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El desafío moral que instala la película “Joker”

Bastante ha dicho la crítica sobre el nuevo filme de Todd Phillips desde su estreno mundial el pasado 31 de agosto en el Festival de Venecia, exhibición en la cual se le concedió el máximo galardón; el León de Oro. En términos generales el largometraje ha recibido opiniones favorables tanto desde la crítica especializada como desde el público en general, de hecho, según el sitio web de revisión “Rotten Tomatoes” la película cuenta con un 68% de aprobación con base en 466 reseñas de profesionales del cine y con un 90% de aprobación con base en 33.158 reseñas de parte de la audiencia. Sin embargo, abundan las críticas que afirman que la película protagonizada por Joaquin Phoenix glorifica la violencia o enaltece a los villanos y, por consiguiente, al mal.

La película “Joker” relata la historia de un comediante frustrado (Arthur Fleck) que sufre un trastorno de incontinencia afectiva, un síndrome originado por un daño neurológico producto de enfermedades neurodegenerativas, a raíz del cual sufre episodios de risa que no puede controlar. Arthur visita regularmente una psicóloga que le receta siete fármacos distintos, pero repentinamente, a raíz de un recorte presupuestario en los programas sociales de la ciudad, Arthur ya no puede recibir su atención psicológica ni su medicación. Esto marca un punto de inflexión en la vida del protagonista, a partir del cual comienza todo un proceso de decadencia psicológica y espiritual del personaje, el cual, sumado a una serie de pesadumbres en su vida laboral, social y familiar, además de constantes vejaciones y humillaciones de parte de una sociedad inexorable y salvaje, precipitan a Arthur a un quiebre de sus ataduras morales y vínculos con una vida pasada y trágica, hasta su conversión final en el villano Joker.

Efectivamente es un filme oscuro y violento, es perturbador y conmovedor al mismo tiempo, razón por la cual no es apto para todo público. Es una película cruda y visceral sobre un hombre incomprendido, emocionalmente dañado e inmerso en una sociedad indiferente a esta problemática social, una comunidad que condena al desarraigo a sus discapacitados mentales y que no le toma el peso al asunto de la salud mental, que hoy está tan en boga.

Pese a esto, la película no es una incitación a la violencia, como se ha dicho, mucho menos un culto a esta. No veo motivos para culpar al arte por la eventual mala recepción de esta en algún testigo que se vea impulsado a cometer un acto reñido con la ley o con la ética, eso es responsabilizar a la obra en sí misma en lugar de a la persona que comete los actos. Podría conducir a una persona a la agresividad tanto como cualquier otro filme de acción, con la diferencia que este largometraje no convierte la violencia proyectada en una entretención, sino en algo crudo que golpea al espectador y lo fuerza a reflexionar sobre lo atestiguado. No hace de la brutalidad un gozo, sino que lo vuelve en algo digno de cavilación en el propio fuero interno. Se trata, a fin de cuentas, de una película que denuncia la podredumbre moral de una sociedad que margina a las personas que padecen enfermedades mentales, una comunidad que pretende que sus discapacitados mentales actúen como si no lo fueran. Es una película que cuestiona a nuestra propia sociedad, una de individuos ensimismados que han relegado la práctica de la virtud de la caridad al más silencioso olvido.

El filme no presenta respuestas fáciles a las incógnitas complejas que nos plantea sobre una sociedad cruel en decadencia moral, sino que nos invita a nosotros a tomar parte en este desafío de reconstrucción espiritual de un mundo hundido en el fango de la apatía y a hallar nuestras propias soluciones, unas que nos libren de este manto de indolencia por el prójimo. Se trata, a grandes rasgos, de un llamamiento desesperado a un rescate moral de la sociedad actual; y esto constituye un deber del que no podemos renegar.