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La eutanasia y el problema de los límites

En el Parlamento se está discutiendo una ley que aprobaría la eutanasia activa, vale decir, el acto por el cual un médico provoca la muerte de su paciente afectado por una enfermedad incurable, a solicitud de él mismo o de su familia. Este procedimiento está aprobado en solo seis países: Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Suiza, Canadá y Colombia, y en siete de los 50 estados de EE.UU. La eutanasia pasiva, en cambio, ha sido aceptada desde Hipócrates y consiste en la no aplicación de métodos extraordinarios para prolongar la vida de la persona que se encuentra en las proximidades de la muerte. Pero Hipócrates fue explícito en prohibir la eutanasia activa al afirmar en su famoso Juramento: “Jamás daré a nadie un medicamento mortal, por mucho que me lo soliciten”.

En relación con este proyecto de ley han aparecido artículos que lo apoyan y otros que lo cuestionan. Entre los primeros destaca el de la académica de la Usach Diana Aurenque (El Mercurio, 11 de septiembre), en el que se hace un verdadero panegírico del proyecto “como un paso significativo para Chile en materia de resguardar derechos civiles…”, declarando “injustificados” los “miedos” que inquietarían a los que se oponen, como que alguien “pueda ser objeto de eutanasia contra su voluntad”. Entre los segundos, el artículo de la académica de la UDD Javiera Bellolio, quien cuestiona el carácter “injustificado” atribuido al miedo a la eutanasia, citando la denuncia del Dr. Chabot y otros 32 médicos sobre que en Holanda, en 2017, “169 pacientes con demencia o enfermedades psiquiátricas” fueron objeto de eutanasia.

La historia muestra que en temas bioéticos es fácil atravesar límites en forma imperceptible y llegar a situaciones del todo inaceptables. Un clásico ejemplo es lo ocurrido con la esterilización de enfermos mentales en la Alemania nazi a partir de 1933, plan que desde 1940 se cambió por el de exterminio. La ideología desde la que derivaron estos crímenes no surgió en forma súbita en la mente perversa de Hitler, sino que se fue gestando lentamente en Europa desde fines del siglo XIX y a la sombra del llamado “darwinismo social”. La primera, en apariencia inocente, fue planteada por el científico inglés Francis Galton y consistía en facilitar el nacimiento de niños inteligentes promoviendo los matrimonios entre personas dotadas, a la que siguió la de prohibir las uniones entre personas limitadas (U. H. Peters, 2011, p. 89). Estas ideas fueron adoptadas con entusiasmo a principios del siglo XX por dos psiquiatras suizos, Alfred Ploetz y Ernst Rüdin, quienes pronto “avanzaron” hacia la esterilización como método de garantizar la “higiene racial”. Por fortuna no tuvieron éxito en su campaña hasta la llegada de Hitler al poder (op. cit., pp. 161 y ss.).

Una vez adoptada la esterilización como método, el proceso también fue paulatino. Así, primero se esterilizaba a los oligofrénicos, luego a los esquizofrénicos, a los que se agregaron los maníaco-depresivos, los epilépticos, los alcohólicos y los “sujetos indeseables”. Los nazis alcanzaron a esterilizar a 360 mil personas y en la etapa siguiente, la del exterminio, el número de asesinados fue de 250 mil en Alemania y de 40 mil en la Francia “no ocupada” (op. cit., p. 15 y pp. 201-210).

La pregunta que habría que hacerse es si ese espíritu, que inspiró esta ideología y sus funestas consecuencias, no se esconde de algún modo detrás de la actual eutanasia. Porque es tan difícil establecer los límites: la eutanasia se aplica ¿solo en los pacientes con enfermedades terminales? ¿Y por qué no en los dementes (como ya está ocurriendo)? ¿Y por qué no también en los pacientes con ELA o en los niños con daño cerebral?, etcétera. Las cifras dadas por la académica Bellolio hacen sospechar que ya estamos asistiendo a lo que los bioeticistas alemanes llaman Entgrenzung (pérdida de límites) (A. W. Bauer, 2019, pp. 4 y ss.). Otras cifras apuntan en la misma dirección: poco después de aprobada esta ley en Holanda, ya el 15% de los fallecidos mayores de 60 años había sido sometido a eutanasia y más de la mitad sin su aprobación (U. H. Peters, 2011, p. 34). Entre el año 2006 y 2015 aumentó en Holanda el porcentaje de eutanasias en un 300%, llegando en 2015 a las 5.516 personas. En el mismo período aumentaron en Bélgica de 429 a 2.021 (A. W. Bauer, 2019, p. 12). Si a esto le agregamos el fenómeno del “turismo eutanásico” en Suiza y la promoción de este método en los hogares de ancianos (op. cit., pp. 10 y 11), no podemos sino sentir que la sociedad tecnológica posmoderna está traspasando aquí todos los límites.

Debemos reflexionar muy bien antes de aprobar una ley de eutanasia, porque ella está lejos de representar siempre la ansiada “buena muerte” que alaban sus partidarios.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago, el martes 24 de septiembre de 2019.