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Guasones chilenos: víctimas impunes

No he podido dejar de pensar en El Guasón desde que vi la película. Cada vez que abro el diario y miro las noticias, veo versiones made in Chile del personaje. Aunque aquí la controversia se centró en los efectos de los traumas infantiles en la formación de la personalidad adulta, a mí me ha llamado la atención otra cosa: la inversión del código moral que muestra el filme. Porque en El Guasón el odio se exhibe como justicia; la justicia como revancha, y la revancha como violencia en manos de un victimario que es presentado como víctima.

Arthur Fleck (el guasón interpretado por el actor Joaquin Phoenix) ha sido maltratado por casi todos con los que ha entrado en contacto y eso hace que su venganza homicida parezca justa. Es que, como dice el ensayista italiano Daniele Giglioli, “la víctima es el héroe de nuestro tiempo”. Añade: “No somos lo que hacemos, sino lo que hemos padecido, lo que podemos perder, lo que nos han quitado”.

A otra escala, es posible ver una lógica de ese estilo en los escolares que protestan colándose en masa en el Metro; los violentistas que disparan contra camioneros en La Araucanía y el Biobío; los encapuchados que tratan de incendiar el Instituto Nacional; la horda que asalta la oficina de la directora de ese mismo colegio; los acosadores de la alumna Polette Vega en el campus Juan Gómez Millas; los redactores del estatuto del Centro de Estudiantes de Derecho de la Universidad de Chile, e incluso en el rector de esa misma casa de estudios, que victimiza a su institución al comentar el ataque a Vega y deja entrever que la responsabilidad de todo el mal recae en un Estado que descuida la educación pública.

Porque ha sido discriminada, violentada o ignorada por un sistema inicuo y cruel, la víctima puede tomar la justicia en sus manos y hacer prácticamente lo que quiera. En ese sentido al menos, su condición parece incluso conveniente. Es un mártir que despierta admiración, pues tiene el valor de resistir el abuso y la discriminación que sufre de manera constante, proveniente de los poderes establecidos. Y es impune, ya que muy pocos se atreverán a apuntar con el dedo a quien repara una injusticia, ni siquiera si su lógica es torcida y está contaminada por la autocompasión y la violencia. Giglioli ironiza preguntándose cómo podría la víctima ser culpable o responsable de algo, si ella “no ha hecho, le han hecho; no actúa, padece”.

Hay, eso sí, una diferencia importante entre el guasón hollywoodense y las versiones criollas. El primero es un perturbado cuyo lugar natural se encuentra en el manicomio; acá, en cambio, tratamos a nuestros guasones con toda seriedad y nadie es capaz de advertir lo obvio: sus reclamos a menudo no son más que una pose desquiciada.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera el miércoles 16 de octubre de 2019.