me levantan como en un sueño

Tus labios lleno de amor

Cuando las nieblas nocturnas se arremolinen

Yo estaré junto a la farola

Como antes, Lili Marleen

Como antes, Lili Marleen