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Lecciones de un muro para el Chile de hoy

El muro de la vergüenza, como le llamaban en Occidente, se construyó en 1961. Tenía más de 120 km de extensión, casi 4 m de altura y además la frontera con el lado occidental tenía una valla metálica, alarmas, trincheras contra vehículos, alambre de púas, sobre 300 torres de vigilancia y treinta bunkers. “Curiosamente”, de tan utópico sistema intentaron huir hacia occidente cientos de ossies, que murieron en el intento. Sus dirigentes fueron Erick y Margot Honecker, violadores sistemáticos de DDHH. Expulsados de Alemania, terminaron sus vidas exiliados en Chile, donde se les brindó residencia y protección en agradecimiento de la izquierda por haberlos recibido durante el exilio. Entre paréntesis, el régimen que administraron es el que admira doña Michele Bachelet.

Margot Honecker declaró, estando en Chile, que nunca entendió por qué la gente trató de escapar al oeste cuanto tantos murieron en el intento. “No había necesidad para eso; no había necesidad de encaramarse sobre el Muro. Es ciertamente amargo tener que pagar con sus vidas por tal estupidez”. Y su marido decía: “por cierto que había prisioneros políticos en Alemania del Este; gente que ‘dañaba el socialismo’, y no hay por qué pedir disculpas por eso”.

La caída del muro de Berlín representó el fin de un régimen totalitario, criminal, opresor y violador sistemático de los DDHH de su población. No solo que estaba coartada la libertad, sino que se sometía a sus habitantes a un constante espionaje por la Stasi, llegando incluso a obligar a familiares directos a vigilarse y denunciarse mutuamente ante cualquier crítica contraria al gobierno, como se comprobó al revisar sus archivos secretos, abiertos después de la unificación.

El muro de la vergüenza fue el símbolo mundial de lo que significa estar sometido a un régimen socialista-comunista, donde los miembros de la nomenclatura, o sea, sus dirigentes, disfrutaron de todo tipo de privilegios, mientras  el pueblo, ese que siempre dicen defender, fue duramente oprimido, sometido a la privación de todo tipo de libertades y a una mísera vida igualitaria, lo que costó muchas vidas jóvenes, quienes, al tratar de escapar hacia la libertad, fueron asesinados por orden de los jerarcas.

Es bueno recordar esa hazaña de hace 30 años, pues permite tomar conciencia de lo que significa un régimen socialista-comunista. Pero a su vez, es importante tener claro que esa ideología totalitaria no desapareció, sino que sigue muy activa, y la tenemos presente en nuestro país. Es la ideología que admiran y quieren para Chile tanto el PC como el FA.

Los parlamentarios del PC y el FA son los que tienen lista una acusación constitucional contra el Presidente Piñera, y quienes, desde el primer día de la crisis, cuando llamaron a la desobediencia civil, ya le pedían la renuncia a través de las redes sociales. Y eso no es todo, porque lo que intentan es implementar una AC vía plebiscito, iniciativa a la que se suman el PS, el PPD y varios más, copiando la misma estrategia utilizada por Evo Morales en Bolivia y Chávez en Venezuela, con la cual dichos regímenes se han entronizado en el poder.

Los alemanes derrocaron pacíficamente la “utopía socialista-comunista” un 9 de noviembre hace 30 años.  Hay que estar conscientes de que tal utopía no existe, sino que lo que implantan es una distopía; es decir, una sociedad ficticia indeseable en sí misma.

Es la lección que los chilenos debemos sacar, al recordar los 30 años del fin de esa dictadura.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por  El Líbero, el domingo 10 de noviembre de 2019.