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Un par de horitas no hacen la diferencia

Más allá del efecto que tendrá sobre la productividad, de lado y lado se ha argumentado que la disminución de la jornada laboral o la flexibilidad horaria impactará favorablemente a las familias chilenas. En la ecuación, menos horas de trabajo equivalen a más horas en familia; menos horas frente al computador sería igual a más padres haciendo tareas con sus hijos.

No es necesario ser un especialista, sin embargo, para saber que esta idea es parcialmente cierta. Obviamente una menor cantidad de horas trabajadas otorgará mayor tiempo para destinarlo a otras actividades. No obstante, ¿una rebaja en la jornada laboral efectivamente producirá los deseos declarados respecto a las familias? De solo pensar en los grandes traslados que tantos hombres y mujeres deben realizar día a día para llegar de sus casas al trabajo, es fácil pensar que iniciativas como éstas son insuficientes.

Por lo mismo, difícilmente este camino nos permitirá responder a las necesidades de la familia chilena. No digo que el proyecto de la izquierda y de la derecha se proponga ser la única solución. Sin embargo, el discurso político ha estado cargado de una moralina tal, que no es extraño pensar que algo en esa línea piensen sus impulsores. El problema está, obviamente, en que el asunto es bastante más complejo que un par de horas más, u horas menos; se requiere, en definitiva, de un análisis más global: ¿la institucionalidad vigente le está haciendo la pega fácil a las familias? ¿Las ciudades, por nombrar solo un aspecto, están organizadas de un modo que las favorezcan? ¿Está siendo promovida la familia en Chile? ¿Cuántos incentivos existen para formar una?

Debido a la carencia de algo así como una política integral de la familia en Chile, difícilmente pueda decirse que nuestro país sea un buen lugar para emprender proyectos familiares. Se debe lo anterior, en parte, a que la familia no ha sido reconocida como sujeto en la política chilena. Se ha tendido, más bien, a comprenderla desde las realidades aisladas que la componen. Por lo mismo, su “promoción” ha sido tangencialmente favorecida por políticas públicas y sociales enfocadas en áreas como la educación, el empleo o la salud, ignorando el valor intrínseco de esta especial comunidad de personas al interior de la sociedad. Es más, a pesar que se transformó el Ministerio de Desarrollo Social en Ministerio de Desarrollo Social y Familia –lo que es un gran avance para su reconocimiento institucional–, el resto de los 23 ministerios trabaja desarticuladamente en torno a ella.

Sabemos que la familia es la principal institución sociabilizadora del ser humano y que es, al mismo tiempo, capaz de dar soporte y seguridad a los miembros que la componen. Pocas cosas se encuentran tan ampliamente compartidas en política como la importancia de ella. Sin embargo, aún faltan voces que no solo estén dispuestas a tomar esta agenda y empujarla como una bandera: faltan voces que comprendan lo gravitante que está en juego cuando hablamos de ella.

Por ello, 40 o 41 horas dan lo mismo. La pregunta es quién trabajará las horas que se necesiten para impulsar una política integral de la familia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el miércoles 4 de septiembre de 2019.