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Objetar frente al Leviatán

¿Puede una institución negarse a implementar la eutanasia? Así como ocurrió con el aborto, el proyecto de eutanasia que se discute en el Congreso Nacional gatillará el mismo debate sobre objeción de conciencia institucional. Será, eso sí, como una película repetida; un déjà vu, pero uno sobre el cual vale la pena reparar nuevamente.

Desde la óptica liberal, probablemente se argumentará que solo las personas individuales tienen conciencia y que las instituciones no existen en sí mismas, que solo son equivalentes a la suma de individuos que la componen. Por su parte, desde la izquierda ―que descansa en el lenguaje de los derechos―, se dirá que la eutanasia es un derecho fundamental del individuo y que el Estado debe protegerlo frente a la vulneración que la objeción de conciencia representa. Se planteará también que la objeción institucional transgrede la conciencia individual de las personas que trabajan en los establecimientos médicos, ya que ellas se verán privadas de actuar según lo que sus propias convicciones le señalan.

No deja de llamar la atención, ante todo, que sea parte del mundo liberal el que empuje una agenda como esta. Muchos que deambulan con The Big Society bajo el brazo y que pretenden fortalecer a la sociedad civil frente al Estado, niegan la posibilidad de objetar institucionalmente. Esto es claramente paradojal, ya que la vitalidad de esa sociedad civil depende, en buena parte, de que la posibilidad de asociarse sea real. Y dicha realidad solo existe en la medida que la agrupación que libremente han formado, pueda ser fiel a los fines y principios propuestos.

Como sea, la idea de que solo los individuos tienen conciencia es un callejón sin salida. Evidentemente la voz “conciencia” no hace referencia a un aspecto mental o sicológico, sino que alude en su sentido último al ideario que da vida a cada institución. Por ejemplo, al decir que una empresa tiene conciencia ecológica o social, no quiere decirse que esa empresa ha pensado cognitivamente en los efectos ambientales o sociales que su acción tiene, más bien implica que ha incorporado en su misión, visión u objetivos estratégicos una preocupación de este tipo. Más llamativo resulta esto pues cada vez exigimos acciones empresariales más conscientes del entorno.

Tampoco es cierto que en instituciones objetoras se reemplazará la conciencia individual del personal por la conciencia de la asociación. No solo porque dicha situación es imposible, sino porque los individuos que de algún modo u otro son parte de una organización, necesariamente conocen y aceptan la existencia de un ideario al cual adhieren, no en el sentido de hacerlo propio necesariamente, más bien de un modo que lo reconocen como constitutivo de la asociación a la que se incorporan. No hay, por lo tanto, una suplantación de conciencia ni una obligación en el personal de actuar en contra de la suya. Por el contrario, se trata de proteger a las instituciones al impedir que sean obligadas a actuar en contra del motivo mismo que les ha dado origen.

Como ya hemos visto la película, sabemos de antemano que otros argumentos se ofrecerán para negar a las instituciones ser coherentes con su propio ideario. Con todo, el punto relevante es que una defensa de la objeción de conciencia institucional es indiferente de la postura que cada cual guarde sobre temas de esta índole –aborto o eutanasia—, pues, lo que aquí está en juego no es un debate entre liberales y conservadores. Al contrario, es una pugna entre quienes creen verdaderamente en la libertad de asociación y quienes no se dan cuenta de las consecuencias que su falta implicaría. La libertad de asociación, no olvidemos, es uno de los instrumentos más relevantes para proteger a las personas del Leviatán.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por https://ellibero.cl/opinion/pablo-valderrama-objetar-frente-al-leviatan/, el miércoles 7 de agosto de 2019.