- VivaChile.org - https://viva-chile.cl -

Que vuelva la esperanza

Durante estos días he sentido una mezcla de rabia, pena y pérdida de esperanza por todo lo que ha ocurrido en nuestro país. Lo que parecía un simple anuncio de una evasión masiva en rechazo a un aumento en el precio del pasaje del Transantiago, se transformó en una escalada de violencia y desorden público, delincuencia, vandalismo, donde Carabineros quedó sobrepasado, y debieron acudir efectivos de las Fuerzas Armadas (FFAA). Sin embargo, el Estado de Emergencia no sólo no controló la gravísima situación, sino que la violencia aumentó y se expandió a lo largo y ancho de nuestra Patria.

Recordaba estos días unas proféticas palabras del fallecido historiador Gonzalo Vial, quien llamó la atención respecto de la fragilidad de los consensos de nuestra sociedad y de que era necesario un consenso en materia social, porque en caso contrario iba a romperse, y los últimos años hemos visto cómo éstas han ido cumpliéndose.

Lo que he podido informarme en medios tradicionales y conversando con amigos y conocidos, me lleva a ver dos grandes hipótesis fundamentales. La primera se refiere a que todo lo que hemos vivido es espontáneo y producto de un malestar social muy profundo, como una “olla de presión”, siguiendo a Daniel Matamala. La segunda teoría, reconociendo o no la existencia de dicho malestar, denuncia la existencia de una organización y planificación de la revuelta. Y ambas reconocen que la situación ha sido aprovechada por delincuentes –el “lumpen”– que causan daño a la población, especialmente la más vulnerable: se han visto enfrentamientos en las poblaciones entre las familias y los delincuentes que van a asaltarlas; saqueos de supermercados; etc.

En esta columna quiero referirme a la segunda teoría. En principio uno podría pensar que es una burrada, una teoría conspirativa de un par de locos en YouTube e Instagram, etc., algunos de los cuales ya denuncian un complot internacional entremezclado con las masivas migraciones de los últimos años. Sin embargo, personas de distintos sectores, como Axel Kaiser, Mauricio Rojas, Sergio Urzúa, Ricardo Capponi, Fernando Villegas, Alfredo Jocelyn-Holt, Valentina Verbal, Sylvia Eyzaguirre, e incluso Cristián Warnken, entre varios otros, han defendido, con matices, esta teoría: Serían grupos organizados, de izquierda radical, los que han intentado coordinar este “movimiento social” que denuncia situaciones crónicas de injusticia. El mismo Gobierno se plegó, no sin polémica, a defender que eran “grupos organizados” que buscaban “causar daño”, y que “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”.

En primer lugar, creo que es necesario hacer notar, en línea con lo explicado por Sylvia Eyzaguirre, que el malestar, si bien explica parte de lo que está pasando, no aclara todas las piezas del puzzle. Negar el malestar es absurdo, la falta de oportunidades, a pesar de los avances, es real y produce un descontento muy profundo. En última instancia, se refiere a la expresión de “dos Chile”, en el que no somos una nación de hermanos, sino dos mundos diferentes, donde uno vive bastante bien y el otro a duras penas llega a fin de mes. Por eso, la evasión puede entenderse como una reacción desesperada ante la frustración –aunque perjudicial para los mismos evasores y la sociedad completa–.

Lo que no convence es que ese malestar lleve a destruir lo que beneficia justamente a la gente más pobre de este país, como el Metro de Santiago, de Valparaíso y el Biotrén. Y no sólo eso. Si el despliegue de militares en las calles no logró detener la batahola de violencia, sino que ésta aumentó, y se expandió como la pólvora a las otras regiones del país, es por el carácter organizado y sincronizado de quienes la detentan. 

En segundo lugar, hemos podido ver la defensa pública de miembros del Frente Amplio (FA) y del Partido Comunista (PC), y de organizaciones que controlan o influyen, como es la Confederación de Estudiantes de Chile (CONFECH), la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), Coordinadora No+AFP, etc., tanto en puntos de prensa, programas de televisión y comunicados oficiales, de todas estas manifestaciones, sin realizar una explícita condena de la violencia, salvo de dos o tres representantes del bloque izquierdista, y sólo un tenaz rechazo a los excesos que han podido cometer efectivos de Carabineros y FFAA en el combate a la delincuencia y el vandalismo que se han desatado estos días. También hemos visto la inaceptable situación de que un diputado del FA y un alcalde comunista increparan duramente a los militares. Incluso, un ex candidato a diputado de Revolución Democrática (RD) fue detenido en Rancagua por portar elementos incendiarios. Por último, ha sido vergonzoso el oportunismo de estos grupos al reclamar la deposición del Estado de Emergencia –sin haber reordenado el país– como requisito para dialogar, salir de la Sala de la Cámara cuando se iba a discutir la congelación del aumento de los pasajes, rechazar la rebaja de la dieta parlamentaria, arrogarse el liderazgo de esa gente descontenta, e incluso exigir la renuncia del Presidente Sebastián Piñera.

No tengo suficientes antecedentes para denunciar con seguridad que ellos sean los organizadores desde el principio, y sería bastante imprudente afirmarlo. De hecho, tengo claro que sería una potencial afectación a la honra de estos dirigentes. Sin embargo, me parece que su participación en estos hechos es clara, y lo que han hecho es empeñarse en atizar el fuego y no en trabajar por salir de esta crisis y volver a estar unidos.

Lo que sí quiero decir es que, con independencia de las causas, lo que ha ocurrido en nuestro país es gravísimo, es una crisis muy profunda, donde el Estado se ha visto sobrepasado por grupos violentistas. No ha sido capaz en varios días de reestablecer el orden público y la seguridad de las personas y sus familias, quienes se encuentran indefensos frente a los delincuentes. Y una vez restituido el orden público, será necesaria una profunda reconstrucción de nuestra Patria, no sólo económica y de infraestructura pública y privada, sino que principalmente espiritual, de reestablecer vínculos que han sido destruidos. Y esa es, creo, la encrucijada en que se encuentra nuestro país. Solamente queda convocar a la unidad, confiar en el actuar de las autoridades militares y políticas y, quienes somos creyentes, encomendarnos a Nuestra Madre, la Virgen del Carmen, para que podamos poder vivir unidos y en paz, como un solo pueblo, con un destino compartido.