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Fiestas Patrias: un significado subyacente

Una vez pasadas las Fiesta Patrias, surge la necesidad de reflexionar sobre el verdadero significado de esta festividad.  Es innegable que la población valora esta celebración y que se exacerba el sentimiento de nacionalidad, pero esto no significa que exista conciencia de qué se celebra ni de cómo se debe celebrar.

Obviamente, si se le preguntara a la gente qué es lo que se celebra, las respuestas irían orientadas a lo patente y no a lo subyacente, que es lo más trascendente.  No obstante, dichas respuestas serían más o menos acertadas, hecho que permitiría un análisis profundo sobre el significado subyacente de esta efeméride.

Quedarse en el hecho de la Primera Junta de Gobierno o en algo parecido solo es tomar en cuenta lo formal, por cierto, muy importante, pero insuficiente para aquilatar el verdadero y profundo significado de los conceptos de “patria” y “nación”.  La patria es la tierra donde están las raíces, por la que un pueblo se siente ligado por vínculos históricos, culturales y afectivos, de hecho, patria significa “tierra del padre”, o sea, de los ancestros, la herencia.  A su vez, la nación son personas unidas por el mismo origen y una misma tradición; el idioma, la raza y la religión juegan un papel fundamental en esta dimensión.  Teniendo presentes estos significados, podemos avocarnos a la tarea de darle sentido a nuestras Fiestas Patrias y también determinar quiénes pueden celebrarlas.

Ambas definiciones aluden más a dimensiones trascendentes, permanentes y espirituales -o derechamente aluden solo a estas-, y no a dimensiones transitorias y que se puedan cambiar con simples decisiones de mayorías circunstanciales.  Estas normalmente van contra toda lógica o responden a intereses non sanctos

Existen dos formas de relacionarse con las dimensiones ya expuestas: una que sea fiel al significado verdadero de dichos conceptos y otra que se quede con lo circunstancial.  Desgraciadamente, se va imponiendo cada vez más esta última.  Hoy por hoy, es más común hablar de “país” que de “patria” o “nación”.  Grave porque el término “país” se refiere a la visión de “nación-contrato”, proviene del latín pagensis y éste, a su vez, de pagus, el pueblo que se habita.  En otras palabras, solo hay un vínculo temporal que dura mientras la persona vive en dicho territorio, por ello, no se puede esperar ni exigir ciertas conductas que ennoblecen al ser humano.  En contraposición, está la visión de “nación-herencia”, la que lleva a las personas a realizar un sinnúmero de actos sublimes, todos esperables y exigibles, pues, los vínculos son demasiado fuertes.  Ejemplo de esto son las personas que dan sus vidas por la patria, verdaderos referentes morales para sus compatriotas.  Dar la vida por la patria no significa, necesariamente, morir por ella, sino sacrificarse al máximo.

Una de las primeras víctimas de este fenómeno, como era previsible, es el patriotismo.  El amor a la patria, solo que ahora no lleva esa carga valórica tradicional tan importante, sino una con preeminencia de la dimensión territorial.  Hay dos grandes errores derivados de esto y que pueden quebrar la unidad nacional o la paz social: darle la categoría de “chileno” a alguien solo porque se avecinda en Chile, y considerar “pueblo originario” a cualquier pueblo indígena de nuestro territorio, descartando así la otra rama de nuestro origen, la más importante por lo demás -es mayor el legado genético y cultural europeo-.

Otra víctima es el nacionalismo, también previsible.  Aquel cúmulo de ideas que sintetiza el patriotismo en una corriente de pensamiento, doctrina o ideología.  Se dice que el nacionalismo es negativo, pero, en realidad, lo que puede ser negativo es el uso que se le dé. 

El ser humano como tal también es una víctima de esta negativa corriente.  El neomarxismo se dio cuenta de que es el espíritu de nacionalidad su principal adversario, es decir, se avocó a la tarea de destruirlo.  La fórmula es tan simple como obvia: destruir todo lo que le da sustento a la dimensión de nación-herencia.  Aquí están la espiritualidad, la religión, la familia, la creación artística, las prácticas republicanas tradicionales, el sentido de autoridad, etc.  La persona humana no puede vivir ni menos realizarse sin algunas de estas manifestaciones.

Por todo lo anterior, hay que ser cuidadoso al momento de celebrar porque se puede ser otra víctima de esta negativa corriente.  También hay que analizar a los líderes políticos para descubrir quiénes están en esta línea, y poder desenmascararlos.

También es necesario informarse y culturizarse para conocer bien nuestra patria, llegar a apreciarla por algo más que la inercia o la costumbre y, sobre todo, para guiar a las nuevas generaciones, blanco predilecto de los antipatriotas.

Una forma de culturizarse consiste en desechar las definiciones de diccionario y quedarse con las que rescatan el concepto de nación-herencia.  Estas definiciones corresponden al análisis de grandes intelectuales o teóricos del tema que destacan la gran carga valórica del concepto en cuestión.  Por algo se permitieron definiciones filosóficas, poéticas o místicas.

A modo de bonus track patrio, algunas definiciones: “una unidad de destino en lo universal” (Primo de Rivera); “un todo sucesivo” (Vázquez de Mella); “la tierra y los muertos” (Barrès); “la sangre y la tierra” (Spengler); “personalidades colectivas” (Solzhenitsin), entre otros.